Hoy finalmente tenía que entregar uno de los primeros trabajos. Estaba cansada de leer, de corregir, de escribir y de contar.
Solo quiero que todo se acabe.
Está vez fui a la biblioteca pero no para evitar a la gente de la cafetería, tenía mucho que investigar aun. Creo que los profesores realmente disfrutaron esto.
Cuando termino, salgo y camino por los pasillos vacíos. Muchos ya están en clase y como siempre, llegaré tarde.
Han pasado algunos días y no he vuelto a besar a Charlie, ni tampoco él lo ha intentado. Es mejor así, supongo. No tengo tiempo para nada con todo lo de la escuela y que un chico me bese no significa que aún no quiero ser enterrada. Aun duele todo esto. Aún tengo pesadillas.
No hay finales felices en la vida real, solo finales sin final. Si eso tiene sentido.
El día de hoy salió en las noticias un artículo de una chica que murió atropellada por un auto. Tenía veinte años, salieron fotos de ella siendo más joven, con su familia y sus amigos. Ella también estaba practicando “arduamente”, según el artículo, para ir a las olimpiadas. Aparentemente tenía un gran futuro. Amada por muchos, extrañada por más.
Cuando ves ese tipo de cosas, de gente joven muriendo o de gente que le arrancan su vida te da escalofríos. Piensas en todos sus sueños y sus metas. En todos esos libros que dejaron por la mitad, en las fiestas que prometieron ir, en las navidades que dejaran una silla vacía, en cumpleaños llenos de lágrimas. En fotos olvidadas. En memorias jamás contadas.
Piensas en todo lo que murió.
Ella era una chica joven que murió a causa de un descuidado conductor. Eso es una cosa.
Otra es el suicidio.
Mi mente siempre se desvía hacia Caroline y hacia todo lo que le hice. Todo el dolor por la que la hice pasar.
Mi cuerpo se siente más pesado cuando pienso en eso. Pienso en lo horrible, en lo malvada, en lo vil, cruel que fui con ella. En todo lo mucho o lo nada que le pude hacer para que ella tomara esa decisión. Sé que lo he dicho muchas veces pero algo como eso no se olvida.
No puedes olvidar que le has quitado la vida a alguien.
No me moleste en aprenderme el nombre de la chica pero sí el del conductor. Un chico de veinticinco años. Graduado de abogado. Un gran estudiante. Había estado bebiendo por su cumpleaños. Tomó demasiado.
Le quitó la vida.
Es un criminal.
Le quitó la vida.
No lo olvidará.
Le quitó la vida.
Se la arrancó.
Su madre declaró diciendo que lo lamentaba mucho, y según el artículo, con muchas lágrimas le dolía tanto lo que su hijo hizo. Algo que no tiene remedio. Algo que no importa cuántas veces digas que lo sientes, no cambia nada. Sigues aquí, en la tierra, vivo. Respirando. Culpable. Así te sientes cuando sabes que enviaste a alguien a otro lugar.
Un lugar peor, quizás.
Uno mejor, con suerte.
Cierro los ojos y me presiono para no llorar. Cada día es igual. No puedo dejar de pensar en todo lo malo que he hecho y el dolor que siento lo tomo como un castigo porque esto lo merezco.
Entro al baño de chicas y por suerte, no hay nadie. Entro al del fondo y respiro para tranquilizarme. Mientras estoy ahí, veo que en la puerta han escrito varias cosas nuevas.
Mi nombre está ahí pero eso no es lo que me sorprende.
“Ellie se acostó con Jacob”
“El profesor de computación es el padre, Ellie”
“Ellie es una fácil”
Esto no lo había visto ayer, me pregunto si ella ya lo vio. No sé qué hacer. Es raro.
No es nada nuevo que las chicas, muy cobardemente, escriban cosas en las puertas del baño. Siempre lo hacen y si jamás lo hacen es que algo extraño ha de pasar en tu escuela. Lo raro es como, siempre viendo mensajes de ese tipo, hasta ahora entiendo que ofenden.
Estos no son para mí pero hay para mí. Hubo para mí y seguirán marcando mi nombre con marcadores y manos temblorosas y nerviosas.
Pero lo entiendo. Esto ofende.
Esto o cualquier insulto. Te hacen sentir como el payaso del mundo.
Tomo un poco de papel y trato de limpiarlo pero sin duda, es inútil. Seguramente es marcador permanente y ni siquiera debería intentarlo.
Peino un poco mi cabello y salgo. Al mismo tiempo que salgo, Ellie entra. Ella me mira por un segundo y luego rueda sus ojos. Me acerco a los lavabos y ella entra a la cabina que dejé abierta.
Mientras sacudía el agua de mis manos, ella sale otra vez y me mira molesta. Puedo verla por el reflejo del espejo. — ¿Escribiste eso?
Me doy la vuelta. — ¿Qué?
Abre la puerta de un golpe para que pueda ver eso. — ¿Tu escribiste eso?
—No. —Le respondo sin dudar—. Yo no lo hice.