Herencia Peligrosa

Capítulo 3: Una pequeña victoria

El tictac del reloj de pared en la cocina marcaba el ritmo de una tensión que tenía la densidad del aire antes de una tormenta. Cade no había vuelto a dirigirle la palabra después del enfrentamiento en la oficina. Chloe lo había oído entrar tarde, sus pasos pesados resonando en el porche antes de que la puerta principal se cerrara con un golpe sordo que pareció sacudir los cimientos de la casa.

Esa mañana, Chloe se despertó con la determinación de acero que la había llevado a la cima en un mundo de hombres en Nueva York. Cade podía despreciarla, podía intentar ignorarla, pero no podía negar los números. Y los números gritaban que el Rancho Cielo Azul se estaba muriendo.

Vistió unos vaqueros viejos que había comprado en una tienda de Phoenix y una camisa sencilla. Se recogió el cabello en una cola de caballo baja y práctica. No era la arquitecta glamorosa hoy. Era una mujer con una misión.

Lo encontró en el corral, junto a un potrillo que cojeaba visiblemente. Cade estaba arrodillado, examinando la pata del animal con una concentración feroz. La ternura con la que sostenía la pezuña del joven caballo contrastaba brutalmente con la dureza que le mostraba a ella.

—¿Qué le pasa? —preguntó Chloe, deteniéndose a una distancia prudencial.

Cade ni siquiera alzó la vista.

—Una espina. Es profunda. Si no la saco, se le infectará —su voz era plana. Era el único tono en el que parecían poder comunicarse sin arrancarse la garganta.

—¿Puedo ayudar?

Esta vez, sí la miró. Una ceja se arqueó en un gesto de puro escepticismo.

—¿Sabes algo de caballos, princesa? ¿O solo de cómo venderlos junto con la tierra que pisan?

Chloe apretó los puños, respirando hondo. El olor a heno, a animal sudado y a Cade, una mezcla de cuero y esfuerzo, llenó sus pulmones.

—Soy lo suficiente inteligente como para seguir instrucciones. Y sé que si este rancho quiebra, ese potrillo y todos los demás tendrán un futuro muy incierto.

Algo se quebró en la armadura de Cade. Un parpadeo rápido, un casi imperceptible apretón de mandíbula. No le quedó más que asentir, pero brusco.

—Sujétale la cabeza. Háblale bajo. No dejes que se asuste.

Durante los siguientes veinte minutos, una tregua frágil como el cristal se instaló entre ellos. Chloe hizo lo que le pedía, susurrando tonterías al oído del potrillo nervioso, sintiendo el calor del animal y la tensión en el aire.

Observó las manos de Cade, grandes y callosas, trabajar con una precisión perfecta. No era la fuerza bruta de un vaquero, sino la habilidad paciente de un hombre que entendía y respetaba a las criaturas bajo su cuidado. Esas manos, que ella recordaba acariciando su rostro con una devoción que la hacía estremecer, ahora extraían un fragmento de madera afilado y ensangrentado de la carne tierna.

Cuando terminó, Cade se puso de pie y el potrillo, aliviado, se alejó cojeando levemente.

—Gracias —masculló Cade, evitando su mirada mientras limpiaba sus herramientas.

Fue la primera palabra casi amable que le dirigía. Chloe sintió una victoria pequeña y absurda.

—De nada —respondió. Luego, antes de que el momento se rompiera, añadió—: Necesitamos hablar de los libros, Cade. No es una inculpación. Es una realidad.

Cade suspiró, un sonido que parecía salir de lo más profundo de su ser. Se quitó el sombrero, pasándose una mano por el cabello oscuro desordenado. A la luz de la mañana, Chloe pudo ver las líneas de cansancio alrededor de sus ojos, las sombras que hablaban de noches en vela y preocupaciones constantes.

—Lo sé —admitió, por fin. Su voz era ronca, cargada de un peso que Chloe no le había reconocido antes—. Lo sé, Chloe. Pero no es solo cuestión de números. Es… la sequía del año pasado, la maquinaria que se rompe… —Hizo un gesto vago con la mano, abarcando todo el rancho—. Es mantener a flote un barco que hace agua por todas partes.

—No tienes que hacerlo solo —indicó ella, suavemente.

La mirada de Cade se encontró con la suya entonces, y la intensidad de esos ojos la dejó sin aliento. Allí, detrás de la rabia y el resentimiento, había una soledad tan vasta como el desierto que los rodeaba.

—¿Y tú por qué lo harías? —inquirió, con genuina curiosidad—. Tienes una vida allí. Rascacielos, fiestas de cóctel… ¿Qué te importa este montón de polvo y recuerdos amargos?

La pregunta la golpeó con más fuerza que todos sus insultos juntos. ¿Por qué? Porque al verlo luchar, había sentido algo que no sentía frente a sus planos perfectos: un propósito. Un desafío real.

—Porque también es mío, me corresponde —reconoció, y la simpleza de la verdad resonó en el aire quieto—. Y porque, a pesar de todo, aún puedo ver por qué mi tío lo amaba.

Cade la estudió por un largo momento, como si buscara una mentira en sus ojos. Finalmente, asintió.

—Esta tarde —concedió—. Después de comer. Revisamos los libros juntos.

Fue un triunfo. Pequeño, sí, pero significativo. Mientras Cade se alejaba hacia los establos, Chloe se quedó en el corral, el sol de Arizona calentándole la nuca. El rancho ya no era solo una herencia incómoda o una batalla campal con su pasado. Se había convertido en un rompecabezas gigante, y la pieza más compleja y fascinante no era solo la tierra, sino aquel hombre de ojos ámbar y corazón fortificado que, por primera vez en diez años, no la había mirado como a una enemiga.

Sabía que la paz era frágil. Que la sombra de "Desert Core" seguía acechando y que los demonios de su pasado compartido no se habían disipado. Pero mientras se quedaba allí, observando cómo los caballos pastaban en la distancia, una semilla de esperanza, tan tenue como el primer brote verde después de una sequía, comenzó a germinar en su pecho.

Tal vez, solo tal vez, no era demasiado tarde para reconstruir algo más que un rancho. Tal vez también pudieran reconstruir la confianza que una vez los había unido, ladrillo a ladrillo, hasta formar algo capaz de resistir cualquier tormenta.




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