CASA

Costó mucho trabajo hacer que mis padres aceptaran la decisión de mi hermano de dejar su casa y venirse a la mía, ya que Horacio intervino como cuando fui yo quien se mudó, pero al final lo aceptaron y se quedaron más tranquilos de que ahora estábamos los dos juntos bajo un mismo techo. 

Mis padres nos acompañaron desde la habitación hasta la recepción, cuidaron de mi como cuando era niña y me seguían tratando igual, aun en el elevador, mi mamá me mimaba y mi padre platicaba con Daniel. Al abrirse las puertas del elevador, encontramos a toda la familia en la recepción del hospital, compartimos muchos abrazos y besos. En el intercambio de abrazos, pude ver que Horacio estaba parado en un rincón, observándonos desde lejos curioso y divertido, como si estuviera analizándonos. Me separé un momento de mi familia y caminé hacia él. 

- Debería estar con su familia en estos momentos. – dijo Horacio. 

- Sí, pero ya estuve demasiado tiempo con ellos. – dije mientras volteaba a ver el cuadro familiar, desde donde se encontraba Horacio, podía vernos a todos. - ¿Por qué te gusta observar a mi familia?

- Son pocos los humanos que tienen una codependencia tan fuerte con sus familiares. Me da curiosidad.

- No sé si ofenderme o halagarme. 

- Lo podría ver como un halago. Actualmente, hay muchas familias fragmentadas. 

- Sí. 

Permanecimos en silencio por unos segundos, observando a mi familia. Era bonito verlos desde esa perspectiva, realmente era una hermosa vista. Aunque yo estaba absorta viendo a mi familia, pude sentir la mirada de Horacio en mí. 

- ¿Lista para ir a casa? – asentí con la cabeza y me incliné hacia un lado para recoger mi maleta, cuando la mano de Horacio se me atravesó. – Yo la llevo. 

- Sabes, ya no estoy moribunda. – dije con una mirada irónica. – Puedo llevar mi maleta. 

Sin importarle lo que había dicho, Horacio levantó mi pequeña maleta y se paró enfrente de mí. 

- No lo dudo. – dijo son una sonrisa y luego comenzó a caminar hacia la puerta de salida. 

Yo caminé hacia mi familia para despedirme de ella por quinta vez y separé a Daniel para caminar hacia la puerta. 

- Ya tenemos que irnos a casa. – dije separando a mi abuelo Daniel de mi hermano Daniel. – Hay que instalarte. 

- Sí, mamá. – contestó mi hermano en tono sarcástico. 

Caminamos hacia la puerta del hospital y busqué a Horacio con la mirada por ambos lados de la calle. 

- ¿No se supone que tu demonio tenía que estar aquí? – preguntó Daniel impaciente.

- Daniel, me sentiría más cómoda si le llamaras por su nombre.

- Vamos, decirle “demonio” es más divertido.

- Te va a escuchar mi mamá. – dije reprendiendo a mi hermano. - Su nombre es Horacio.  

- ¿Me llamó? – preguntó amablemente Horacio, que estaba parado detrás de Daniel. 

- ¡Ah! – gritó mi hermano y se colocó detrás de mí.

- Qué valiente.

- ¡Cállate, Erika!

- ¿Dónde estabas? – le pregunté a Horacio. 

- Fui por el coche para irnos a casa, señorita.

- ¿Coche? ¿No quedó hecho pedazos en el accidente? 

- Afortunadamente, la señora Guadalupe tenía ese automóvil asegurado. – dijo Horacio señalando el automóvil que estaba estacionado a cinco metros de la entrada. 

- ¡WOW! – exclamó mi hermano. 

- ¿Estás bromeando? – pregunté caminando hacia donde había señalado.

- Claro que no, señorita. 

Enfrente de mí estaba estacionada una Hummer H3 2014 de color negra, los rines plateados con forma de estrella y con un olor penetrante a nuevo, el aroma de los asientos de piel llegaba hasta donde estaba parada. La gente que pasaba alrededor tenía la misma expresión de estupefacción que mi hermano y yo. 

- No inventes. – dije sin creérmela. - ¡No inventes!

- ¿No le gusta?

- ¡¿Estás loco?! ¡Me encanta! – grite y comencé a brincar en mi lugar como si fuera una niña pequeña, hasta que un pensamiento azotó mi mente. – Oye, no, espera. Las demás personas van a pensar que somos narcotraficantes o algo así.