Solomía
Por la mañana intento concentrarme por completo en el trabajo. Estoy escogiendo el diseño para un dormitorio y, por dentro, hiervo de rabia. Aún no dejo de preguntarme si Danilo me mintió. Su historia sobre un matrimonio ficticio suena inventada e inverosímil.
El teléfono vibra, y en la pantalla aparece el nombre “Danilo”. Resoplo. Recuerdo cómo soñaba con su llamada, y ahora no la necesito en absoluto. Vacilo, mis dedos se detienen sobre el círculo rojo, pero algo débil, tonto, femenino me obliga a contestar. En el fondo sé que busco un pretexto para hacerlo. Al fin y al cabo, podría tratarse del proyecto.
—¿Hola? —mi voz no tiembla, a diferencia de mi corazón, que late salvajemente dentro del pecho.
—Hola. ¿Cómo estás? —suena con ternura.
—Bien. Estoy trabajando en el proyecto de tu casa. La mañana ha sido productiva.
—¿Cómo te sientes? ¿No deberías descansar? ¿Y el bebé?
Resoplo. Quizá Irina sí necesite reposo, pero yo tengo que ganarme la vida. Por desgracia, el padre del niño no participará en su crianza. Me hierven las entrañas de indignación.
—¿Querías algo en particular? Todo lo que tenga que ver con la casa lo hablaré solo con Irina. Mis asuntos personales no te incumben.
Silencio. Tan perfecto que aparto el teléfono del oído para comprobar si la llamada sigue activa. Los segundos corren por la pantalla. Por fin escucho un suspiro pesado.
—Solomía, no hables así. Me preocupo por ti y quiero ayudarte. Si necesitas algo, solo dímelo. ¿Fuiste a la ecografía? ¿Sabes si será niña o niño?
—Preocúpate por tu esposa. Está en el último mes de embarazo, si no me equivoco. La única criatura cuya sexo debería interesarte es la suya. Mi hijo es solo mío.
—No, no pienso abandonaros…
—Ya lo hiciste cuando te casaste con otra —lo interrumpo, antes de que empiece a endulzar sus palabras con mentiras.
—Sabes que es un matrimonio ficticio —Danilo insiste. Niego con la cabeza aunque él no pueda verlo.
—Aunque fuera verdad, no cambia nada. Tenías que haberlo dicho antes, no bloquearme en todos los mensajeros.
—Fui un cobarde, lo sé. Tenía miedo de no ser capaz de casarme si escuchaba tu voz. Fue difícil.
—¿Difícil? —no contengo las emociones que me desgarran el pecho y alzo la voz—. Difícil es descubrir que llevas en tu vientre al hijo de un hombre que desaparece como un fantasma y se casa con otra. Difícil es mirarle a los ojos cuando finge no conocerte. Ser honesto no tiene nada de difícil.
Respiro con dificultad, casi ahogándome en mi propio enfado. Danilo, en cambio, habla con calma:
—Me confundí, pero ayer hablé con Irina. Ella ya sabe que estás esperando a mi hijo.
Me quedo inmóvil y contengo la respiración. Aprieto el teléfono con fuerza, deseando que sea verdad. La duda me atenaza.
—¿Y cómo se lo tomó?
—Bien. Nuestro matrimonio es ficticio —su voz tiembla, y sospecho que miente—. Pero no puedo divorciarme antes de que nazca el bebé. Tendría que esperar un año.
Resoplo con frustración. No pienso convertirme en la ingenua que cree las mismas historias que todos los hombres casados repiten cuando buscan una excusa. Corto su dulce engaño antes de que eche raíces:
—Estás casado. Ese es el hecho. Da igual si es un matrimonio real o ficticio: sigue siendo un matrimonio. Si en algún momento quieres ver al niño, podrás hacerlo cuando nazca. No te lo impediré. Pero mientras no haya nacido, no tenemos motivos para hablar.
Cuelgo sin dejarle terminar. El corazón golpea con tanta fuerza que parece querer escapar de mi pecho. ¡Maldito Artiújovski! ¿Cuándo dejará de desestabilizarme su presencia? Mis manos sudan, pero mis ojos siguen secos. Nada de lágrimas. Nada de debilidad. Debo mantenerme firme por mi hijo.
Poso la mano sobre mi vientre e intento volver a concentrarme en el trabajo.
Media hora después suena de nuevo el teléfono. Esta vez es Irina. Me pregunto si sabe de nuestra conversación con Danilo. Contesto de inmediato y escucho su voz enérgica:
—Solomía, ¡buenos días! ¿Has terminado los bocetos?
—Aún no. Acordamos que te los enviaría dentro de dos días —le recuerdo. En su voz hay un matiz de molestia.
—Es demasiado tiempo. Los necesito ahora. Mañana vendrán los obreros para empezar la reforma del dormitorio. No puedo esperar tanto.
Aprieto los labios conteniendo la irritación. En su tono no hay petición, sino una orden. Me sorprende que nadie me avisara de esto ayer. Miro las muestras inacabadas y no tengo idea de qué podría mostrarle. Espero acelerar y terminar antes de la noche. Exhalo despacio.
—Está bien. Te enviaré todo esta tarde.
—Tenemos que vernos. Tengo algunas sugerencias sobre la distribución de los armarios y la iluminación. Hoy estaré en la casa. Te espero a las dieciséis —su voz suena autoritaria, sin dejar espacio a réplica.
Asiento aunque no pueda verme.
—De acuerdo. Hasta luego.