Sus palabras me duelen como un golpe directo. Aprieto los labios y guardo los bocetos en la carpeta.
— Pero no podré compensarle los gastos del invernadero. Si soy sincera, la culpa no es solo mía.
— No intentes desviar tu responsabilidad ni buscar culpables. Tú nos compensarás por todo. Claro que tendré en cuenta tu situación y no exigiré el dinero hoy. Puedo esperar un mes.
Siento cómo el vello de la nuca se eriza. No tengo ni remotamente esa cantidad.
— No estoy segura de poder reunir el dinero. Además, sus puertas dañaron mi coche. Yo no estoy reclamando nada a la persona que tenía el mando en sus manos, —le lanzo una indirecta más que obvia.
— Esas pequeñas rayaduras no son nada comparadas con nuestro invernadero de élite. Pagarás la mitad; y si te niegas, lo resolveremos en los tribunales, donde tendrás que pagar el monto completo. Tengo la grabación de las cámaras de seguridad.
Me muerdo los labios. De inmediato noto cómo desaparece la cordialidad de Irina. Pasa al “tú”, la sonrisa se desvanece y su voz se llena de irritación. Solo quiero darles todo con tal de que me dejen en paz. Apreto la carpeta contra mi pecho y asiento.
— Al menos coincidimos en que lo mejor es que deje el trabajo. Adiós, Irina.
Me doy media vuelta con la intención de marcharme con dignidad, pero sus palabras, afiladas como flechas envenenadas, me alcanzan por la espalda:
— Mantente lejos de Danilo. Hazlo y te perdonaré la deuda. Él tiene una esposa que lo ama, pronto nacerá su hijo. Somos una familia. Te recomiendo encarecidamente que no te metas en lo nuestro. Aquí no tienes nada que buscar; no pienso entregarte a mi marido.
— Ni lo pretendo. Si de verdad fuera tuyo, no tendrías necesidad de recomendarme nada, porque estarías segura de él.
Camino rápidamente hacia la salida. Me meto en el coche y me alejo de la casa de los Artiujov. Las lágrimas caen por mis mejillas. Casi le creí a Danilo. Quería que todas sus palabras fueran verdad. Conducir de vuelta es como moverme en un trance. En casa preparo un té relajante y me prometo no llorar más por Danilo. Debo entender que ya no es el hombre del que me enamoré. Me acomodo en la cama y tomo un libro. Necesito distraerme, dejar de pensar en mis problemas. Me sumerjo por completo en la historia.
El timbre de la puerta me obliga a levantar la vista. Camino hasta la entrada y miro por la mirilla. Danilo. Cierro los puños sin querer. Este ahora sí va a oírme. ¡Maldito! Abro la puerta de golpe. Él logra hacerse a un lado y apenas unos centímetros lo salvan del portazo. Lleva una bolsa con frutas y un pastel. Entra sin pedir permiso, casi atropellándome.
— Te traje un poco de fruta y un pastel. Tu favorito, el “Kievski”.
Cierro la puerta y observo cómo Danilo se mueve por mi cocina con una insolencia desesperante. Deja las frutas sobre la mesa, llena el hervidor de agua y lo pone a calentar. Me indigno.
— No quiero tus frutas. Y llévate el pastel.
Pero justo ver el delicado glaseado hace que algo se revuelva en mi estómago. No puedo negarme a mi pastel favorito. Danilo coloca las tazas, como si realmente pensara tomar té conmigo.
— No es para ti, sino para el bebé. Un niño necesita vitaminas.
— Tienes una esposa de la que deberías ocuparte. Hablé hoy con Irina. Dijo que su matrimonio es real y que el hijo es tuyo.
— ¿Qué? —Danilo resopla—. Seguro entendiste mal. Ella no pudo haber dicho eso.
— ¿Qué parte podría haber entendido mal? Empezaron a salir antes de la muerte de Arsen, ella quedó embarazada y ustedes se casaron. Eres un mentiroso, Danilo. No tienes el valor de admitir tu traición.
— No hubo traición —gruñe—. Jamás habría engañado a la mujer que amo; jamás te habría engañado a ti. Siempre he sido honesto contigo. Nuestro matrimonio es ficticio y averiguaré por qué Irina te mintió.
— Me da igual qué tipo de matrimonio tengan. Toma tus bolsas y lárgate —digo con firmeza, aunque mi mirada se queda atrapada en el pastel. Danilo deja el cuchillo con el que acababa de cortarlo.
— Pienso en ti todo el tiempo. Cada noche abrazo la almohada imaginando que eres tú. Sueño contigo sin parar. Quería buscarte después del divorcio. Si estabas con alguien, no habría intervenido… pero si estabas libre, habría vuelto a casarme contigo.
— No preguntaste si yo quería eso. Y no lo quiero. Dices que no estás con ella, pero vives en esa casa. Irina asegura que duermen en la misma cama.
Su voz se quiebra.
— No sé por qué te mintió. No tienes idea de cuánto deseo tocarte ahora mismo… Da un paso hacia mí.