Heridas de amor

4. Miradas y un beso

Julissa

Un nuevo día me da la bienvenida a esta ciudad, me levanto y abro la cortina dándome una hermosa vista, aspiro el aroma del asfalto mojado. Al parecer, anoche llovió, provocando ese olor característico que me encanta.

Regreso a la habitación y me dispongo a vestirme para la ocasión, opto por algún vestido que me haga sentir cómoda, después de todo voy a pasar el día entero escuchando números y más números; ya me conozco el protocolo.

Antes de salir hago lo más importante de día y es hablar con mis retoños, enseguida que compruebo que están bien y que la nana los lleva a la escuela, me dispongo a empezar lo siguiente importante; el trabajo.

Llego a la sala de juntas y al parecer soy la primera en llegar, a esta reunión también invité a Gael, para que se familiarice con todos estos asuntos. Envío un mensaje para saber si está por llegar.

—¿Puedo ofrecerle algo de tomar? —pregunta unos de los del servicio.

—Un café, por favor. —El hombre se retira en busca de mi pedido mientras que yo me dispongo a leer algunos de los informes que ya me han enviado por correo electrónico, no lo he hecho porque este no es el único que necesita mi atención.

El chico interrumpe mi concentración al poner la taza frente a mí. Aprovecho para ver la hora y me doy cuenta de que llegué muy temprano, todavía faltan cinco minutos para la hora pactada de la reunión.

Sigo en lo mío hasta que llega el primero.

—Buenos días, es un placer tenerla aquí. —Se presenta el hombre que ya conozco solo por videollamada—. Soy Alberto Díaz, gerente de los hoteles Ruiz & Ferrer, en unos momentos va a estar el presidente de la compañía con usted.

—Gracias por el recibimiento, espero que su jefe no tarde, ya que la puntualidad es una clave para hacer buenos negocios.

—En eso estamos de acuerdo.

—Ahí lo tiene. —Escuchamos el sonido de la puerta y de ella viene entrando Gael.

—El señor Gael Ferre, me acompañará para ponerse al día.

—De acuerdo —noto que no está del todo de acuerdo, pero no me importa, aquí soy la que manda y con una decisión mía puedo llegar a desestabilizar su negocio, porque soy el socio que le da renombre a esto y soy consciente de que la empresa que manejo es la que los ha sacado a flote.

No pasa mucho antes de que la puerta se vuelva a abrir, dirijo mi mirada hacia allá y juro que, si estuviera de pie, lo más probable es que me hubiera caído. Siento mi corazón acelerado, la respiración me falla y quiero salir corriendo para no verlo más.

Pero la tonta fui yo al no revisar el nombre completo de mi socio, en mi defensa puedo decir que me estoy familiarizando y hay cosas que todavía paso por alto. Y este es uno de ellos.

—Buenos días, disculpen la demora —Saluda y camina hacia su gerente a quien saluda. No viene solo, lo acompaña su secretaria o asistente. De pronto me tengo preguntándome si a ella también la tiene de amante. No pierdo detalle de la manera en que lo mira y caigo en cuenta, este hombre es un cliché con sus secretarias y yo fui una más de la que ya ni se ha de acordar.

Salgo de mis pensamientos cuando el hombre termina de saludar y camina hacia mí, unos cuantos pasos después lo tengo a mi lado y el nerviosismo comienza a invadirme.

Por inercia me levanto para saludarlo.

—Rodrigo Ruiz, socio de esta cadena de hoteles.

—Mucho gusto, Julissa Ferrer, es un placer conocerlo —Trato de que mi voz no suene nerviosa. Tomo la mano que me ofrece y enseguida una descarga se produce en mi cuerpo, los recuerdos se hacen más vivos y de nuevo tengo ganas de salir corriendo.

El hombre me mira, busca algo y deduzco que no me reconoce, lo único que tengo de la mujer del pasado es el nombre.

—¿Nos conocemos de algún sitio? —Abre los ojos de manera descarada—, pero claro que nos conocemos, eres Julissa. Mi Julissa. —Termina de decir con descaro.

—Parece que me confunde y si está de acuerdo, es mejor que empecemos con la reunión —sentencio al notar que todos los ojos están puestos en nosotros después de lo dicho.

Enseguida Gael se sienta a mi lado, demasiado cerca para mi gusto, esa situación me pone un tanto incómoda.

—Estando todos presentes, podemos dar inicio a la reunión —propone el gerente. Asiento dándole la razón, ya que hablar, no deseo.

—¿Puedes tomar nota de todo? —le pido a Gael, porque no lo traje aquí por lujo. Soy consciente de que es nuevo en esto y posiblemente lo haga mal, pero es una prueba. También me tocará tomar nota a falta de una asistente.

El hombre empieza con su discurso, presentándome la empresa hotelera, la cantidad de hoteles, y más números. Entre tanto, el hombre que alguna vez amé, no me quita los ojos de encima. Llega un punto en que he dejado de prestar atención a la reunión a pesar de todos mis intentos y del esfuerzo que le pongo.

—Propongo cinco minutos, necesito hacer algo con urgencia.

Los hombres voltean a verme y sin importar lo que piensen me levanto y salgo de la sala en busca de un baño. Al encontrarlo me encierro y hago algunos ejercicios de respiración para concentrarme y volver a ahí. No voy a permitir que el hombre aquel siga gobernando mi mente, él no tiene ese derecho y yo no debo de sentirme cómo me siento.




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