Heterocromía Iridium.

UNA ORDEN

Esa noche fue un poco extraña, era notorio que mi ama era una mujer demasiado joven. Llegamos a la casa a eso de las 5 de la tarde. Tan pronto cruzamos la puerta de principal de la casa, la señora Isabela nos bombardeó con preguntas y, cuando vio en qué condiciones estaba “su niña”, comenzó a atacarme con todas las oraciones anti-demonios que se sabía.

A groso modo, y cuando dejó de atacarme, le conté lo que había sucedido, sin dejar de caminar hacia la planta superior. Aunque mi explicación no tranquilizó a la señora Isabela, bastó para que dejara de hacer preguntas. A dos pasos de entrar a la habitación principal, la señorita Erika me dijo la que llevara al baño, así lo hice. Sin siquiera desnudarse, la señorita abrió la llave de la regadera y sintió la temperatura del agua con la mano, estaba caliente.

- Gracias, puedes bajarme. – atendí su orden. Sin quitarse la ropa, la señorita se paró debajo de la regadera con las piernas temblorosas.

Cuando abrió más la llave y el chorro de agua cayó de lleno en su espalda, se desplomó sobre sus rodillas, la sostuve rodeándola con mis brazos y me hinqué detrás de ella, se había tratado de sostener de las llaves, pero solo las abrió más y el agua nos bañaba a ambos, la ropa comenzó a pegarse en la piel y ambos teníamos el cabello embarrado en el cráneo. Recargué su espalda en mi pecho y su cabeza cayó automáticamente en mi hombro. En el momento que vi su rostro, me di cuenta de que tenía la mirada perdida y el semblante parecía el de un zombi.

- Señorita… - la llamé entere los chorros que se me escurrían por las cienes.

- Horacio… - contestó sin mirarme directamente, cuando comenzó a reírse. – Debo parecerte patética. Ni siquiera soy capaz de ducharme yo misma.

- Resistió dos interrogatorios de la Santa Inquisición, eso es mucho más de lo que pensé que podía soportar. – contesté francamente.

- Te voy a pedir algo que nunca pensé que te pediría. – dijo mientras cerraba los ojos y se extasiaba con las gotas de agua clorada. – Ayúdame a desvestirme, bañarme y luego llévame a la cama, por favor. – La llama de la lujuria se despertó en mi interior al imaginarme el cuerpo desnudo y mojado de la señorita Erika, pero lo ahogué cuando, al quitarle la primera prenda, observé las heridas de mi ama.

La señorita Erika estaba acostada boca abajo sobre la cama, totalmente desnuda y con las sabanas cubriéndole desde el final de la espalda hasta la mitad de los muslos. Las heridas importantes estaban en la espalda, los brazos y las piernas, como si la hubieran azotado con un látigo mientras ella estaba encadenada a una pared. No quiso ir al hospital, así que yo estaba jugando el papel de enfermero y médico. Con los preparados y las pomadas que hacía la señora Isabela, curamos todas las heridas de la señorita Erika, pero cada vez que mi mano tocaba su piel, ella gritaba o hacia una mueca de dolor insoportable, no fue una noche agradable, ni siquiera para mí.

Después de todo el espectáculo que resultó curar a la señorita Erika, parecía que los calmantes estaban haciendo efecto y entró en una especie de estado somnoliento, hasta que finalmente, la señorita tenía un aspecto más relajado. Si no hubiera presenciado el dolor previo a las risas que ahora soltaba la señorita sin sentido, hubiera sido una escena bastante cómica. Mientras cubría sus heridas con gasas, y envolvía sus piernas con las vendas de algodón, ella seguía, con una mirada taciturna, el camino que formaban sus dedos al pasarlos por encima de las figuras de madera tallada de su cabecera.

- Horacio… - Llamó mi ama, tendida semidesnuda sobre la cama.

- Dígame, señorita.

- ¿Por qué Anabel te ve completamente diferente que yo?

- ¿Podría ser un poco más específica?

- Ella te ve rubio y con rizos, yo te veo con el cabello lacio y negro. Ella ve tus ojos grises, y yo los veo verde y dorado. Ella piensa que tienes una nariz respingada, yo la veo diferente. Ella te ve rollizo, yo te veo delgado. Y no es la única. Anahí, nuestra compañera de equipo me jura que tienes los ojos verdes y el cabello rojizo.

- Ah, se refiere físicamente. – la señorita asintió con la cabeza. – Eso es porque los demonios nos vemos como las personas nos quieren ver. Para ser más persuasivos, aparentamos tener las características que son atractivas para los humanos.

- ¿Me estás tratando de decir que eres el reflejo de mi hombre ideal?    

- Algo así, pero no estoy seguro. Al menos, no en su caso.

- ¿Por qué?




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