Anabel y la señorita Erika estaban en la tienda de ropa, dando la quinta vuelta entre los aparadores y estanterías, revisando los vestidos una y otra vez, decidiendo cual sería el indicado para cada uno. De vez en cuando la amiga de mi ama se dirigía a mí y preguntaba qué prenda se le veía mejor, o tomaba alguna bufanda o sombrero de vez en cuando y se le hacía divertido ponérmelo en la cabeza.
La señorita Erika tenía una manera muy diferente de escoger ropa a la que tiene su amiga. Mientras que la joven Anabel se guiaba por la marca y el precio, mi ama se fijaba en el estilo, la tela y el color, el precio era lo último que checaba, y rara vez pedía consejo.
Aunque llevábamos horas en la misma tienda, la señorita Erika estaba feliz y se probaba cuanta cosa le decía su amiga que se probara. Fue la única vez que la vi con ropa de colores pastel y colores claros, con lo que fuera que se pusiera, desde la prenda más fina, bien cortada y cara, hasta la más corriente, mal hecha y barata, lucía verdaderamente hermosa y mantenía su estilo oscuro, era como si su aura oscureciera la ropa que se pusiera. La señorita Anabel, por su lado, era camaleónica, estilo que usara lo hacía propio, era incluso más armónica que mi ama, pero su extravagancia la hacía un tanto vulgar, a mi parecer.
Después de la tienda de ropa, caminamos por los pasillos del centro comercial, revisando vitrinas, admirando maniquíes, envidiando ropa, insultando precios, una tarde de compras bastante normal, hasta que pasamos enfrente de una especie de “carreta” con perfumería, el puesto era atendido por dos mujeres, una que pasaba de los 70 años y otra muy joven.
- Pruebe nuestra nueva fragancia… - dijo la más joven a la señorita Erika, apretando el rociador del perfume enfrente de la cara de mi ama, el líquido en aerosol le cayó a mi ama en el rostro.
Mi ama cerró los ojos, retrocedió un par de pasos y trató de limpiarse el perfume de la cara. Al ver esto, la joven Anabel se regresó y alcanzó a mi ama Erika, que se había quedado parada enfrente de la carreta.
- Erika, ¿estás…? – no pudo terminar de formular la pregunta cuando le hicieron lo mismo que a mi ama, solo que esta vez, la ejecutora del acto fue la anciana. En ese momento las alcancé y pude percibir el aroma, era endemoniadamente familiar.
- ¿Se encuentra bien? – llegué y separé a mi señorita de la vendedora de perfume, quien la observaba de una manera extraña. Al colocarla del otro lado y voltear a ver a la vendedora joven, el rostro de la humana me congeló, era muy parecido al de una mujer que me marcó en el pasado.
- Oigan, ¿qué les pasa? – protestó la señorita Erika, parpadeando fuerte y rápidamente. - ¿Así planean vender su producto? Debe tener más cuidado.
- ¡Salvajes! – espetó la joven Anabel, mientras tomaba a su amiga y a mí de los brazos y caminó hacia el pasillo que estaba entre una estética y una tienda de ropa de piel.
Al estar unido por el brazo de la amiga de la señorita Erika, pude notar que su andar comenzó a tornarse algo raro y torpe, mi ama también lo notó.
- ¿Estás bien, Anabel? – preguntó la señorita Erika.
- Si, solo quiero irme a lavar esta cosa de la cara. Me están ardiendo los ojos. – contestó la señorita Anabel, pero en la última parte, barrió las palabras.
- Te acompaño. – dijo mi ama mientras la tomaba por los hombros y juntas caminaron hacia el fondo del pasillo. – Espéranos aquí, Horacio. No quiero que emociones a las señoras que estén en el baño.
- Estoy de acuerdo. – contesté con una sonrisa. – Suficiente es que entre una mujer gótica con su amiga.
- Ja-ja, que chistoso. – contestó mientras se adelantaba y se perdía en el luminoso pasillo.
Me quedé esperándolas afuera, recargado en una pared, observando la circulación de las personas que caminaban entre los comercios, las tiendas y las “carretas” de dulces, collares, paletas, helados y flores; y pasaban a un lado de la de perfumes. Al regresar la mirada a la carreta de perfumes, me di cuenta de que había un par de hombres jóvenes atendiendo y dando muestras de los perfumes.
- Oiga… - me acerqué sin pensarlo demasiado. Cuando uno de los hombres volteó, sonrió y se me acercó también, no tenía más de 20 años el chico.
- ¿Quiere probar la nueva fragancia para hombres? Tiene un fijador…
- No quiero ser grosero, pero me preguntaba si sus compañeras ya se retiraron a comer.