Heterocromía Iridium.

DE REGRESO A LA ESCUELA

El primer día de clases del periodo de otoño me levanté temprano, siempre que estoy a punto de empezar clases me pongo algo nerviosa y no puedo dormir hasta tarde.

Ni siquiera me preocupé en cambiarme en ese instante, bajé las escaleras y me dirigí a la cocina sin hacer ruido, Doña Chela aún estaba dormida y no quería despertarla. En la mesa del comedor encontré el desayuno servido con la elegancia digna de Horacio, además de una nota:

“Señorita Mendoza, espero que disfrute el desayuno que le preparé. Salí a arreglar unos asuntos pendientes relacionados con su herencia. Le deseo un buen inicio de clases, la alcanzaré en la universidad.

Un servidor, Horacio”

La letra era una perfecta cursiva y estaba escrita en tinta verde esmeralda, justo como la carta que me había mandado mi tía antes de morir. En ese momento me acordé de mi tía, si no hubiera acudido a su llamado, tal vez la culpa estaría carcomiéndome el alma, pero no hubiera atraído a un demonio a mi vida. Como fuera, la decisión ya estaba tomada.

Desayuné con gusto los hotcakes que Horacio me había preparado, la leche achocolatada y el jugo de naranja recién exprimido, lavé mi plato y después subí a arreglarme para las clases. Como aún tenía muchas cosas en qué pensar, y la facultad no quedaba muy lejos de mi nueva casa, caminé hasta la universidad. En el camino, me encontré con mi mejor amigo.

 

Mis padres habían discutido otra vez esa mañana, ni siquiera se dieron cuenta cuando tomé la motocicleta y salí de la casa. Tal parecía que la única vez que estuvieron unidos, fue cuando tomaron la decisión de mandarme al hospital psiquiátrico. No me quejo, mi vida es muy agradable y, gracias a que descubrí a tiempo quién soy, puedo ser feliz, aunque la gente no comprenda mi estilo de vida.

Pensaba que era el único y que mi destino era vagar solo en el valle de las penumbras, rodeado de gente cegada por el falso concepto de la luz, hasta que la vi, la chica más inteligente y hermosa que haya visto en la vida. Conocí a Erika en un taller de música, era un desastre tocando la guitarra, pero magnífica con el piano y el violín. Ella era la única que me comprendía, con quien podía ser yo, era mi complemento y mi compañía. La mejor amiga que he tenido en la vida.

En el primer día de clases del periodo de otoño, la vi caminando en una de las calles de las colonias cercanas a la facultad, lo que me extrañó ya que ella vivía hasta el otro lado de la ciudad y su papá siempre la iba a dejar a sus clases. Dudé por un segundo que fuera ella, cuando al pasar a un lado de la banqueta con la motocicleta, vi su mochila negra con rosas rojas bordadas, su falda negra a la rodilla, con mallas de red y botas urbanas.

- ¡Erika! – la llamé a la vez que frené en seco. Ella volteó sorprendida al escucharme y me dedicó una sonrisa.

- ¡Gustavo! – corrió a mi encuentro y me dio un efusivo abrazo, no nos veíamos desde que le llegó una fúnebre carta de Japón.

- ¿Qué estás haciendo por acá? Ya daba por hecho de que estabas en la facultad. – comenté mientras me quitaba el casco.

- Ahora vivo por aquí. ¿Recuerdas la tía de Nagoya que te comenté?

- Sí, algo recuerdo. – contesté, aunque la verdad, no sabía de qué me hablaba. – Ah, ¿la que te escribió la carta?

- La misma. Sucedieron muchas cosas desde la última vez que hablamos por teléfono. – comentaba con un gesto que no me consoló, parecía cansada, molesta y algo triste. – Ya te iré contando a lo largo de la semana.

- No te preocupes, al menos ya sé que estás bien.

- Dentro de lo que cabe. – contestó ella desganada. Algo no andaba bien, pero preferí no presionarla, ella odiaba que la gente fuera demasiado insistente, al igual que yo.

- ¿Cómo te quedó el horario? ¿Qué materias te pusieron ahora? – pregunté desviando el tema. Ella sacó una hoja de papel de la bolsa de su gabardina y me la dio. Revisé el horario y lo comparé con el mío, que lo tenía en una captura de pantalla en mi celular. – Tienes las mismas materias que yo… - dije con alegría, la verdad me agradaba más estar con personas que ya conozco que tener que socializar desde cero con los demás. A ella pareció gustarle la idea también. - …excepto por una. – comenté cuando revisé la última materia de su horario. – Pero nuestro horario empieza y termina a la misma hora.

- Genial, así podremos hacer otras cosas después de clases. – dijo con entusiasmo. - ¿Si lograste conseguir ese empleo?




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