La casa seguía silenciosa, la televisión estaba apagada y en una mesa inerte se hallaba una caja de cartón. Una manta gris intermedio cubría el sofá, medio ladeada. Dejaba ver parte del tapizado de color yema en un rincón. La pared no lucía ya ningún póster de delfines saltando, esa imagen se encontraba destrozada dentro de la caja junto con otros enseres de una mujer fallecida casi seis meses atrás.
Cuando Enric entró por la puerta dejó las llaves en el mueble de la entrada, ya sin adornos, sin estorbos que hubiera que limpiarles el polvo. Se tiró en el sofá con desgana. Miró hacia la caja, tan deshumanizada como intensos eran los sentimientos que guardaban los objetos de su interior. Algo le hizo levantarse y volver a rememorar aquellos momentos junto a Soraya.
Junto al póster destrozado había un oso de peluche con un pin de un dardo en el lazo. Y encima de la zarpa del animal, un libro; tan pequeño como un cuento de Calleja. "Quien quiera leerlo, que se atreva a retarme" rezaba la portada. No había reparado en aquello. El librito, de color verde real, cayó al suelo al coger el peluche y del golpe contra el suelo se abrió, algo hizo a Enric leerlo cuando se agachó a recogerlo.
El diario de Soraya hablaba de las cosas más banales que se le podrían ocurrir a la difunta joven. Pero Enric reparó en una de las últimas páginas escritas. En ella hablaba de dos hermanas, Patricia y Eva:
"Recuerdo muy claro todavía cuando Patricia y yo acudimos al tanatorio para el entierro de Eva, lo pasamos tremendamente mal al verla allí, inerte, sin vida, y lo más contrariado a su carácter, sin maquillar, ¡con lo guapa que era! Patricia siempre dijo que yo soy la que más me parezco a Eva, ¿en serio soy tan cabezota? Pues para ser mi gemela, me conocía bien poco si opinaba eso".
El joven levantó una ceja, su expresión entremezclaba la sorpresa de saber que Soraya tenía hermanas y el escepticismo al comprobar que su amada se tomaba como más condescendiente de cómo era en realidad, aunque se preguntó por qué la joven hablaba de ambas hermanas en pasado. La joven nunca hablaba de su familia y jamás nombró ninguna hermana, y menos si había fallecido alguna. Tras casi dos años juntos conviviendo se sintió decepcionado por conocer tan poco a la joven.
"Madrid" leyó. Se había parado a leer una sola palabra de entre todas las de la página. ¿Por qué se había parado a leer esa palabra? Detenidamente estudió aquella página como si fuera a asistir a un examen sobre ella. Los padres de Soraya no habían acudido a su entierro, y la hermana tampoco. ¿Por qué sería?
Soraya le había costado demasiado, por culpa de su muerte él había perdido el trabajo y con la obsesión que llevaba encima, había perdido los pocos amigos que le quedaban.
De repente el teléfono sonó. Al descolgar oyó una voz conocida, era Rubén, el chico que les presentó.
—¿Todavía sigues sin trabajo? En la empresa en la que estoy necesitan guionistas, ¿te interesa venirte a Madrid a trabajar?
La mente de Enric se negaba, ¿una ciudad nueva conociendo de toda la vida en la que estaba? Pero de su boca salió un "sí" rotundo; Rubén le prometió que solo sería una entrevista, pero que había hablado tan bien de él que seguramente tendría un lugar preferente en la clasificación de los opositores. Al acabar la conversación, Enric se quedó con la sensación de que alguien ajeno había hablado por su boca.
Aquella espiral de autodestrucción que él solo se había creado debía acabar y se convenció a sí mismo de que cambiar de aires para olvidar a Soraya le vendría muy bien en un intento de comprender su inmediata contradicción. Recogió las pocas cosas de Soraya y las metió de nuevo en la caja, el póster lo tiró a la basura, junto con la rabia. Se dirigió a su habitación y sacó las maletas.
Al cabo de tres semanas ya estaba todo dispuesto, Enric había avisado a su casero y ya era hora de irse. La escasa ropa de su armario apenas le ocupaba maleta y media; pero lo terminó de rellenar con el vestido que le había comprado a Soraya el día que ya no regresó, el oso de peluche y el diario de la joven fallecida. Observó las maletas, su vida, era muy triste resumirla en tan escasos recuerdos, en tan poco espacio. Hasta dejar la mirada perdida apenas pasó un momento y se lamentó por ser hijo único de padres que también lo eran y sus abuelos hacía ya mucho que habían fallecido. Se preguntó qué era lo que le ataba a Barcelona, sin familia, sin pareja, sin trabajo. Si solo le quedan recuerdos, siempre los recuperará de su memoria, esté donde esté.
Al abrir la puerta de la casa, quizás por un atisbo de fe infantil, deseó que su vida mejorase en todos los aspectos. Pensó que podía ser un deseo excesivamente ambiguo, pero no quería tener una vida tan triste como lo era después de todo lo sucedido. Cerró la puerta. Revisó el buzón. Desde las escaleras observó el umbral de la que ya no sería más su casa. En silencio le dedicó un hondo adiós junto con una lágrima al ver la alfombrilla que tanto aborrecía Soraya esa última vez.
Cuando pidió el taxi, ya en la calle, recibió una nueva llamada de Rubén.
—Te esperaré en el aeropuerto de Barajas, solo tienes que avisarme cuando tomes el avión desde el Prat.
Tardó un cuarto de hora desde que llamó al taxi hasta que pisó el aeropuerto. En media hora más tomaría el avión y tras cuarenta y cinco minutos estaría en Madrid. Solo hora y media distaba entre su nueva vida y la antigua. Le pareció escaso el tiempo para apenas superar los seiscientos kilómetros que hay entre un aeropuerto y el otro. Pero algo en su interior le dijo que era una opción hecha a su medida y las dudas se disipaban por completo.
Desde el Prat llamó a su amigo. Excepcionalmente el puente aéreo no sufrió retrasos y el avión llegó puntual a Barajas. Cuando la nave aterrizó había dos más descargando pasajeros y otras tantas embarcando personas. Enric esperó en la zona de equipajes a recoger sus dos maletas.
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Editado: 21.11.2025