Qué bueno que tengo en mi poder una vuelo-pluma, de lo contrario, registrar todo lo que hago y digo mientras trabajo sería bastante difícil. Hoy me levanté con el presentimiento de que sería un día interesante, tal vez hay algo nuevo escrito en los libros que conseguí. ¡Dios! La historia de esos dos se ha vuelto tan interesante, que apenas y pude despegarme de las páginas.
Será mejor que siga trabajando, hoy se lo dedicaré a las espadas, debo admitir que disfruto más hacer eso que los escudos. Los escudos carecen de toda gracia, cualquier idiota puede hacer un escudo, además, de qué sirve, es lo primero que avientan los demonios cuando la batalla se pone intensa. Tengo que anotar un recordatorio: comprar más metal del Cometa Azul y escama de dragón húngaro para el alma de la espada, así no se romperán.
Volviendo, a últimas fechas, demonios de muchos tipos y rangos han venido a encargarme armas. También ha habido mucho movimiento entre las filas del ejército celestial. Ya han sido demasiadas cosas como para que sea una coincidencia, será que se están preparando para... ¿Alguien en la entrada? Espero que no sea un troll, estoy cansado de lidiar con ellos.
Veré por el giroscopio, no vaya a ser que deje el taller del segundo piso y baje a la tienda por nada… ¡No es verdad! ¡woooooooo! ¡Pero si es…! ¡Y viene con…! No, no lo creo, no la pondría en riesgo de esa manera. Mejor iré a ver.
- ¿Estás seguro de que atiende hoy? – pregunté mientras Horacio tocaba la campanilla algo oxidada que estaba en una vitrina. – No vaya a ser que hoy no esté, y hayas martirizado esa alma inocente por nada.
- No me va a dejar tranquilo por eso, ¿verdad?
- Sabes que no me gusta cuando un inocente es maltratado. ¿Cómo quieres que supere eso? – alegué. Yo me encontraba recargada de espaldas en una especie de aparador que exhibía armas de fuego, principalmente pistolas, revólveres y cosas de ese estilo.
- Si quiere, para calmar su alma, cuando lleguemos a la casa puede latiguearme. Hasta le compraré el látigo para que me castigue.
- Eso quisieras, ¿verdad? Pervertido.
- Al menos lo intenté.
- ¿Alguien dijo algo de latiguear? – escuché una voz diferente, aunque era igual de grave que la de Horacio, era más cálida, más musical, y algo atrayente.
Voltee mi cuerpo para ver a la persona que bajaba de la jaula que funcionaba como elevador, para encontrarme de frente con una criatura que me hizo enmudecer, no por lo grotesca, al contrario, todo lo contrario.
El hombre que estaba caminando hacia nosotros era alto, cuerpo atlético, músculos marcados, piel apiñonada, manos grandes y firmes, lampiño, ancho de la espalda, talle largo, piernas torneadas, de pies grandes y estéticos, múltiples cicatrices en las manos y los pies, dos lunares en el muslo derecho y una marca de media luna en su fuerte y poderoso pecho. ¿Cómo pude ver todos esos detalles? El maldito no usaba otra cosa encima más que un mandil de herrero, una especie de falda romana y brazaletes en las muñecas y tobillos.
- Pero que alegría tenerte por aquí, Kato, viejo amigo. – muy efusivo el hombre, se abalanzó sobre mi acompañante y lo levantó mientras le daba un abrazo.
- Es bueno verte, Alcander. – dijo Horacio con su frialdad acostumbrada. El hombre soltó a Horacio y apoyó sus manos en sus hombros, mientras le dedicaba una sonrisa animada.
- ¿Por qué siempre tienes esa cara de amargura? – dijo jugando con las mejillas de Horacio, construyendo una sonrisa forzada en mi mayordomo. – Ya ni yo, que me la vivo todos los días en este lugar.
No pude evitar soltar una risita burlona. Eso hizo que la atención del sujeto se fijara en mí.
- Vaya, vaya. – comentó soltando por completo a Horacio. Antes de que pudiera reaccionar, ya tenía su rostro a escasos centímetros del mío y rodeada por uno de sus brazos por mi espalda. - ¿Qué tenemos aquí? Te puedes quitar la máscara, querida, nadie te hará daño aquí.
Con su mano libre, hizo para atrás mi capucha y me quitó la máscara, colocándola en la parte de arriba de uno de los estantes que tenía enfrente. Mi cabello se soltó y cayó como cascada sobre mis hombros, esto fue algo que parecía Alcander disfrutar, ya que sus pupilas se dilataron. Hasta ese momento, vi su rostro detenidamente, labios gruesos y carnosos, dientes perfectos, nariz grande pero delicada, ojos grandes, rasgados y el iris de color verde, el cabello era negro azabache, chino y largo, atado en una media coleta, era de esos clásicos morenos claros de ojo verde que tanto encantaban a mis primas; pero, tenía unos detalles que hubiera hecho que mis primas salieran corriendo, tenía cuernos y cola.
- ¿Será…? – preguntó viéndome a los ojos. – Si, Erika Mendoza Echeverría, estudiante de arquitectura de la Universidad Autónoma de Morelos. 22 años, soltera, acuario, nacida el 27 de enero, te gusta el color rojo y el negro, los chocolates amargos, los girasoles y odias los días soleados.
- ¿Ya nos conocíamos? – pregunté.
- No, pero siempre quise conocerte, Erika. – ese comentario, en lugar de tranquilizarme, me asustó más.
- Alcander, ¿qué te he dicho sobre mis amos?
- ¿Qué mientras no toque su alma, puedo hacerles lo que yo quiera? – respondió como niño chiquito repitiendo la orden de su mamá. En ese momento comenzó a acercárseme demasiado.