- ¡Señorita! - llamé en cuanto entre en la habitación donde había dejado dormida a mi ama, pero no la encontré.
Todos los aparatos médicos estaban sonando como locos en un irritante tono agudo y monótono, cada electrodo que debía estar conectado al cuerpo de la señorita Erika, colgaba con hilillos de sangre en los bordes, yendo de un lado al otro semejante a un péndulo.
- Por la espada de Gabriel, ¿qué sucedió aquí? - exclamo Leonor al revisar las sabanas de la cama donde debía estar acostada la hermana de su estrella, levanto las sábanas de algodón y me mostró las manchas de escarlata que se extendían de diferentes tamaños, como si un artista hubiera lanzado bolas de pintura en un lienzo en blanco. - ¿La habrán atacado?
Negué con la cabeza, ni yo creía en esa posibilidad, si la hubieran atacado medio hospital se hubiera dado cuenta, además de que ella se hubiera defendido hasta que yo llegara. Comenzamos a revisar la habitación, cuando un sonido en el cuarto de baño llamó mi atención, Leonor se quedó revisando cada uno de los aparatos médicos, hasta que levantó un cable que parecía haber sido arrancado.
- Horacio, falta un catéter. - anuncio con preocupación. Dirigí mi atención hacia Leonor cuando una sensación diferente invadió mis pies al caminar, era como si el suelo estuviera resbaloso.
En el suelo descubrí que había un camino marcado por pequeñas motas rojas que resaltaban en el suelo blanquecino de la habitación, la hilera de pequeñas gotas escarlatas guiaba desde la cama hasta la puerta del baño, la cual estaba cerrada y la luz del interior estaba encendida.
Sin esperar a que mi mente se formulara idea alguna, me dirigí a la puerta y me encontré con un acceso cerrado, la puerta estaba cerrada con llave y, por alguna extraña razón, mi mano ardió cuando tocó el picaporte, haciendo que soltara un quejido acompañado de una maldición.
- ¿Qué demonios...? - escuché exclamar a Leonor, era curioso que ella usara esa expresión.
- ¿Señorita? ¿Se encuentra bien? - llame, pero no obtuve respuesta. Se escuchaba agua corriendo en el interior del cuarto de baño y varios pasos descalzos sobre la loseta. - Señorita Erika, abra la puerta.
Volví a apoyarme en sobre la puerta y el intenso ardor volvió a recorrer mi piel, las manos, apoyadas en la madera hueca de prefabricado de la puerta, se cocían al contacto y la piel se me desprendía del músculo en capas, como si estuviera mudando de piel; estaba a punto de separarme de la puerta cuando escuche un sonido que me pareció lejanamente familiar, pequeñas formaciones sólidas chocando en paredes de plástico, arrastrándose hacia arriba y hacia abajo, como si fueran la sonaja de un bebé. En ese momento, un recuerdo invadió mi mente.
- Horacio tus brazos... dijo Leonor al acercarse a mí, en un inicio para ayudarme a abrir, pero, en cuanto vio las hileras de sangre que se formaron sobre la puerta de madera al apoyar los brazos, me separo a la fuerza y volvió a revisar.
Al alzar las tiras de tela que antes eran las mangas de mi camisa, los que antes eran delgados surcos, ahora parecían zanjas que se abrían paso en mi carne al rojo vivo.
- ¿Tú crees que...? - ni siquiera la deje terminar su pregunta.
- ¡Erika! - grite mientras azotaba la puerta con los puños para luego jalar al grado de casi arrancar el picaporte que mantenía cerrada la puerta. - ¡Erika! - era extraño, la puerta hubiera cedido a los puñetazos y se hubiera abierto hecha añicos.
Algo la protegía, comencé a revisar la puerta con desesperación y vi en el centro dibujada una runa antigua, eso era lo que me impedía entrar, pues, mientras más fuerza ejerciera sobre la puerta, la runa actuaba en un hechizo de protección. La ira comenzó a llenar mi cuerpo, mi alma y mi cerebro, la sola idea de sentirme débil e inferior a algo me mataba, pero no tanto como la idea de que la señorita terminara su existencia de forma tan estúpida, había arriesgado demasiado por esa humana como para dejar que acabara de esa manera.
- ¡Apártate Leonor!
- Espera, primero hay que borrar la runa, sino nunca podrás abrir la puerta y la mitad de tu cuerpo se quemara.
- ¡No hay tiempo! ¡Quítate o abro la puerta contigo en medio!
Sin esperar a que Leonor se quitara, comencé a lanzarme contra la puerta con toda la fuerza de la que disponía, la primera vez que lo hice, fue a una distancia demasiado corta, la manga del traje se pulverizó y la puerta no sufrió perturbación alguna, eso me hizo enfurecer aún más. Volví a lanzarme contra la puerta, pero tomando una distancia de un par de pasos para aumentar la fuerza de impacto, la manga de la camisa se prendió en llamas y la puerta crujió levemente, pero no se abrió. Sin escuchar las palabras de Leonor, repetí la misma acción tres veces más, en la última, parecía que había dejado la piel pegada a la puerta como si se tratara de un sartén friendo tocino. Cada vez que repetía la acción, tomaba más distancia y la puerta parecía ceder, si algo sabía con certeza, es que ningún hechizo de protección dura para siempre.