10 De Julio, Año 184 (Desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 84 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
(Amanecer)
Celestino
En su arribo a la región de Bellavadis, Celestino, Augusto y Fulgencio fueron recibidos por una profusión de verdor, como era habitual en las tierras meridionales. El reino aún se encontraba en su juventud, y los ducados apenas comenzaban su camino hacia la prosperidad, después de que la capital del reino de Khirintorin, llamada Victoria Occasum, hubiese culminado hace poco su plena preparación, como bien saben. A pesar de ello, en los ducados emergieron diversos poblados, aldeas y asentamientos, aunque cada uno de ellos tenía su propia urbe principal; la de Bellavadis era conocida como Urbs Viridis.
En tierras de Bellavadis, célebre región ganadera del reino, descollaba Urbs Viridis, su principal urbe, en el corazón del mapa. Mas en las cuatro direcciones diagonales, asentabanse otros cuatro enclaves singulares, cada uno entregado al pastoreo de distinta especie.
Al suroeste yacía el primero entre ellos, Vicus Bovium, un paraje donde, en cantidades que alcanzaban las centenas y aún más allá, los rebaños de vacas y bueyes eran engendrados y cuidados con esmero. Estos animales, en su gran multitud, contribuían de sobremanera a la forja de cuero y al sustento que la nación requería. Pero sobre todo, era el ganado vacuno el que copaba el interés, pues se les dividía en dos distinguidos grupos: aquellas que habrían de proveer leche, y en un segundo conglomerado, las más senescentes, cuyas pieles habrían de ser extraídas con meticuloso celo. Por su parte, el buey, ejemplar robusto y laborioso, se destinaba a las faenas agrícolas de esta comarca. En Vicus Bovium, los ganaderos se hallaban constreñidos por una excesiva meticulosidad, pues debían procurar no solo una producción abundante, sino también la perpetuidad de las especies, ya que nadie ansiaba sufrir la carestía de las vacas en sus campos.
De igual modo, hacia el sureste se alzaba Vicus Ovinus, aunque esta morada se consagraba de manera singular a la crianza de las ovejas. Asimismo, en el recodo noroeste se erigía Vicus Porcinus, donde el puerco se erguía como el ser a aprovechar. Y para cerrar el círculo, en las tierras del noreste se alzaba Vicus Equinus, donde los corceles eran hábilmente adiestrados y a la vez se aprovechaban los bienes que tales cabalgaduras ofrecían. Las técnicas y prácticas eran todas de un tenor similar: se explotaban los dones que estas criaturas provistas aportaban, ya fuese su leche, sus pellejos, de las ovejas su fina lana. Y así, cada uno de los cuatro enclaves, en los postreros diez días de cada mes, componía su propia caravana, cargada con los bienes correspondientes, y diligente, la conducían hacia Urbs Viridis. Aquí, bajo la dirección diligente del señor que supervisaba, eran formadas más caravanas, que con celo eran dirigidas hacia los distantes ducados, llevando consigo los suministros requeridos. Con tales hechos en mente, las lenguas maliciosas murmuraban que todo el meridión del reino de Khirintorin encontraba su sustento en los cuatro Vicus, y aunque tal decir albergase cierta malignidad, no carecía del todo de verdad. Pues aquellos cuatro Vicus, pertenecientes al ducado de Bellavadis, eran los únicos que respondían al llamado de auxilio de los demás ducados, cuando víveres y pieles eran menester.
No obstante, todo cuanto he expuesto constituye únicamente una prelación elemental, con el propósito de esclarecer en mayor medida la esencia de este dominio. Mas adelante, prosigamos con nuestros dignos compañeros y su travesía.
Celestino, Augusto y Fulgencio, al frente de la carreta abarrotada de riquezas auríferas, se erguían como cimeros guías de la senda. Transcurrido el segundo ciclo solar y al alba del tercero, avistaron los confines de Urbs Viridis, aquella ciudad esplendente. El firmamento, en esta ocasión, se mostraba sereno, si bien la luminosidad y el calor que emanaba el sol eran melancólicamente tenues. El camino principal, en consonancia con la pulcritud que prevalecía en todo el reino, permanecía impoluto como siempre. Al alcanzar los confines de la urbe, sus ojos captaron que esta no adoptaba la conformación circular a la que estaban habituados; era vasta y rectangular en su traza, un poblado que eclipsaba en magnitud a cuantos habían presenciado hasta entonces. Murallas pétreas delimitaban sus contornos, y en el umbral, un arco modesto de madera alzaba su estructura, ostentando un cartel que proclamaba: "Urbs Viridis: El propulsor del reino".
Fulgencio, al poner sus ojos en la inscripción, no pudo refrenar un acceso de indignación-¡Audaces os mostráis! Agri Viridis brinda sus dádivas al sur entero, y jamás hemos jactado de tal contribución.
-En esto, amén de tu parecer, asiento contigo, Fulgencio -respondió Augusto-, cuando hace ya cuatro años huimos de los centauros, nuestros ojos atestiguaron esas tierras. A cada pocos pasos se mostraba una nueva cosecha en su esplendor, y no pocas eran las granjas que en tamaño superaban a las moradas que mi mirada ha tenido el regocijo de contemplar.
Celestino declinaba inmiscuirse en tal diálogo, pues su atención se mantenía adscrita a la misión que lo encomendaba. Al franquear los umbrales de la urbe, sus ojos se maravillaron ante una escena genuina: calzadas empedradas de roca limolita verde, a la par de elevadas moradas de aspecto afilado. En el corazón de la plaza, un manantial esculpido en forma de corcel desplegaba su gracia, y una cadencia serena impregnaba el ambiente. Abundantes establecimientos pugnaban por el favor, desde un rincón que exhibía panes en cestos hasta herboristerías, joyerías y puestos de viandas. La paleta cromática resplandecía en vivos matices, y los infantes, sosegados y reverentes, recorrían las sendas. Un asentamiento, sin duda alguna, de magnificencia imborrable.