En cuanto su hermano se desplomó, la maestra de mi amigo Horacio olvidó todos sus males físicos y se concentró en Daniel, quién solo se había desmayado dada la cantidad de energía que utilizó para teletransportar a todos los que estábamos en la tienda.
Aún así, y a pesar de que el médico que mandó a traer la humana dijo que su hermano solo necesitaba descanso y unas vitaminas, ella se quedó al lado de la cama todo el tiempo que su hermano durmió.
Afortunadamente para ella y para sus estudios, el humano durmió desde la noche de un viernes hasta la mañana de un domingo, pero supongo que lo que menos le preocupaba eran las clases en la universidad.
Mi dulce Erika dejó que me quedara en su casa un par de días, sobre todo para que le explicara el funcionamiento del arma; aunque me hubiera gustado que me dejara quedarme porque gozaba de mi compañía.
Mientras estuve en la casa, pude observar su comportamiento como hermana. Me enterneció el hecho de que no dejara a su hermano solo o al cuidado de alguno de sus sirvientes. Suena cruel, pero la mujer que me presentaron como doña Chela y Horacio son eso, sirvientes.
Otra cosa que me llamó la atención fue que no se separaba de una mochila negra, pero esta no apareció hasta que Erika vació el contenido de mi mochila en esa. Siempre la usaba o la tenía a un lado, como si estuviera cuidando, hasta que una noche descubrí el porqué.
Erika estaba sentada en un sillón individual, pero bastante ancho como para que ella apoyara su espalda en una codera y dejara caer los pies en la otra. Al asomarme sigilosamente para verla de cerca, descubrí que entre sus manos tenía un libro de color negro con una rosa plateada grabada en la portada, ¡era su libro!
Creí que se había destruido en la explosión de la tienda, como sucedió con los demás libros pero, de alguna manera, se las había ingeniado para recuperarlo.
- Me pregunto si… - murmuré para mis adentros, pero ella reaccionó.
- Ya te escuché, Alcander. Deja de espiarme desde la puerta. - dijo sin alterar su postura en el sillón, pero guardando el libro. - ¿Por qué no entras a la habitación?
- No puedo entrar. El ángel que te cuida ha puesto una especie de protección.
Ella soltó un suspiro.
- Ese Lucio, siempre tan nerviosito. - ella se levantó del sillón y se acercó a la puerta.
Con la ropa que usaba en ese momento y los vendajes en sus manos, más parecía una boxeadora que una arquitecta en formación. Con la delicada luz de la lámpara que tenía en una mesita de noche, memoricé cada detalle de su figura, su piel tan blanca que se transparentan las venas, usando un pantalón negro holgado, una camiseta de tirantes del mismo color y sin sostén.
- ¿Por qué me espías Alcander? - me preguntó sin salir de la habitación.
De pronto, sus ojos me revisaron de pies a cabeza.
- ¿Y por qué no usas la ropa que te dí? ¿Acaso quieres que a doña Chela le de un infarto?
- La ropa humana es muy incómoda. Restringe mis movimientos. - contesté.
- No quiero que andes en mi casa semidesnudo. - Erika desvió la mirada hacia los lados, evitando a toda costa mirarme y colocando sus manos enfrente de ella, supongo que tapando lo que la corta falda de mi delantal de herrero dejaba ver.
- ¿Temes que vuelva a pasar lo de la tienda? - pregunté en un tono seductor, a lo que ella enrojeció, se veía tan tierna con sus mejillas rojas como un tomate.
- Solo no quiero que ande un hombre sin ropa por los pasillos de la casa. A veces vienen mis amigos a visitarme y no quiero que vean desfiguros.
- ¿Desfiguros? ¿Acaso mi apariencia es repulsiva?
- Todo lo contrario, amigo mío. - su respuesta se escapó entre una risa nerviosa.
Era curioso cómo cambiaba de actitud, a veces era muy desinhibida, pero se volvía tímida rápidamente, sobretodo cuando me le acercaba. Eso me indicaba que no estaba acostumbrada a que un hombre admirara su belleza. De no haber sido porque leí su historia, esto me parecería imposible, pues es la criatura más bonita que yo haya visto, pero por alguna razón, los humanos no comparten la misma opinión que Horacio y yo.
- Está bien, usaré la ropa que me diste.
- Gracias.
- Erika…
- ¿Sí, Alcander?
- Si hubiera sobrevivido algo de la librería, me lo dirías, ¿verdad?
Ella se sorprendió por la pregunta, pero no tardó en responderme.
- Sí, claro. ¿Por qué?
- El libro de tu historia, me interesa saber si lo puedo recuperar.
- ¿Tan importante es el libro para tí?
- Sí.
- ¿Por qué? Ni yo que soy su dueña me preocupo tanto por él.
- Ese libro era especial para mí, Erika. Y con Horacio acaparando toda tu persona, es la única manera en la que puedo tenerte.
Su mirada volvió a cambiar. Sus ojos, su boca, hasta su nariz, se conjugaron en una clara y muy evidente expresión de desconfianza, curiosidad e incredulidad.