Heterocromía Iridium.

LA TIERRA DEL SOL NACIENTE

Era una noche como cualquier otra, aun no terminaba mi tarea de la materia de Administración de Obras III, sinceramente, ya estaba cansada. Estaba sentada encima del escritorio viendo por la ventana, me gustaba observar el paisaje nocturno de mi ciudad, la noche siempre me intrigó más que el día, esa fue la primera vez que lo vi.

Parado del otro lado de la calle, había un hombre apoyado en el poste de luz, no sé si observando mi casa o viéndome a mí, pero no se movió ni un centímetro mientras yo estaba en la ventana, dando las 2:30 de la mañana, me aparté de la ventana y caminé hasta mi cama. Guardé todos los libros, libretas, lápices y unos documentos que estaban desperdigados en la colcha, enrollé los planos y los guardé en mi “tubo” (así le digo a mi porta planos).

- Padre nuestro, que estás en los cielos… - recé como cada noche mis oraciones, para después acostarme. No sé por qué, pero antes de caer profundamente dormida, me acordé de mi tía Lupita, hacía mucho que no la veía, desde que se fue a dirigir la constructora de su marido a Japón hace varios años. Siempre fue muy linda conmigo, me protegía y quería, y yo la quería mucho también.

- Buenos días. – saludé al bajar las escaleras a toda velocidad. - ¿Qué tenemos para desayunar?

- Huevos, leche y una concha. – contestó mi madre mientras le servía huevos con jamón a mi hermano menor y a mi papá.

- ¿Ayer te volviste a acostar tarde? – preguntó mi papá, mientras leía las noticias en su celular. Levantó la mirada y me observó por encima de los lentes de pasta negros.

- Técnicamente, me acosté temprano. – contesté al sentarme a la mesa. – Las dos de la mañana se consideran parte de la madrugada.

- Erika, ya te hemos dicho que no te desveles. Te va a hacer daño a la larga, vas a invertir tu horario y al rato no podrás con las actividades del día. – dijo mi madre con un tono entre regaño y fastidio, no era la primera ni la última vez que me lo diría.

- Si te hubieras quedado despierta hasta las tres, ¿hubieras podido ver a los demonios? – preguntó mi hermano de 8 años, pero no con miedo, sino divertido.

- Probablemente. – contesté jugando con su nariz y tomando una tortilla del centro de la mesa.

- Fernando, esas cosas no se dicen en un hogar cristiano. – reprimió mi madre enojada. – Y tú, no le andes enseñando esas cosas a tu hermano. Eres católica, ¡por Dios! No hay que darles oportunidad de entrar, ¿me oíste?

- Si mamá. – contesté con un tono un tanto infantil, creo que la hice enojar aún más.

- ¿No le vas a decir nada? – preguntó mi madre a mi padre. Mi padre suspiró y se quitó los lentes, me vio severamente y luego dijo con una voz grave y profunda.

- Hija, ya hemos hablado sobre esos gustos tuyos, también sobre el hecho de que te gusta exasperar a tu madre. Déjame decirte que nos decepcionas cuando te oímos hablar de esas cosas terribles y obscuras con tanta naturalidad.

- Papá… - mi padre alzó la mano y continuó.

- Este es un hogar cristiano, y no permitiremos que le enseñes tus manías a tu hermano. Una situación más como esta, y me temo que tendremos que llevarte a un convento para que te alineen, ¿está claro?

- Si papá. – dije con resignación.

- Bien, entonces desayunemos. – dijo mi padre y mi madre se sentó a la mesa, nos tomamos de la mano y agradecimos a Dios por los alimentos.

- Ya pueden comer, y apresúrense para que no lleguemos tarde. – Mi madre siempre se sentía presionada por el tiempo, mi padre odiaba el tráfico y mi hermano quería llegar antes para jugar con sus amigos desde temprano, entonces las mañanas siempre se convertían en una carrera loca.

- Por cierto, Erika, ¿ya revisaste el correo de ayer? – preguntó mi papá.

- Si, solo eran unas facturas y recibos para ti y para mi mamá. – contesté mientras me hacía un delicioso taco de huevo.

- ¿Segura solo había eso? – preguntó mi mamá después. – Te recuerdo que la última vez no revisaste bien, y me costó la publicación de un artículo de investigación en el que trabajé durante meses.

- Voy a volver a revisar. – dije y me levanté de la mesa.

- Vas después, ahorita desayuna. – me indicó mi padre.

- No, está bien, yo como rápido, no me va a quitar mucho tiempo. – caminé hasta la mesa que estaba al lado de la puerta principal y tomé los sobres que estaban entre el florero y una virgen de Guadalupe.




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