Heterocromía Iridis

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Ya avanzada la noche, cuando todo el mundo estaba dormido y solo el velador estaba aún despierto, dando su ronda de vigilancia, yo estaba paseando en el pasillo, más bien, practicando el manejo de la maldita silla de ruedas, enfrente de la habitación de mi hermana, cuando escuché pasos inquietos y un par de voces discutiendo al fondo del pasillo. Siendo lo más discreto posible, me acerqué y vi, después del cruce de los pasillos, enfrente de los elevadores, a Horacio discutiendo con Dominicus.

- ¡Te lo advierto! ¡Deja a mi ama en paz! – dijo amenazante Horacio, con el rostro desfigurado por la ira. 

- ¿Qué? ¿No te gustó la obra de teatro? – preguntó con un gesto cínico e inquietante Dominicus. – Debo aceptar que tu humana es muy creativa, lo único que hice fue hacerle un par de comentarios sobre la clase de miserable humano que era aquel que recurría a tratos con demonios, y además de lo injusto era que ella no tuviera rasguño alguno, mientras que un hermano suyo quedó tuerto y el otro invalido. 

Horacio embistió a Dominicus y lo estrelló contra la pared, agarrándolo del cuello de la camisa y alzándolo en el aire. El “novio” de mi hermana dejó escapar un leve quejido acompañado de una risa burlona, en ese momento, pude observar que los dientes de Dominicus eran triángulos perfectos, su dentadura parecía más la de un tiburón que la de un humano.  

- Entonces no estábamos tan errados Leonor y yo. – comentó Horacio, sin soltar a Dominicus. - ¿Qué fue lo que le hiciste?

- ¿Yo? ¿Cómo podría hacerle algo a la mujer que amo? – preguntó irónicamente Dominicus y parodió las expresiones románticas con extrema ridiculez y vulgaridad. Horacio volvió a azotarlo contra la pared, haciendo que su cabeza rebotara. En ese momento, saqué el celular de mi bolsillo y encendí la grabadora de voz, práctica que me enseñó Erika cuando quería registrar algo importante de mi alrededor. 

- En cuanto despierte… 

- No recordará nada. Este episodio solo caerá en su cerebro como un desagradable intento de suicidio y consecuencia de su debilidad emocional, además de un constante recordatorio de su miserable existencia.

- ¡Maldito demonio, hijo del Averno! ¡Te quitaré las malditas escamas del cuerpo una a una! 

- Quiero ver que lo intentes. Mientras tu humana me tenga como su novio, la orden que te dio para proteger a su familia me incluye a mí. – dijo cínicamente Dominicus. - ¿Te animarías a romper una orden de tu ama? Ah cierto, no puedes, vendiste tu libre albedrio por una prostituta hace milenios.

- ¡Repite lo que dijiste, y te arrancaré la lengua, ramera del infierno! 

- Insúltame todo lo que quieras, pero sabes que es verdad. – Dominicus agarró las muñecas que lo mantenían en el aire. 

- Deja de jugar con la señorita Erika, no te atrevas a volver a hacerle daño. ¡Estas advertido!

– Pero si yo no le hice algo, además ni siquiera fue divertido… bueno, miento, fue hilarante. – Dominicus comenzó a reírse de manera histérica. Horacio volvió a azotarlo. – Para ser honesto, tu humana fue ingeniosa a ingerir las pastillas y meterse a la tina, pero después de un rato me aburrí. Lo único que hice fue sugerirle agregar un par de cortes para que se viera más dramático.

- ¿Y qué hubieras conseguido si se muera? ¡Idiota! Tu diversión se acaba en el momento en el que ella muera.

- Sabía que la salvarías en cuanto vieras los cortes en tus brazos, te tardaste años en llegar, y aún más años, en entrar. 

- Si no hubieras dibujado la maldita runa en la puerta… 

- ¿Runa? – preguntó desconcertado Dominicus. - ¿Qué runa?

- No te hagas el ingenuo conmigo, dibujaste la runa para que yo no entrara y la detuviera. 

- ¡Idiota! ¿Qué acaso no has escuchado algo de lo que te dije? Yo sabía que la salvarías y quería que lo hicieras. – dijo Dominicus. – Si quería que la salvaras, ¿por qué demonios dibujaría una runa que te impidiera el paso?

- Para extender la duración de tu juego cruel y vil. 

- Que retorcido y enfermo eres. Eso le hubieras hecho a tú víctima. – comentó sarcásticamente Dominicus. – Pero yo no lo hice. 

- No te creo.

- Usa la cabeza para algo más que adorno, Horacio. – al pronunciar el nombre del mayordomo, imitó la voz de Erika a la perfección, por un segundo, pensé que mi hermana era la que hablaba. – Esa runa era celestial, ¿cómo la iba a poder dibujar yo? Y supongamos que la dibujé, ¿cómo le hice para entrar, decirle a la humana que se cortara las venas y salir sin romper la puerta?




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