Herencia: la embarazada

14

Trago con dificultad el nudo apretado que me oprime el pecho. Recuerdo al hermano de Iryna y no entiendo por qué llama ni de dónde consiguió mi número. Me pongo en guardia y endurece mi voz:

—Te escucho.

—Recuerdas que me dedico a los sistemas de seguridad, ¿verdad? Tengo una petición. No es comercial, más bien una consulta profesional. ¿Podemos vernos? Quiero mostrarte el proyecto de una casa. Uno de nuestros clientes quiere integrar el sistema de alarma en una vivienda privada nueva y pidió que el diseño interior estuviera lo más adaptado posible a los detalles técnicos. Quisiera que le echaras un vistazo.

Me tenso un poco. No entiendo por qué necesita mi opinión. Con cautela pregunto:

—¿Y qué es exactamente lo que quieres?

—Diez o veinte minutos de tu atención. Te muestro los planos y tú me dices si esa integración es viable. No tienes que hacer nada, solo la mirada de una diseñadora con experiencia.

Todo esto me resulta extraño. No me contengo y formulo la pregunta que me ronda la lengua:

—¿Iryna sabe que me estás llamando?

—¿Y qué tiene que ver Iryna? —percibo sorpresa en la voz de Serhii.

Titubeo:

—Ya no trabajo para ellos. Tal vez ella pueda recomendarte a otro diseñador.

—Ah… ¿y por qué?

—No le gustaron mis propuestas —miento y me muerdo el labio. No voy a decirle que estoy embarazada de Danylo.

Chasquea la lengua.

—Es difícil complacer a Iryna, pero a mí me gustaron tus bocetos. Entonces, ¿nos vemos esta noche? Prometo invitarte a cenar.

No tengo ninguna gana de salir hoy, pero me resulta incómodo negarme. Además, quizá la invitación sea solo una excusa y Serhii necesite otra cosa. La curiosidad vence y acepto a regañadientes:

—No es necesario. Está bien… ¿dónde y cuándo?

—¿Puedes hoy? Después de las seis. En la cafetería “Smuga”, junto al parque. Es tranquila, hay mesas con lámparas y será cómodo revisar los documentos.

La mención de los documentos me tranquiliza. Entonces, realmente es una conversación de trabajo. Me detengo ante el semáforo:

—De acuerdo, pero sin sorpresas y máximo media hora.

—Lo prometo, nada de sorpresas. Aunque… —su voz adquiere un matiz juguetón— si el café está bueno, puedes quedarte un poco más.

Corta la llamada y no sé por qué sonrío. Al fin y al cabo, no me vendrá mal distraerme un poco.

La cafetería “Smuga” me recibe con un agradable aroma a vainilla, mesas de madera y sillas acolchadas. Junto a la ventana veo a Serhii. Viste una camisa blanca, con las mangas remangadas, y está sentado con aire relajado, como si el encuentro no fuera laboral, sino casi doméstico.

—Hola —me acerco a la mesa.

—Aquí estás —sonríe—. Temía que no vinieras.

Le devuelvo la sonrisa. El cansancio pesa sobre mis hombros, pero hay algo en este ambiente que calma. Me siento frente a él. Me desliza una carpeta:

—Aquí están los planos, aunque, para ser sincero, no te llamé solo por ellos.

—¿Entonces por qué? —me tenso.

—Por la buena compañía. Me gustó hablar contigo.

Se acerca el camarero y nos entrega los menús. Ni siquiera abro el mío:

—Zumo de granada, por favor.

Serhii parece algo molesto, pero guarda silencio. El camarero se va y él entrelaza los dedos:

—Quedamos en que yo te invitaba a cenar. Estoy acostumbrado a cumplir mis promesas, así que abre el menú. El bebé tiene que comer.

—¿Siempre eres tan atento?

—No. Solo con quienes me gustaría ver más a menudo.

Siento como si me sumergieran en agua hirviendo. Intento descifrar sus intenciones. ¿Es un flirteo ligero o una charla sin más? Estoy embarazada, y en este estado no puedo interesar a ningún hombre. ¿A quién le hace falta una mujer embarazada?

Me muerdo el labio un instante y recuerdo:

—Serhii, eres el hermano de Iryna.

—Lo sé. ¿Y qué? ¿No puedo cenar con una chica que me gusta? Iryna es adulta, yo también. Tenemos vidas distintas.

El pánico me hierve en el pecho. ¿Dijo que le gusto? Entrecierro los ojos, desconfiada:

—Estoy embarazada —le recuerdo.

—Lo sé, por eso te propongo elegir algo del menú. Es solo una cena. Sin compromisos ni promesas grandilocuentes.

Mi corazón da un pequeño vuelco. No por las palabras, sino por el tono, por la ligereza, por su mirada atenta. Me rindo y pido una ensalada. Mientras traen el pedido, abro la carpeta y reviso los planos. Le doy algunas recomendaciones. Nos sirven la cena y Serhii guarda los documentos.

La conversación ya no tiene nada que ver con el trabajo. Con Serhii es fácil y tranquilo. Me distrae de los pensamientos pesados y, como sin querer, roza mi mano cuando estira el brazo para coger una servilleta. Sin darme cuenta, recuerdo a Danylo. Su voz, sus manos, sus confesiones y las promesas ruidosas en las que ya no creo.

Frente a mí hay un hombre que no promete nada.

Nuestros platos están vacíos, pero seguimos hablando. Serhii cruza una línea demasiado personal:

—¿Qué pasó con el padre del niño?




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