Heterocromía Iridis

CONVERSACIONES

Al entrar en la habitación de mi hermana, me encontré con que estaba conversando animadamente con su novio, ¿acaso sabía lo que era ese sujeto? Aunque su apariencia era humana y era el reflejo de un hombre honesto, puro y benévolo, no podía quitarme de la cabeza la imagen del diablo que había visto en el pasillo.

Estaba a punto de terminar de reunir valor para entrar y actuar como si no hubiera pasado algo, cuando escuché una voz escalofriantemente familiar detrás de mí.

- Buenas noches, joven. – saludó atentamente Horacio. 

En esa ocasión, su voz me sonó más grave de lo normal y gutural, como si fuera un fantasma el que me estuviera hablando. No pude evitar que un escalofrío caminara por mi columna vertebral y finalizara en un grito proveniente de mi más profundo temor. Dio un pequeño salto que me llevó hasta la cama de mi hermana, haciéndome voltear a ver al mayordomo. 

- Daniel, ¿estás bien? – preguntó Erika en cuanto aterricé en las sabanas de su cama.

- Le pido una disculpa, no era mi intensión asustarlo. – dijo con su acostumbrada solemnidad.

- Para alguien como tú, asustar a las demás personas no ha de ser un problema. – comenté inconscientemente en un tono entre sarcasmo y miedo. 

Horacio expresó su desconcierto dibujando un gesto en su rostro, pero no me dijo algo más. Mientras me levantaba, lo seguí con la mirada. El mayordomo caminó hasta el sillón de color olivo y se sentó, para luego tomar un libro y entretenerse entre las páginas, siempre leía ese libro y siempre comenzaba en la mitad, en ese momento, dudaba que alguna vez realmente leyera ese escrito.

Cuando me puse en pie, Dominicus y Erika concentraron su mirada en mí. Los ojos de mi hermana, aunque tenía la mirada fuerte y pesada, me inspiraban amor, ternura, cariño, tranquilidad y admiración, por otro lado, los ojos de Dominicus me inspiraban intranquilidad, miedo, ansiedad, odio y rencor. Jamás había sentido sentimientos tan opuestos al mismo tiempo.

Estaba con esa oleada de emociones, cuando sentí una especie de caricia en la pantorrilla de la pierna derecha, al bajar la mirada, me encontré a Teya frotándose en mi como si fuera un perro normal y caminando hacia la cama de Erika. Ese gesto disipó cualquier miedo y duda tuviera, me sentí a salvo con mi guardián a un lado de mí.  

- Erika, ¿podemos hablar un minuto… en privado? – le dije a mi hermana con seguridad, ignorando la presencia de los demonios que estaban a un lado de mi hermana. 

- Claro. – dijo mi hermana con su acostumbrada sonrisa. – Dominicus, ¿puedes…?

- Claro, amor mío. – dijo Dominicus, levantándose de la cama y dándole un beso en la frente. 

“Maldito, ¿cómo te atreves a tocarla?”, pensé. Aunque mi temor se convirtió en odio por atreverse a engañar a mi hermana, y dicho sentimiento suele cegarme de lo que sucede a mi alrededor, pude advertir que no era al único que le molestaba ese gesto. 

- Horacio, que nadie nos moleste, por favor. – pidió mi hermana amablemente, aunque distante. 

- Sí, señorita. – dijo Horacio después de una reverencia. 

Ambos demonios nos dejaron en la habitación a mi hermana, a Teya y a mí. Aunque era evidente que estábamos solos en la habitación, no pude evitar dar una revisión con la mirada antes de decir algo. 

- Tranquilo, estamos solos. – dijo Teya al ver mi actitud. – Y nadie puede oírnos, te lo aseguro. 

- ¡Gracias al cielo! – exclamé en voz alta. 

- Que criatura tan curiosa. – comentó mi hermana con una sonrisa y mirando a Teya directamente, mientras con la mano le indicaba que se acercara a ella. 

Teya subió a la cama y se sentó a un lado de ella, como si fuera su mascota. En ese momento, entendí que ella podía verlo y escucharlo.  

- Eres muy hermosa. – dijo Erika acariciando la cabeza de Teya. 

- Gracias. Mi nombre es Teya. – dijo el perro, mientras sacudía la cabeza. 

- ¿Qué eres? 

- El guardián de tu hermano, Erika. – le contestó Teya. 

El color de la piel de mi hermana comenzó a desvanecerse, parecía que le habían dado la peor noticia de su vida, su mano se quedó en el aire y su mirada se perdió en un gesto de temor. 

- ¿Cómo conseguiste esta criatura, Daniel? – preguntó mi hermana. 




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