Eran las seis de la mañana y Enric ya estaba levantado. Rubén empezaba a desperezarse y su amigo se asomó por la puerta para despertarle.
—Eh, tú, hazte el desayuno para coger fuerzas, perezoso —soltó su amigo entre risas.
Enric se incorporó y le tiró el cojín azul de la cama a su amigo. Acto seguido se levantó a cerrar la puerta y recogió el cojín del suelo. Se puso su traje gris, ese que tanto le gustaba a Soraya y que a él le gustaba conjuntar con un polo celeste que le quedaba ceñido. Buscó la prenda y la halló tras toda la poca ropa que poseía, al final de la maleta. Después de eso, Enric se miró en un espejo y no le gustó su peinado de recién levantado. Su lacio cabello de color chocolate negro estaba alborotadamente hacia un lado.
Tras un poco de gomina e intentarse peinar con puntas, cayó en la cuenta de que no se había cortado el cabello desde antes de fallecer Soraya. Se dirigió al baño para lavarse la gomina y secarse el pelo.
Pensó en que debería ir a cortárselo en cuanto pudiera. Soraya era quien se metía con él cuando lo tenía algo más largo de lo que ella creía atractivo, pero pese a que él opinaba que se lo cortaba demasiado pronto, esta vez estaba demasiado largo hasta para su gusto.
—¡Tierra llamando a Enric! —se oyó desde la puerta.
Rubén necesitaba usar el baño. Enric no se había fijado bien antes, su amigo tampoco estaba peinado y su cabello corto y despuntado no lucía el brillo natural que suele tener su cabello rubio oscuro. Cuando Enric salió, su amigo se quedó mirándole el frondoso flequillo que rondaba a taparle los ojos con una mezcla entre sorna y ternura, y pasó al aseo para peinarse él.
Llegaron juntos y algo antes de las ocho de la mañana entraron. Enric ya se había fijado en que la fachada del edificio de oficinas era prácticamente toda espejos que no dejaban ver el interior, reflejando los edificios de la acera contraria y el cielo más arriba. En la puerta no había ningún letrero, pero sí que había una plancha metálica para colocar algún cartel o rótulo. La planta baja, en lugar de espejos, vestía granito rojizo que contrastaba con el cielo del perdido amanecer que se veía algo más arriba.
El hall era muy amplio y tenía un minúsculo mostrador que más bien parecía un escritorio de oficina. La recepcionista se disponía a quitarse la chaqueta fina de entretiempo que llevaba y Enric se acercó a ella con las más caballerosas intenciones. La chica le dio las gracias, miró a Rubén con un ligero desdén y los chicos prosiguieron su camino hacia el ascensor.
—Nuestras oficinas están en la tercera planta —Rubén empezó a hacerle la ruta turística del edificio a su amigo— a excepción de los tres jefes que están en la primera planta junto a otros jefes de distintas secciones.
La cara que mostró Enric era de agradecimiento, aunque en realidad no creyó que esa información le fuera de utilidad. El ascensor se abrió, pulsaron el botón que tenía el número tres y salieron en la planta correspondiente.
Los seis escritorios no llenaban la estancia. Estaban tan repartidos y espaciados por el diáfano espacio que podrían haberse movido con facilidad incluso si hubiera habido el doble. El jefe de Rubén llegó en cuanto el joven se sentó y Enric se quedó a su lado, pues no había ningún escritorio disponible para él.
—Tú debes de ser Enric Lloret Coll —preguntó—, yo soy Aitor Beaumont Coello, pero todos mis empleados me llaman Don Aitor —transmitía confianza— porque no me gusta que me traten ni de usted ni por los apellidos —se aclaró la garganta—. Pero al ser tu jefe inmediato marco ligeramente las distancias.
Don Aitor se propuso a dar indicaciones.
—Si esperas un poco, te traerán tu escritorio. Si deseas, te lo pueden colocar al lado de Rubén. Espero que eso no te distraiga.
Miró hacia la sala y alzó un poco la voz.
—Por cierto, sed puntuales a la reunión que tenemos hoy a la una.
Y así, según vino, Don Aitor se fue por donde había venido, y Rubén entonces se dispuso a enseñarle a su amigo las instalaciones de la empresa.
El edificio apenas tenía seis plantas, de las cuales la segunda, tercera y cuarta planta albergaban el equipo visible de la empresa para la que él trabajaba. En la quinta planta, Enric se sorprendió por la distribución de las oficinas: cubículos grandes pero con los paneles divisores alcanzando el techo. Solo los pasillos que daban al ascensor y a la escalera dejaban ver apenas la ventana que daban al exterior porque tenían la luz del sol como todos los pasillos.
En la sexta y última planta solo se podía ver un escritorio de secretaria rodeado de paneles similares a la planta inferior con alguna puerta desperdigada y sin atisbo alguno de que la recepción recibiera la luz del exterior.
Tras el paseo, Enric miró el reloj. Ya eran casi las doce y media y en breve tenían que bajar a la sala de reuniones. Cuando llegó la hora, ya se hallaban en la primera planta donde estaba la sala de reuniones.
Don Aitor se ubicó en la cabecera de la mesa y tras un breve carraspeo para llamar la atención de todos se dispuso a dar el discurso.
—¡Buenos días! Hoy lunes ya no estará trabajando con nosotros Don Alfredo, y como nueva incorporación para sustituirle hemos contratado a Enric Lloret.
Enric se levantó de su butaca, sonrió a Don Aitor, afirmó con la cabeza ligeramente y se volvió a sentar.
—Y respecto al puesto de Alfredo en la empresa, y ya que su despacho ha quedado vacío, tenéis seis meses para ganaros el ascenso. Se tendrán en cuenta varios factores y la capacidad de cada uno. Cuando hallamos recopilado todos los resultados se nombrará al sucesor de Don Alfredo como supervisor de guiones al cargo. Hasta entonces yo asumiré ese puesto como jefe inmediatamente superior.
El revuelo no se hizo esperar. Las miradas que se echaban algunos eran más que retos y competitividad. Probablemente porque algunos ya estaban maquinando y todos querían esa oficina en la primera planta. Todos menos Enric, tan modesto como poco ambicioso.
#1190 en Novela contemporánea
#5222 en Novela romántica
redención secretos del pasado, romance contemporaneo, segundas oportunidades drama
Editado: 21.11.2025