Herido

¿FUI YO EL CULPABLE?

         Llegados a este punto admito que te culpo por todo este dolor que ahora me supera. Por estas heridas que nadie ve pero que de igual manera desangran mi cuerpo. Mi alma. Te culpo por no haber sido claro, por jugar con unos sentimientos que te confié aún después de saber de dónde venía…

         Y supongo que culparte a ti es más sencillo que admitir que fui yo quien cometió los mismos errores. Seguí un camino ya recorrido y el que una parte de mí se rehusaba a continuar. Fui un completo idiota al ignorar todas esas señales de alerta: ¡DETENTE! ¡NO ENTRES AHÍ! ¡ESTE NO ES EL CAMINO! Las ignoré y ahora que estoy en este lugar helado y desolado me arrepiento de todo.

         Fuiste… no. Eres esa clase de chico que siempre se convierten en mi debilidad. Supiste respetar mi espacio, mi tiempo, mis temores. Nunca me presionaste a algo que no quería y fui yo quien terminó cediendo a todo. Entre pequeñas palabras cargadas de sentimiento derrumbaste esos muros que me protegen de todo y de todos. Entraste en mi mundo y apreciaste esos pequeños detalles que muchos no saben entender, apreciaste esa vulnerabilidad que no a todos dejo ver por miedo a que me lastimen. Te quedaste ahí conmigo, abrazaste mis miedos y los convertiste en algo hermoso, las pesadillas se transformaron en sueños y tú en una luz que nunca quise apagar.

         Me mostraste todo lo mejor de ti y fue mi error idealizarte perfecto. Te subí a un pedestal en el que para mí llegaste a ser todo y más. Me hiciste creer que eras el hombre que deseaba en mi vida.

         Pero el tiempo me estrelló contra la dolorosa realidad. Creo entender que como eres conmigo también lo eres con los demás. Esa amabilidad y amor no eran solo para mí aunque tú aseguras que sí. Ese fue uno de los golpes más duros en mi vida, y es triste entender que años atrás ese mismo suceso con una persona distinta me dejó por los suelos. No logro discernir qué es lo que me duele más: la forma en que me lastimaste o el hecho de que cometí el mismo error dos veces.

         En una charla nocturna en la que decidimos sincerarnos me preguntaste que pasaba. Me sentía al borde del colapso, mis ojos apenas retenían las lágrimas y en mi garganta un nudo me ahogaba. ¿Qué me pasa? Me dolió de una forma que no imaginas lo que hiciste. Me sentí traicionado, me sentí herido. Sentí que has roto en mí algo que hace poco había reparado. Tu mirada tranquila me desconcertaba, y con esa voz suave que hace tiempo me encantó y que en ese momento se volvió en el peor de mis martirios respondiste: entiendo. Te quedaste callado por unos segundos, pensando quizá, en la forma más amable de mostrarme una realidad diferente a la que yo creía. Te quiero mucho, comenzaste a decir, pero esto no irá a ningún lado. No quise que sintieras esto, no quise lastimarte de esta manera. Me gusta la forma en la que coqueteamos, en el juego amoroso que tenemos pero solo quiero que seas mi amigo, no podemos ser nada más. Si creí que ya no podía romperme más una vez más me demostraste que me equivocaba. Sólo permití que mis ojos derramaran un par de lágrimas pues algo en mí, la parte que siempre logra mantenerme de pie cuando algo me lastima, me dijo que no valía la pena demostrarte lo mucho que me habías lastimado. En ese momento me hubiera gustado preguntarte: ¿por qué? ¿Por qué jugar con los sentimientos de alguien? ¿Por qué me llenabas de palabras tiernas y amorosas si en realidad no las sentías? ¿O vas a decirme que sí las sentías? No dije nada. Si hablaba, o mejor dicho, si lo intentaba, lo único que saldría de mi boca sería el llanto que me esforzaba por contener. Una torcida y maltrecha sonrisa se formó en mis labios. No sé si la creíste pero ya no dijiste nada. Sólo preguntaste: ¿estamos bien? Asentí y no dije nada más.

         Después de ese día traté de tomar distancia. El tiempo y alguien antes que tú me enseñaron que es imposible cerrar una herida si el que te hirió sigue ahí, como un recordatorio pulsante que a pesar de amar, te hiere. Lo entendiste al principio. Me dejaste solo, herido y tratando de encontrar una paz que no supe conservar. Te lloré por varias noches, aparecías en mi mente y me preguntaba si tú sentías ese dolor que me consumía a mí. No lo sé ahora y nunca lo sabré porque a pesar de que me lo dijeras, ya no sabría confiar en tus palabras.

         ¿Te confieso algo? Esa pregunta me lastima casi tanto como lo que tú me hiciste: ¿te duele tanto como me está doliendo? ¿O soy yo el único que está lamentando algo que no pudo ser?



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En el texto hay: desamor, soledad, dolor

Editado: 06.09.2020

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