Después de recuperarme de la impresión por mi nuevo reflejo, recordé que tenía que buscar a la señorita Erika, si bien es cierto que el médico había dicho que se encontraba saludable y bien, también es cierto que me inquietó el que mencionara a mi hermano.
Realicé un hechizo de transformación y la deplorable bata de algodón se transformó en mi habitual traje victoriano que me había acostumbrado a usar cuando me heredaron a mi actual ama, también lo hice porque no estaba seguro de que los demás humanos pudieran percibir mi nueva apariencia demoniaca. Al salir al pasillo, me encontré con un viejo conocido, no muy grato.
- Pero miren quien viene ahí. Mi querido hermano menor. – dijo con una sonrisa de oreja a oreja. Conservaba la imagen homóloga a mi ama, y eso me hacía rabiar cada vez que lo veía, pero habían cambiado varias cosas desde nuestro último encuentro. El tatuaje ahora lo tenía en el cuello y tenía nuevas perforaciones en el oído y en la ceja izquierda, vestía una camisa negra con corbata roja y pantalón de vestir, y en las manos, llevaba un ramo de rosas rojas, blancas y negras. – Estaba comenzando a preocuparme de que no despertaras.
- ¿Qué haces aquí? El ángel y yo te dijimos que no eras bienvenido aquí.
- Vine a ver a mi novia. ¿Es un pecado?
- ¿A sí? – me permití esbozar una sonrisa sarcástica ante la idea. - ¿Y se puede saber quién es la humana idiota que creyó en el amor de un demonio? – cuando acabé de formular mi pregunta, Dominicus comenzó a sonreír de una manera inquietante.
- La misma que creyó que un ángel caído, es decir, un demonio por convicción, podía ser su amigo. – ante esa respuesta, mi interior comenzó a inundarse de odio y rabia. – Ya no te causó tanta gracia, ¿verdad?
Estuve a punto de transformarme en ese instante, no podía evitarlo, por mí misma naturaleza, era más vulnerable y visceral que el resto de los demonios; cuando pasó en medio de nosotros un niño de nueve años que se me hizo demasiado familiar. Dominicus lo siguió con la mirada hasta que se metió en la habitación contigua a la mía.
– Ahora, si me disculpas, se me está haciendo tarde para reunirme con familia.
Dominicus comenzó a caminar hacia la habitación y me evitó, pasando por mi lado derecho, en ese momento, lo tomé del brazo y lo detuve en seco.
- Te advertí que te alejaras de Erika, ella es mía y si tengo que destruirte para que la dejes en paz, no dudaré en hacerlo.
- ¿En serio? ¿Serías capaz de eso?
- Ponme a prueba. – transformé solo mi mano y traté de atravesarlo por el estómago, pero una fuerza extraña me detuvo a escasos centímetros de él, y por más energía que le imprimía al zarpazo, algo me seguía deteniendo.
Ese gesto me desconcertó, cuando levanté la mirada, me encontré con la de mi hermano, divertido y fascinado con mi impotencia y creciente molestia.
- Cuidado hermano, aun en esta patética forma humana, sigo siendo poderoso y puedo llegar a ser letal. Recuerda que no estas tratando con demonios inferiores. – su voz penetró hasta el fondo de mis oídos y, por primera vez, lo consideré una amenaza. – Además, no iré a ninguna parte mientras “tú” humana me quiera a su lado. Deberías analizar tus ordenes antes de obedecerlas.
- ¿Qué quieres de ella? ¿Diversión? Anabel, la madre, la enfermera, hasta Lujuria y Envidia, cualquiera puede darte eso.
- Exactamente, cualquiera puede darme diversión, pero da la casualidad de que no estoy buscando eso.
- ¿Entonces?
- Todo a su tiempo, hermanito, todo a su tiempo. – zafó su brazo de mi mano y siguió caminando, ignorándome como si no hubiera sucedido nuestro encuentro.
Mi familia venía a visitarme todos los días, o al menos, eso intentaban. Nunca me dejaron sola, ni siquiera cuando Dominicus se ofrecía a cuidarme para que mis padres o mis abuelos se fueran a descansar. Era muy extraño, mi familia si lo conocía y me hablaban de él con una familiaridad digna de un amigo de años y, a pesar de su estilo alternativo de vestir, mis padres aprobaban nuestra “relación”, de la cual, yo no recordaba detalle alguno. No recordaba cuando ni donde lo conocí, cuando nos hicimos novios, cuanto tiempo llevábamos siéndolo; su rostro, su voz, su aroma, todo era completamente ajeno a mí, pero al ver su actitud comprensiva y cariñosa conmigo, y que mi familia lo aceptaba, terminé por tratarlo, para intentar recordar algo.