Herencia Peligrosa

Capítulo 1: Rancho Cielo Azul

QUERIDOS LECTORES, COMENZAREMOS CON ESTA NUEVA HISTORIA, QUE SERA PARTE DE UNA SERIE DE LIBROS, ESTE ES EL PRIMERO. ESPERO LES GUSTE.

[***]

Actualmente en Nueva York

El zumbido constante de Nueva York era el sonido de su éxito. Un ruido blanco de ambición que Chloe Montgomery había aprendido a orquestar a su favor. Sentada en su impecable oficina de cristal y acero, revisaba los planos finales para un rascacielos de cincuenta pisos, sus dedos manchados con la tinta azul de los esquemas. Pero hoy, el familiar ritmo de su vida le sonaba hueco, como un eco en una habitación vacía.

—Chloe, línea dos. Es el abogado de la sucesión de tu tío Robert —la voz de su asistente sonó por el intercomunicador.

Un frío escalofrío, completamente ajeno al clima controlado de la oficina, le recorrió la espina dorsal. Tío Robert. El nombre era un portal directo a un pasado de polvo, calor y cielos infinitos. A un verano en Arizona que había quedado suspendido en el tiempo, tan brillante y doloroso como un fragmento de cristal al sol.

Apretó el auricular con fuerza.

—¿Hablo con la Srta. Chloe Montgomery? —preguntó una voz formal y distante.

—La misma, diga —respondió, esforzándose por mantener su tono profesional y sereno.

—Soy el notario Henderson. Tengo el deber de informarle que es la beneficiaria de la mitad de la propiedad conocida como Rancho Cielo Azul, ubicado en Piedra Luna, Arizona. La otra mitad corresponde a un tal Cade Walker.

El nombre la golpeó con la fuerza de un puño en el estómago. Cade. Por un instante, el mundo moderno y pulcro a su alrededor se desvaneció, reemplazado por la imagen de un joven de ojos color del desierto y una sonrisa que le había robado el aliento—y después, el corazón—a sus diecisiete años.

—¿Cade Walker? —logró articular, sintiendo cómo las paredes se cerraban a su alrededor.

—Así es. El testamento de su tío es muy específico. Ambos deben ser copropietarios y administrar el rancho de manera conjunta durante un mínimo de seis meses antes de que cualquiera de los dos pueda considerar vender su parte.

Chloe cerró los ojos. No solo era el rancho. Era él. Era volver a aquel lugar, a aquellos recuerdos, y enfrentarse al hombre en quien se había convertido Cade Walker. El hombre al que había dejado atrás con una carta y un corazón hecho pedazos.

[***]

Phoenix, Arizona, rumbo a Piedra Luna.

Tres días después, el sol de Arizona la recibió como un golpe. El aire, caliente y seco, le quemó los pulmones al bajar del avión en el aeropuerto de Phoenix, para luego dirigirse a su destino. Cambió su traje de chaqueta por unos vaqueros y una camisa de algodón, pero seguía sintiéndose como un bicho raro, un pajarillo de ciudad grande desplumado en medio de la vasta y brutal belleza del desierto.

Minutos mas tarde, el auto de alquiler levantó una nube de polvo rojizo en el camino de tierra que conducía al rancho. Cuando llego al sitio, lo primero que vio fue aquella figura alta. Allí, recortado contra la puerta del granero, como un espectro surgido de sus sueños más profundos, estaba él.

Cade Walker.

No era el muchacho delgado y de sonrisa fácil que recordaba. Este hombre era pura sustancia terrenal. Más alto, más ancho de hombros, con el rostro marcado por el sol y la vida al aire libre. Llevaba una camisa a cuadros abierta sobre una camiseta gris, vaqueros desgastados y botas cubiertas de polvo.

Sus brazos, cruzados sobre un pecho amplio, mostraban músculos cordados que hablaban de trabajo duro. Pero fueron sus ojos lo que le detuvo el corazón. Esos mismos ojos, que antes brillaban con promesas de aventuras, ahora la observaban con una frialdad que podría haber congelado el mismo desierto.

—Chloe —dijo su nombre, reconociéndola de inmediato. No era un saludo. Era una acusación. Una sola palabra cargada con el peso de diez años de silencio.

—Hola, Cade —respondió, esforzándose por mantener la voz firme mientras cerraba la puerta del coche. El calor era asfixiante, o quizás era la intensidad de su mirada.

—No pensé que vendrías en persona —comentó él, sin moverse de su puesto, como un centinela protegiendo su territorio—. Supuse que mandarías a uno de tus abogados con un cheque.

La punzada de sus palabras fue directa. Él ya la había juzgado y sentenciado.

—Es mi rancho tanto como tuyo —declaró, levantando la barbilla con un gesto de desafío que le salió de forma natural—. O eso me dijo el notario.

Finalmente, Cade se separó del marco de la puerta y se acercó. Su andar era pura potencia contenida, el de un hombre que se mueve en su propio reino. Se detuvo a escasos centímetros de ella, lo suficientemente cerca para que Chloe pudiera oler el aroma a jabón simple, a cuero y a pura y sencilla masculinidad. Un aroma que despertó una oleada de recuerdos tan potente que le hizo tambalearse levemente.

—Tu tío amaba este lugar —dijo Cade, su voz un susurro ronco y peligroso—. Lo sudó, lo sangró. No voy a permitir que lo conviertas en un condominio o en un spa de lujo para neoyorquinos aburridos.

Chloe sintió que el rencor le hervía en la sangre, mezclado con algo más peligroso, algo que había permanecido latente todos esos años.

—No he venido a venderlo —replicó, clavando la mirada en la de él—. Solo he venido a reclamar lo que es mío.

Una sonrisa fría y torcida se dibujó en los labios de Cade.

—Eso —dijo, y su mirada recorrió su cuerpo, desde sus botas nuevas hasta su recogido perfecto cabello, con desdén— es exactamente lo que temía.

Sin añadir nada más, dio media vuelta y se dirigió hacia la casa principal, dejándola plantada en medio del polvo, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho y la evidencia de que recuperar su herencia significaría tener que enfrentarse al único hombre que había conseguido romperle el corazón... y que, al parecer, estaba decidido a hacerlo de nuevo.




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