Heterocromía Iridis

ÁNGELES DE LA GUARDA

Leonor y yo caminamos por el pasillo, aunque aceptábamos estar uno al lado del otro y esa situación nos era grata, se podía percibir cierto aire de tensión en el ambiente; estuvimos en silencio por varios minutos, hasta que yo rompí la tensión.

- ¿Cómo has estado en estos últimos siglos? 

- Bien, aunque hubo un tiempo en que cambiaba frecuentemente de estrella, todo fue soportable. – contestó a mi pregunta amablemente, aunque la sentí algo distante. 

Cada ángel guardián tiene la libertad de llamar a los humanos que le son asignados al momento de nacer de cualquier manera que les plazca, mientras el nombre refleje el amor de Dios. Leonor había decidido llamar a sus humanos “estrellas”. 

- Durante el Ciclo E1, ¿verdad? – el nombre del periodo de la historia en que hubo una serie de pandemias continentales que cobraron el mayor número de vidas, ni siquiera en las Guerras Mundiales existieron tantos decesos como en los ciclos E. 

- Si. 

- También fue un periodo algo largo para los demonios, muchos humanos estaban ansiosos por hacer pactos con tal de librarse de las enfermedades. – comenté con una sonrisa sarcástica, recibí una mirada severa y de desprecio por parte de Leonor. 

- El sufrimiento humano nunca debe ser motivo de regocijo para un ángel.

- Debes recordar que yo no soy un ángel. 

- Pero lo fuiste. – su melodiosa voz quemó mis recuerdos y mi corazón, removió un pasado que no quería recordar y una herida que seguía ardiendo. – Horacio, sin rodeos. ¿Por qué le mientes a esa humana? 

La pregunta tan directa y el tono áspero de su voz me hizo voltear a verla directamente a los ojos, situación que vino acompañada de la correspondiente reprimenda. Está prohibido que un ángel y un demonio crucen miradas, ya que el demonio es indigno de la bendición de Dios, y el ángel tiene la orden de exterminar a toda aquella criatura que desafíe la ley de Dios. Tanto en ella como en mí, se marcó una nueva cicatriz, una línea delgada y al rojo vivo se dibujó desde los parpados inferiores hasta el mentón.    

- ¿A qué te refieres? – desvié la mirada en cuanto el dolor se volvió insoportable. 

Sus ojos eran blanquecinos, sin pupila, ni iris, ni rasgo humano, solo había blanco en las cuencas donde debían estar las ventanas de su alma. Su apariencia no había cambiado en siglos, esos segundos que cruzamos nuestras miradas, y mis ojos recorrieron su cuerpo, me permitieron ver una vez más a mi amiga de cacería. Cabello negro, lacio y largo, alta, morena clara, delgada, de músculos marcados, pero figura estilizada, su ropa siempre era de tonos verdes y dorados. 

- ¿Por qué no le dijiste la verdad? Que fuiste tú quien renunció a la protección y al poder infernal por salvarla.

- ¿Cómo sabes eso?

- Todos en el Conclave lo saben, mejor dicho, todo el mundo lo sabe. Es un acontecimiento poco común y muy… peculiar. ¿Por qué le mentiste y le hiciste creer que te vendió su alma?  

- ¿Acaso eso te afecta? – pregunté, mientras trataba de disolver el dolor de la cicatriz en las palabras. - ¿Es tu “estrella”?

- No. Soy ángel guardián de su hermano menor. Lo cual me recuerda… - Leonor se detuvo en seco y sacó de su gabardina una pluma fuente que se convirtió en un mazo en cuanto la empuñó de la base, los metales celestiales con las runas doradas se estrellaron en mi cabeza, lanzándome hacia la pared; me estrellé de espaldas y luego caí de sentón en el piso. Cuando tomé conciencia de lo que había pasado, me levanté y estuve a punto de desenfundar mis dagas, cuando vi que Leonor volvió a guardar su mazo. – Eso es por el ojo de mi estrella. 

- Pensé que los ángeles no eran violentos. 

- Te lo mereces. – permaneció inmóvil enfrente de mí, mientras me observaba desde arriba, parecía que disfrutaba el hecho de que su mazo casi me zafara la mandíbula. - ¿Qué ganas con mentirle a esa chica? 

- No quiero que se confunda y se haga ideas extrañas. – contesté mientras me levantaba del suelo con dificultad. Leonor me miraba con una mirada imperturbable, esperando el completo de mi respuesta. – Si hice eso, fue porque me convenía, no porque sienta algún tipo de cariño por ella.  

- Aja. – por primera vez, sentí sarcasmo en su voz, a lo cual sonreí. 

- ¿No me crees?

- Eres un demonio, ¿no? Eres especialista en esconder tus verdaderos motivos y en mentirle a todo el mundo, incluso a ti mismo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.