Heridas de amor

5. Instinto

Rodrigo

De nuevo me he levantado tarde, pero esta vez no se trata de una juerga o de haberme enredado con alguna mujer cualquiera. En esta ocasión es mucho más especial, un hermoso sueño es el que me impide despertar a buena hora.

Al abrir los ojos todo es tan claro y tan real que hace que mi corazón lata de felicidad porque ese sentimiento que pensé había desaparecido, se hace presente con más fuerza, incluso extiendo mi mano, imaginando que la voy a ver durmiendo a mi lado.

Me quedo viendo el techo más de la cuenta, no tengo ganas de levantarme, deseo que la sensación siga aquí, que no me abandone. De pronto escucho sonar el teléfono y con toda la desgana del mundo lo levanto.

—Buenos días, Rogelio. Llamaba para recordarte la reunión que tenemos el día de hoy.

—¿Por quién me tomas? Claro que estoy casi listo —miento.

Al colgar la llamada me levanto y me pongo decente para asistir a la dichosa junta y al fin conocer a la viuda de Antonio Ferrer. No la conozco, pero me llegaron ciertos rumores que se han esparcido; según se dice, esta mujer se casó con él hace poco tiempo, parece que ya tenía todo planeado para quedarse con su herencia. Es de esas mujeres que van por la vida buscando su beneficio, valiéndose de la juventud y belleza que posee. No sé qué tan cierto sea, ya veremos con quien me encuentro en la reunión. Eso sí, yo no pienso lidiar con mujeres caprichosas, y si no sabe de negocios, lo mejor es dejar la sociedad de lado.

Desayuno algo liviano y salgo hacia el hotel. Miro mi reloj y voy justo a tiempo, aunque yo debería de ser quien estuviera primero para recibirla.

Al llegar al hotel me encuentro con Dominica, mi secretaria, enseguida de saludarla, caminamos juntos en dirección a la sala de junta mientras me va diciendo los demás pendientes que tenemos.

De pronto, antes de entrar a la sala de juntas, ese olor tan peculiar, el olor a rosas, se hace presente. Al irrumpir en la sala ese aroma se hace más fuerte y como si de un imán se tratase, mis ojos se dirigen directamente a la mujer que ya se encuentra sentada. Puedo parecer un grosero, pero no puedo despegar la vista de ella, su rostro es tan familiar y sobre todo ese olor hace que la sospecha tome demasiada fuerza.

—Rodrigo Ruiz, socio de esta cadena de hoteles. —Extiendo la mano aspirando con más fuerza su olor sin dejar de buscar la familiaridad en su mirada y ese color de ojos que siempre me encantó.

—Mucho gusto, Julissa Ferrer, es un placer conocerlo —Soy capaz de darme cuenta de lo nerviosa que se encuentra, le tiembla la voz al presentarse.

Enseguida que toma mi mano, una descarga eléctrica resurge de algún lado de mi ser, me recuerda a una película donde un hombre con solo tocar a las personas puede conocerlas o descubrir su pasado, en mi caso, ese simple toque reproduce en mi cabeza miles de imágenes, todas con ella; Julissa. Su nombre me la recuerda, puede que sea eso.

—¿Nos conocemos de algún sitio? —pregunto, abriendo los ojos con mayor descaro—, pero claro que nos conocemos, eres Julissa. Mi Julissa. —Termino de decir, asegurando aquello que es imposible de seguir ocultando.

Así que ella es la mujer que engatuso a un hombre para que le dejara su herencia, así que Julissa se convirtió en aquello que más odiaba; combinar la cama con dinero.

—Parece que me confunde y si está de acuerdo, es mejor que empecemos con la reunión —sentencia después de que los presentes se me quedan viendo por la manera en la que la llamé.

Es increíble la capacidad que tiene de fingir que no me conoce, incluso ignorar mi presencia, por mi parte ya no hay más dudas y estoy más que seguro que es ella.

Me siento y a mi lado lo hace la secretaria que enseguida toma su libreta en donde tomará nota de lo que se va a decir aquí. Julissa en algún tiempo ocupo esté lugar y jamás imaginé verla en otra posición.

Me es imposible no reparar en el hombre que la acompaña, este jamás deja de estar cerca, a mi gusto están demasiado juntos y eso me molesta. La familiaridad con la que se hablan y la mirada lujuriosa que no se le quita al tipo, me ponen de mal humor.

La reunión comienza y lo que no puedo soportar es que ella no reparé en mí, que ni siquiera me preste la mínima atención concentrada en lo que dice Alberto. Llega un punto en que ella se disculpa para ir al sanitario, aprovecho para conocer un poco a su acompañante.

—¿Usted es? —pregunto.

—Tal vez si hubiera llegado temprano lo sabría —murmura en voz baja, pero soy capaz de escucharlo—. Gael Ferrer, hijo de Antonio Ferrer y, por lo tanto, casi dueño de todo esto. —Su manera de expresarse me indica el tipo de hombre que es.

Además, a mí no me importa quién sea el heredero, aquí la representante es Julissa y eso es lo relevante.

—Es curioso, porque aquí parece un asistente más. —El filo en mis palabras es más por verlo cerca de ella—. Esto puede sonar personal, pero usted y la señora Ferrer parece que tiene una buena relación.

—Lo que es obvio a la vista de todos es algo que no se aclara. Sí me disculpan. —Se levanta de mesa y va tras ella, de eso estoy seguro.

Pasan algunos minutos y ninguno de los dos hace acto de presencia, entonces salgo en su búsqueda y a quien me encuentro es a Gael, con una sonrisa de triunfo en su rostro. Lo dejo pasar y me quedo aquí, a la espera de que ella parezca.




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