Había llegado el sábado, era un hermoso día y las condiciones se daban para que asistiera a la fiesta de cumpleaños de mi amiga Ana. Sus padres efectivamente habían salido y tenía la casa para ella sola, me pidió que la ayudara con los preparativos, así que llegue antes que todos los demás compañeros a su casa. Le regalé la colección completa de discos de música de One Direction, ya que era su grupo favorito, sus gustos variaban completamente de los míos, pero era mi mejor amiga.
Era una casa muy grande, tenía las dimensiones de las casas de los 70’s, casas muy grandes a pesar de ser de conjunto e interés social, solo la planta baja era el doble de grande de la casa que me había heredado mi tía, y el triple de la casa de mis padres.
Horacio ayudó también en todo, en lo único que si no intervino fue en la música, cuando le preguntaba Ana que música le gustaba, contestaba que le deba igual el género. Me pregunto si alguna vez se ha puesto a pensar en qué tipo de música le gusta.
Avanzada la tarde comenzaron a llegar los compañeros, algunos con regalos, otros con comida, otros más con bebida y botana, lo cual agradecimos porque se acabó la cava de los padres de Ana. Incluso, recuerdo que algunos compañeros llevaron otro tipo de sustancias, las cuales nunca me animé a probar.
La reunión se convirtió en fiesta a eso de las 10 de la noche, y la fiesta se transformó en proyecto X pasadas de las 1 de la mañana, no había control, todo el mundo estaba ebrio, drogado o enfiestado, la mayoría ya “veía” la música en vez de sentirla. Cuando la gente empezó a enloquecer, me quedé sentada en el bar, haciéndome mensa con un caballito de tequila. Horacio observaba todo el show desde el otro lado de la barra, Ana me pidió a mi mayordomo para hacerla de barman y yo no me negué. Había gente que se deshacía en la sala, bailando salsa, bachata, reguetón y cuanto ritmo tropical les pusieran, entre ellas estaba mi amiga Ana, bailando como si no hubiera un mañana. Yo me quedé observando a los compañeros por un buen rato, hasta que Horacio habló conmigo.
- ¿Por qué no baila, señorita? – preguntó Horacio, mientras preparaba un vampiro y una cuba campechana.
- No tengo pareja, además estos ritmos no son mucho de mi agrado. – contesté con una sonrisa. - ¿A ti te gusta este tipo de música?
- Me es indiferente, no me desagrada, pero tampoco me gusta. – comentó entregando las bebidas a dos compañeros que se acercaron a la barra. - ¿Quiere bailar?
- ¿Sabes bailar?
- Puedo aprender. – me tendió la mano en espera de la mía. – A menos que le dé pena que la vean con el barman.
- Vamos, Horacio. Como si no supieras que lo que diga la gente me tiene sin cuidado. – tomé su mano y me dirigió al centro de la pista. – De una vez te advierto que no sé bailar con técnica.
- No es necesario. – dijo colocando su mano en mi cintura y acercando su cuerpo al mío. - ¿Lista?
- Yo creo que sí. – contesté nerviosa. La música sonó a tiempo, como si estuviera programada, la canción de Ahora Quien de Mark Anthony inundó la habitación y varias parejas se levantaron a bailar. – Esto es salsa.
- Lo sé, estuve observando algunos pasos, a ver si puedo reproducirlos. – dijo Horacio comenzando a mover los pies. – Sujétese.
- Lo dices como si fuéramos a… - no me dejó terminar la frase cuando comenzó a moverme y a dar vueltas.
Horacio movía los pies con fluidez y habilidad, como si fuera un experto en salsa, pero no hacía los movimientos amanerados de un profesional. Nos acoplamos desde el primer giro, desde el primer paso sentí que había comunicación entre ambos, él sabía cuándo estaba lista para el siguiente paso y yo sabía cuándo quería hacerme girar o donde quería mi mano. En varias ocasiones, nuestras miradas se encontraron, sus ojos destellaban de forma extraña, no era vanidad u orgullo lo que veía, sino un rasgo extraño de felicidad. Al cierre de la canción, hicimos un final de película, mi respiración estaba agitada y él ni siquiera se despeinó, estaba a punto de decirle algo cuando sonó un mar de aplausos por parte de mis compañeros, la pista estaba vacía y los compañeros que estaban bailando, se dedicaron a observarnos bailar.
Otra canción comenzó a sonar un poco más lenta, pero cadenciosa. Una voz comenzó a cantar en portugués, cada uno comenzó a moverse al compás del ritmo. La pista se volvió a llenar y me quedé en el centro con Horacio, viendo desconcertado a los demás desbaratarse.
- Pareces sorprendido. – le dije con una sonrisa.