Hijos De La Desgracia: El Camino De Celestino.

Capitulo 3: Tiempos de Crisis.

30 De Junio, Año 184 (Desde la fundación del Bastion Verdegrana) (Atardecer, llegando la noche)

Año 84 desde la fundación del Reino De Khirintorin. 

Fausto  

-Te recibo con los honores debidos por tu hazaña cumplida, y llegas aquí y ofendes a mis convidados, nada has cambiado, Octavio-exclamo Fausto con visible enojo.

-Pues obviaste mencionarme el simple hecho de que adoptaste un niño -replicó Octavio con acritud-. ¿Qué pretendes que conjeture? Retorno a mi morada, tras largos años, renuente aún a hacerlo, tan solo porque lo solicitas tú. Y, ¡oh!, ¿Qué hallé? Un niño que ha estado alimentándose durante cuatro años bajo el favor de mi padre, el rey, y sus distinguidos servidores, ¡En mi noble castillo!

- ¡Este castillo no te pertenece ni te pertenecerá hasta que yo me muera! ¡Que yo soy el rey, ademas de tu padre! ¡Insensato!-respondió Fausto.

-¡Detened vuestros alborotos! - exclamó la princesa Elena, separando con sus manos delicadas a su padre y a su hermano.

Aún ardía Fausto, teñido en ira, y paseó por el vasto salón de las visitas, para finalmente dejarse caer con solemnidad en el cómodo sillón de cuero de buey, cuyo tacto era suave y su color oscuro como la noche. Mientras tanto, Octavio se recostó en una de las paredes, cerrando con firmeza sus párpados y inclinando ligeramente su cabeza para mayor comodidad. Apoyó uno de sus pies en el muro, doblando la rodilla, lo que volvió a encolerizar a su padre.

-¡Las doncellas no dedican todo el día a la limpieza para que apoyes tus sucias botas en las paredes! ¡Dispones de tres sillones y veinte sillas en derredor de la mesa para acomodarte! ¡Muestra buenos modales!

Octavio, en un estado de visible cólera, avanzó con paso rígido hacia una de las butacas y se aposentó junto a su sobrina Erenia, quien observaba la escena con ojos curiosos, bien abiertos. Un incómodo silencio envolvió el ambiente durante unos instantes, hasta que Elena, madre de Erenia, ocupó el asiento a la diestra de su hija. Luego de unos breves repiqueteos de los dedos de Elena sobre la mesa de roble, Fausto comprendió que su hija lo convocaba a unirse al cónclave. Así, erguido, se alzó del sillón y se sentó frente a los tres.

-¿Quién es este joven, padre? - preguntó Elena.

-Ya mencioné que se llama Celestino - respondió Fausto.

-Sabes que no se refiere a eso - intervino Octavio - al menos intenta ser completamente sincero con nosotros.

Fausto, tras un profundo suspiro, respondió: - Para ser más precisos, carece de un apellido propio, pero si deseáis añadirle uno, se llama Celestino Piedra Caliza, vástago de Charles Piedra Caliza.

- ¿El de los vinos? - inquirió Elena. Fausto asintió. - La noticia de que su viñedo fue reducido a cenizas se esparció por todo el reino. Dicen las malas lenguas que cuando los soldados fueron a verificar el lugar... - Luego, Elena miró a su hija y cambió las palabras - dicen que nadie sobrevivió.

-Y me temo que así fue en su mayoría - respondió Fausto -, sin embargo, Charles, ya sea por fortuna o sabiduría de la vejez, percibió el peligro, o lo reconoció, ahora es irrelevante. Antes de ser atacado, envió a sus hijos aquí, bajo la protección de dos de sus sirvientes más leales. El corcel de su hija cayó, y nada se sabe de ella. Celestino fue el único que llegó aquí.

- ¿Entonces lo tomaste bajo tu cuidado? - inquirió Octavio, con sutil sarcasmo.

-Sí, Octavio, lo tomé bajo mi amparo, y no lamento haberlo hecho; es lo mínimo que podía hacer en honor a Charles - replicó Fausto.

-Algo me sugiere que no solo lo acogiste por ser el vástago de Charles - añadió Elena, esbozando una sonrisa dirigida a su progenitor.

-No - respondió Fausto - no solo por eso. Es un joven de notables virtudes. Llegarán a quererlo, eso es todo lo que diré. Apenas lleva cuatro años entre nosotros, pero ya ha conquistado el corazón de todos. Pronto entenderán por qué. Pero dejemos ese tema de lado, Pero apartemos esta cuestión, ¿Cómo transcurrió el viaje? Perdóneme, hija mía, rogué a los presentes que también aclamaran tu nombre y el de Erenia, mas, claramente, hicieron oídos sordos.

-Fue un viaje sosegado - agregó Erenia, dirigiendo su mirada a su abuelo - pero el tío Octavio no dejó de quejarse desde el instante en que partimos.

-De veras me sentí agraviado - añadió Octavio, con tono reverberante - les estaba tomando la medida a esas bestias; unos cuantos meses más, y los Centauros se habrían convertido en meros cuentos de ancianas. Pero me has hecho regresar.

-La lucha contra criaturas como los centauros no es tarea sencilla, Octavio -comentó Fausto- además, ¿Qué esperabas que hiciera? El esposo de tu hermana, el conde Fabio, murió en combate bajo tu mando. No pretendías dejar a mi hija y nieta desamparadas, ¿verdad? -Octavio entrecerró ligeramente los ojos, Fausto ansiaba responderle, pero primero dirigió su mirada hacia su nieta Erenia, cuyos profundos ojos azules siempre lo cautivaban- Erenia, el abuelo necesita hablar en privado con tu madre y tu tío, pero espera un momento... ¡Fulgencio! -el diligente conde, quien también era el actual asistente real, llegó casi corriendo y abrió las puertas de la estancia- prepara tres habitaciones, confortables, cálidas y de buen aspecto, y permite que Erenia te auxilie en la disposición de la suya.

-Por supuesto, alteza - replicó Fulgencio con una ligera inclinación - ven, Erenia, te mostraré cómo se desenvuelve esta cuestión de poseer un poco de influencia - La joven se levantó y se marchó con él.

Cuando Erenia y Fulgencio se retiraron, Fausto, Octavio y Elena retomaron su coloquio.

-Como mencionaba-expresó Faustono es una empresa sensata, Octavio, tu permanencia en el fragor de la guerra. Por esta razón te llamé, y aprovechando la circunstancia de tu hermana, los tres pudieron regresar ilesos.




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