Heterocromía Iridis

LOS AMIGOS DE ERIKA

Recuerdo la primera vez que escuché hablar de “Lucio”, pensé que mi hija se refería a un amigo imaginario que tenía, pero cuando su hermano mayor, Daniel, dijo que también lo veía y escuchaba tres voces en la habitación de Erika, comencé a pensar que mi hija era acosada por algún pedófilo, sin embargo, descarté esa posibilidad rápidamente, ya que siempre estaba en la casa y nunca sola, siempre estaba acompañada por su madre o por la señora Isabela, quien era de toda confianza. 

Daniel dejó de escuchar a Lucio, pero Erika seguía con la idea del amigo imaginario, es más, comenzó a decir que lo veía, junto con otras criaturas fantásticas y personas que le platicaban sobre su familia, sus vidas, trabajos, incluso cómo murieron. Mi esposa y yo decidimos que ya era alarmante esa situación, entonces decidimos aplicar medidas. 

Llevamos a Erika con una hermana de mi esposa, que es psicóloga infantil y juvenil, para que nos dijera que estaba mal con ella, el resultado no fue muy alentador. Canalizaron a Erika con una psiquiatra infantil y comenzaron a darle pastillas, iba cada semana con la psiquiatra, hasta que cumplió 16 años, edad a la que dejó de hablar esas criaturas fantásticas y de Lucio. 

Pasaron 7 años, Erika aparentemente dejó de ver y oír esas cosas, o al menos, eso decía, porque nunca estuve convencido de que en realidad pasara.

Un día, llegó una carta a la casa, una carta de Japón, con el nombre de Erika escrito con pluma fuente y en tinta verde esmeralda, era mi hermana Guadalupe que quería ver a mi hija. Escondí esa carta, incluso la rompí y la quemé, pero la maldita carta siempre aparecía, estuve lidiando con ella por tres meses, hasta que finalmente llegó a manos de Erika. 

Nunca se lo dije a Erika o a Daniel, ni siquiera a mi esposa, pero en mi familia permanece una historia oscura sobre las mujeres descendientes en línea directa de Irina Van Garret, la más antigua de mis antecesores. Cada tres generaciones, una de las hijas presentaba habilidades extraordinarias y sobrenaturales, pero también tenía un destino terrible, algunas fueron víctimas de la santa inquisición y provocando que su recuerdo, incluso dentro de nuestra familia, se olvidara. 

Sin embargo, desde la madre de la madre de mi bisabuela, comenzó a acortarse ese plazo, en cada generación, había una niña con esas características, sin embargo, no se presentaba el fenómeno hasta que la anterior moría, es decir, en la familia nacía una hija “especial” cuando la antecesora “especial” moría, por lo regular, a temprana edad. 

Pensé que habría manera de salvar a Erika de esa maldición, pero la realidad me golpeó en la cara cuando llegó de Japón con un acompañante extraño, no era el mismo, pero tenía la misma apariencia sombría y misteriosa que el acompañante que tenía mi hermana, mi tía, y la hermana de mi abuelo. 

Cuando llegó a casa después del viaje a la tierra del sol naciente, el “mayordomo” de Erika actuaba como una sombra, siempre detrás de ella y mirándola de una manera tan… extraña, la veía como el vagabundo ve un plato de comida después de tres días de no haber comido; aunque ella no lo notara, parecía que ese sujeto tenía un gran deseo de comérsela, literalmente. 

He estado viviendo una constante incertidumbre desde que mi hija se fue a vivir a la casa de mi hermana aquí en México, y estaba convencido de no permitírselo, estaba a punto de meterla en su cuarto, encerrarla y correr a patadas al extraño individuo que le seguía; pero algo sucedió ese día, algo pasó que no recuerdo muy bien, hay un vacío entre mi seguridad y actitud autoritaria que impedía que Erika se mudara, y el momento en que ayude a mi hija a cargar las cosas en el camión de mudanzas.

Transcurrió un año; su hermano menor la extrañaba y tenía muchos ánimos de irse a dormir, ya que le faltaban las locas historias de mi hija; mi esposa estaba estresada y desganada, ya no tenía con quien pelear en las mañanas; Daniel ya casi no pasaba tiempo en la casa y, en resumen, la casa se volvió un poco agria sin la presencia extraña de Erika. Yo también la extrañaba, y cuando nos visitaba, era la alegría del hogar, sin embargo, no hablaba mucho de su vida, más que de la escuela y sus amigos, pero nunca dijo ni una sola palabra de Horacio o de las extrañas heridas que comenzaban a aparecerle en el cuerpo.

Al final de ese año, Erika sufrió el accidente y, aun en contra de las creencias y pronósticos de los médicos, mi hija se salvó, se recuperó a una velocidad sobrenatural, pero nunca pasé por alto el hecho de que alrededor de ella sucedían cosas extrañas, comenzando por el extraño novio.

El día del accidente, llegó al hospital un hombre fornido, atlético, piel morena y cabello castaño oscuro, perfectamente bien cortado, usando un príncipe de gales gris Oxford, ojos verdes, zapatos bien lustrados, muy apuesto, dentadura impecablemente blanca, era la reencarnación de todo lo que desee para mi hija, parecía ser un hombre de bien. 




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