Un sonido característico confirma que el pago se ha realizado. Guardo mi tarjeta en la cartera; esta vez no ha hecho falta. Bajo la cabeza con timidez:
—Gracias…
Данило abre la puerta y la sostiene para mí. Salgo primero, apretando el bolso en el que he metido los resultados de forma desordenada. El sonido del latido que escuché hoy sigue resonando dentro de mí, como un eco persistente.
Nos detenemos afuera, frente a la clínica, y Данило vuelve a tomar mi mano.
—Gracias por permitirme estar presente —su voz es baja, casi un susurro—. Significa mucho para mí.
—También es tu hijo, y… —las palabras se me atascan en la garganta, pero al final me atrevo a decirlo— me alegra que hayas estado conmigo.
Entre nosotros se instala un silencio cálido. No tenso, sino acogedor. No quiero separarme de él, y parece que él tampoco. En sus ojos brilla una chispa de esperanza.
—¿Te parece si comemos algo juntos? Solo un almuerzo. Hablamos como adultos, sin escándalos ni pasado. Luego te llevo a casa. Dame las llaves de tu coche; me encargaré de que lo reparen. Por cierto, ¿dónde lo dejaste?
—En la Ob’yizna.
Siento que quiero estar con Данило. Por primera vez en mucho tiempo no me oprime el resentimiento en el pecho y puedo mirarlo con calma. La confianza empieza a regresar poco a poco. Asiento… y en ese mismo instante suena su teléfono.
Él suelta mi mano y saca el móvil del bolsillo. Mira la pantalla y frunce el ceño.
—Сергій —responde y se lleva el teléfono al oído—. ¿Hola?
Por el ruido de los coches no escucho la respuesta, solo veo cómo el rostro de Данило se oscurece. Sus ojos se entrecierran de golpe y la mandíbula se le tensa. Su voz se vuelve dura:
—¿Dónde está ahora?
Unos segundos después toma una decisión:
—Iré enseguida.
Cuelga, y yo me tenso. Un escalofrío frío me recorre el cuerpo. No imagino qué pudo decirle Сергій para que Данило cancelara nuestro almuerzo. Guarda el teléfono en el bolsillo y me mira con culpa.
—Ірина está en el hospital. Se sintió mal. Hay amenaza de parto prematuro y debo ir con ella. Déjame pedirte un taxi.
—No te preocupes, llegaré a casa sola —respondo sin pensarlo.
Данило ya está tocando la pantalla del teléfono.
—Es tarde, ya lo pedí y lo pagué. Dame las llaves de tu coche. Llamaré a una grúa.
—Данило, basta —levanto la mano en señal de advertencia—. Tu esposa está enferma. Yo me ocuparé de mí y de mi coche.
—No tienes que hacerlo todo sola —me toma de la mano, y estoy demasiado débil para oponerme. Un calor conocido recorre mi cuerpo, provocando un dulce mareo en el corazón—. Déjame cuidarte. Lamentablemente, tendremos que posponer el almuerzo, pero el coche lo arreglaré.
—No quiero cargar mis problemas sobre tus hombros.
—No los cargas; al contrario, así me será más fácil. Me preocuparé por ti. No necesitas correr de taller en taller; mejor descansa en casa —su voz es firme, convincente, y termino cediendo.
Saco las llaves del bolso y se las entrego a Данило. En ese momento llega el taxi. Él me da un beso descarado en la mejilla.
—Ve. Yo iré al hospital.
Abre la puerta del coche y subo al taxi.
Respiro con dificultad y me muerdo el labio. Intento tranquilizarme. El taxi avanza por calles conocidas, pero no veo nada. Todo está como cubierto de niebla, borroso, impreciso.
Subo a mi apartamento y me dejo caer de inmediato en el sofá. El vientre me tira después de la tormenta emocional vivida, y por dentro siento un vacío profundo.