His, her, second chance (español)

Capítulo tres: Una desconocida cara conocida.

Enric llevaba ya más de dos semanas en casa de su amigo, y éste se había negado a cobrarle alquiler por la habitación. Así que decidió irse a vivir por su cuenta y riesgo a su propio piso de alquiler. Ante todo pronóstico, Rubén aceptó que se fuera. Pero se quedaría hasta encontrar ese piso.

En el trabajo le habían asignado una serie de televisión que leyó en el portafolio, otra película distinta y hasta un cómic de serialización mensual basado en una de las series de la empresa que había dejado de emitirse. Nada más empezar ya le habían asignado tres trabajos simultáneos.

Aquel viernes, tanto Enric como Rubén fotocopiaron sus respectivas carpetas y se llevaron el trabajo a casa. Pese a no querer admitirlo, al más veterano le había gustado la idea de jugar con los personajes y llevarlos ante situaciones variopintas.

Uno de los talentos ocultos de Rubén era el dibujo y antes de regresar a casa se acercaron a la Plaza de San Ildefonso, a una prestigiosa papelería conocida en el gremio, pues quería comprar allí papel de acuarela.

La plaza, bastante recogida, alberga una iglesia. Delante de la puerta de la iglesia se encontraba la estatua de bronce de una chica universitaria leyendo un libro al caminar. A Enric le llamó la atención la suavidad de la estatua, no estaba muy definida pero la postura y los complementos señalaban que no podía ser otra cosa.

Mientras Rubén entraba a la tienda a comprar material, a Enric se le aceleró el corazón. Miró la calle por la que habían llegado, en uno de los locales se hallaba un restaurante japonés del cual salió una joven morena y piel bronceada, más o menos de su edad. La chica se dio la vuelta, pues hablaba con alguien que aún no había salido del local. Le siguió un joven, alto y moreno que le dio la mano y la besó. Tras ellos iba esa rubia que tanto recordaba, aquella joven que recordaba haber visto un mes atrás en el aeropuerto de Barajas o días más tarde mirando el escaparate de una costosa pastelería de la Puerta del Sol.

La misma cara que Soraya, pero era otra.

Esta vez, Patricia llevaba el cabello liso y recogido en una cola de caballo. La camisa de cuadros era igual que una que él le regaló a Soraya por su cumpleaños, solo que los colores eran distintos. Otros dos chicos más salieron detrás de la chica y se fueron los cinco dando un paseo. Tras verla de nuevo, se recostó en la pared de la iglesia.

Enric se había convencido a sí mismo de que su culpabilidad, sus ganas de devolverle a la familia las cosas de la chica, el amor que aún le procesaba a la fallecida y el conocimiento de la existencia de una hermana gemela, le habían hecho que viera a Patricia en alguna muchacha que sin duda alguna se pareciera a Soraya.

Pero aquella chica no había sido ningún error ni era confusión, ella era real, tan tangible como la pared, tan sólida como el suelo que pisa, tan real como él mismo.

Cuando Rubén salió del local halló a su amigo pálido y respirando fuertemente, con los ojos abiertos. Intentó tranquilizarle, pero no lo consiguió.

Se fueron a casa y Enric se echó en el sofá. Se sentía tan confundido que su escaso don de palabra se había convertido en mutismo. Su mente aún tenía que asimilar que Soraya hubiera ocultado a su familia ante él y a él ante su familia. Que, tras casi tres años de convivencia, apenas la conocía. Y eso era algo que le dolía más que haberla perdido como lo hizo. Se sintió traicionado. Lloró ligeramente hasta quedarse dormido. Rubén le tapó con una sábana despareja como lo haría un padre y prosiguió con su rutina.

Ese sábado se levantó nublado. Pero en cambio la brisa era áspera y seca y no traía nada de humedad. Durante la mañana ambos jóvenes estuvieron visitando varias inmobiliarias sin ningún resultado.

A última hora decidieron entrar a la que tenían como última opción, pues estaba escondida y tenía un aspecto cochambroso desde fuera. Por dentro solo tenía dos escritorios, pero estaba muy limpia y ordenada para tener tanto muestrario.

Rubén apenas dijo una sola palabra y con lo parco que siempre había sido Enric, esta vez no iba a fallar. Encontraron un estudio pequeño en la misma calle que la empresa donde ambos trabajaban y quedaron para verlo esa misma tarde, era lo único que le gustaba a Enric.

Llegaron a las cinco de la tarde, el estudio apenas tenía treinta metros cuadrados y precisamente no se debería llamar estudio pues era una casa muy pequeña pero muy acogedora. Nada más entrar, se encontraron con que había la cocina de vitrocerámica con el horno, una pequeña encimera y la nevera instalados en la pared por la que se entraba. En frente de la nevera había una mesa con tres sillas y una ventana encima, casi en la esquina. Una lámpara colgaba del centro del salón. Justo enfrente de la pared de entrada había una ventana de medio cuerpo con forma al exterior y debajo de ella una butaca roja de terciopelo. A su lado, enfrente de la puerta principal había una estantería de cuerpo entero sin libro alguno, pero que hacía también esquina. Y justo en la pared que unía la puerta de entrada y esa estantería se hallaban dos puertas y la alarma antirrobo.

La habitación era la puerta de la izquierda, con una cama de noventa centímetros de ancho, una mesilla y un espejo de cuerpo entero. Justo a la cabeza de la cama se hallaba una ventana que daba al patio interior. El cuarto de baño correspondía a la otra puerta, al entrar te topabas de frente con el inodoro y la ducha al lado. Al lado de la puerta se encontraba un minúsculo lavabo y el espejo-botiquín y entre este y la ducha una ventana alta y redonda como un ojo de buey.

La casa era pequeña, pero estaba tan bien organizada que a Enric le encantó. Para celebrarlo, tomarían al día siguiente algo en la plaza de San Miguel.

Todo lo que quedaba de tarde lo utilizaron para trabajar extraoficialmente. A cierta altura de la conversación que mantenían sobre una de las historias, a Enric se le ocurrió aportar la idea de incorporar exterior.




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