—Se casó con otra —confieso con sinceridad. No tengo intención de hablar de mi pasado con Danylo, pero Serhii no oculta su curiosidad:
—No puedo creer que exista un hombre capaz de cambiarte por otra.
—Pero pasó —bajo la mirada hacia el suelo.
De pronto siento un contacto cálido sobre mi mano. Los dedos de Serhii acarician suavemente mi piel, provocándome una incómoda confusión:
—Yo no te cambiaría por nadie. Eres hermosa, inteligente, buena.
—¿Ah, y todo eso lo descubriste en media hora de conversación conmigo? —me río de manera fingida, retiro la mano y me acomodo el cabello. Ese coqueteo me resulta extraño.
Serhii no aparta los ojos de mí:
—Se percibe a nivel energético.
La camarera se acerca y él guarda silencio. Retira los vasos vacíos:
—¿Les traigo la cuenta o desean pedir algo más?
—Pediremos postre —responde Serhii con seguridad, como si realmente fuera a comerse una tarta de chocolate.
Miro mi muñeca, donde debería estar el reloj:
—Ay, ya es tarde para mí, así que, por favor, cuentas separadas.
Pienso pagar lo mío. No quiero que Serhii crea que esto es una cita, aunque, a juzgar por la agradable velada y sus insinuaciones, bien podría llamarse así. Él se opone de inmediato:
—¡No, qué dices! Yo te invité, además, gracias por la consulta —asiente hacia la camarera.
Ella trae la cuenta, él paga todo. Me pongo de pie:
—¡Gracias por la cena!
Salgo a la calle y Serhii me sigue. Nos detenemos junto a mi coche. Él se mueve inquieto de un pie a otro:
—¿Repetimos algún día? Me gustó cenar contigo.
—Eh… sí. Quizá en otro momento —murmuro con inseguridad y bajo la mirada.
No pienso volver a verlo, pero por cortesía no puedo negarme. De pronto se inclina con rapidez y me besa en la mejilla. No alcanzo a reaccionar.
—Te llamaré —afirma con seguridad.
Desconcertada y turbada, abro la puerta del coche. Me siento al volante y arranco el motor. Paso toda la noche pensando en ese encuentro, sin lograr entender las intenciones de Serhii. Incluso si de verdad le gusto, mi embarazo debería ahuyentarlo.
Danylo
Regreso a casa con la sensación de tener una piedra en el pecho. El rostro de Solomiya aún da vueltas en mi cabeza: amado, delicado. Me apartó, y ni siquiera puedo reprochárselo. Entro al apartamento. Dentro reina la penumbra; solo el parpadeo del televisor ilumina la sala.
Iryna está sentada en el sofá, envuelta en una manta fina. Ni siquiera se gira cuando entro.
—Hola —me asomo a la sala, con la intención de ir directo a la ducha.
—Llegas tarde —no aparta la vista de la pantalla—. Pensé que no vendrías.
—Me retrasé. Hubo mucho trabajo —miento.
En realidad, no quería volver a este apartamento donde todo me resulta ajeno. Objetos ajenos, una mujer ajena, un niño ajeno. En ningún lugar siento la calidez que sentía junto a Solomiya. Por desgracia, comprendí todo eso solo cuando la perdí.
Iryna da una palmada en el sofá:
—Siéntate conmigo. Me siento sola. Hoy fue un día difícil… estuve recordando a Arsen.
Sus palabras me detienen. Me encojo por dentro, pero no digo nada; solo me siento en el borde del sofá. Iryna se inclina enseguida hacia mí. Su rodilla roza mi muslo, la manta se desliza de su hombro, dejando al descubierto la clavícula y el tirante fino de su camiseta de seda. Se apoya contra mí, como si buscara protección.
—¿Recuerdas cuánto le gustaba esta película a Arsen?
Asiento apenas. Entiendo que está sola, que añora a su hermano. Pero eso no justifica su mentira. Por su culpa, la mujer que amo ya no confía en mí.
Carraspero de manera fingida y comienzo una conversación difícil:
—Hoy hablé con Solomiya. Dijo que la despediste.
—Sí, no me gustaron sus bocetos —Iryna se tensa.
—¿O quizá el problema fue su embarazo y mi pasado con ella? —lanzo mis sospechas sin rodeos.
Ella asiente.
—Eso también. Además, como diseñadora no es gran cosa.
—Le dijiste que nuestro matrimonio es real —me enciendo de ira.
Iryna no lo niega; mantiene una calma fría:
—Claro. No voy a ir por ahí gritando que es un matrimonio ficticio. Entonces no tendría ningún sentido. No hace falta contar eso a cualquiera.
—Solomiya no es cualquiera. Es la mujer que amo —no aguanto más y digo la verdad.
Iryna palidece. La chispa se apaga en sus ojos. Sus labios tiemblan levemente, pero enseguida lo oculta tras una media sonrisa irónica.
—¿La mujer que amas? —pregunta en voz baja, como comprobando si oyó bien—. ¿Y eso me lo dices a mí, después de las promesas que le hiciste a Arsen?
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