Hojas en el Lago

Capítulo I


Mientras Alejandro caminaba bajo el inclemente sol de Maracaibo, se preguntaba por qué los arquitectos de la URU, decidieron diseñar el estacionamiento en la parte más alejada del edificio principal. A cielo abierto y a la orilla del lago, que a esa hora desprendía una soporífera humedad; un error, dada las condiciones climáticas de la ciudad, error como tal vez fue aceptar dar el curso optativo para la universidad. Pero, ahí iba, en el largo camino del estacionamiento a las caminerías que lo habían de llevar a dicho edificio. Donde lo esperaba la responsable de su suplicio, la amiga más cercana de la familia, la rectora Sonia Villamizar, quien echó mano de todo su poder de convencimiento para sacarlo de las muy cómodas oficinas de la empresa a semejante hervidero.


Al calcular la distancia hasta el rectorado, pensó que sufriría una baja de tensión. Debía cruzar desde el Aula Magna, hasta las oficinas de Villamizar, tratando de ir al amparo de las caminerías, pero aun así, ¡qué calor hace en la ciudad!, tener poco tiempo de haber regresado de España no lo ayudaba a lidiar con la temperatura. Al divisar la puerta principal, dio gracias por el aire acondicionado. Sin preguntar fue directo a la oficina del rector y ahí está

  Sonia, una mujer en edad madura, aun atractiva y que se encontraba leyendo unos papeles, cuando alzó la vista y se da cuenta quién es el recién llegado, se levanta con una sonrisa, y se acerca a darle un beso en la mejilla, mientras dice: 
- Mi amor, ¡llegaste! –mira su reloj- y temprano de paso – lo suelta y ofrece una silla frente al escritorio, con un gesto de mano. 
- La puntualidad es mi pasión – comenta Alejandro, mientras toma asiento- además, espero a que se haga más tarde y me derrito en el camino. 
- ¡Sí sois exagerado!, no hace tanto calor –responde Sonia, mientras se sienta. 
- Al menos aquí no – dice él, mirando la amplia y fresca oficina.   
- Miralo por el lado positivo, tu madre ha de estar feliz, al fin saliste de tu cripta. ¿Lleváis cuánto tiempo en la ciudad? ¿6 meses? Y no la conocéis de nada, además necesitáis agarrar más vitamina D, mirá lo pálido que estáis…  
- Tengo una empresa que dirigir -la interrumpe-, personas que supervisar y programas que ejecutar.  
- Sí, sí, por cierto, los estudiantes están muy emocionados, de que Alejandro Ortega, el genio de la informática les vaya a dar clases, ¿no te parece? – no espera respuesta- se inscribieron estudiantes desde sexto a octavo semestre y los demás se quejaron por no poder asistir, pero entienden que se necesita cierto nivel para aprovechar al máximo tu curso, eso sí, trata de no romper muchos corazones – suelta una carcajada-.  
- No prometo nada, quizás encuentre al amor de mi vida –dice Alejandro, con sarcasmo disimulado, mientras piensa: como si creyera en el amor – me parece que ya va siendo hora, ¿no?  
- ¡Qué estricto sois!, faltan 15 minutos, pa´ las diez y media. 
- Puntual, un valor que le falta a los venezolanos ¡y a los maracuchos más! 
- Bueno, pues, vamos pa´ allá. 
Salieron de la oficina y caminan por un largo corredor, hacia una salida lateral, cruzaron una pequeña plaza, entran a otro edificio, hasta un vestíbulo y al frente unas puertas dobles. 


- Esa es la sala B, de conferencias, es el triple del tamaño de un aula normal, pero no tan grande como el paraninfo y muchos menos al aula magna. – explicó Sonia, antes de entrar- ya les advertí que sois puntual, aunque no sabía que tanto, pero la mayoría ya deben estar allí. 


Empuja la puerta y ahí está la sala, caben al menos unas 100 personas sentada y la mayoría de las butacas están llenas, caminan hacia una plataforma elevada, donde solo hay una pared blanca detrás, Alex pidió que se retiraran todos los elementos decorativos para una mejor visualización de su presentación. Un murmullo emocionado recorre la sala. Sonia se adelanta, toma uno de los micrófonos inalámbricos y hace la presentación. 


-Buenos días, damas y caballeros, estoy muy complacida en esta mañana y estoy segura que ustedes también, de contar con la presencia de uno de los jóvenes más talentosos y disciplinados del mundo de la Informática y quien ha tenido la amabilidad de sacar tiempo en su apretada agenda como Director de la empresa Suntech, para compartir, durante todo este semestre, de sus amplios conocimiento con nosotros. ¡Denle un aplauso y la bienvenida a Alejandro Ortega! 


Mientras Alejandro se acerca a ella, sonríe con cortesía, toma el micrófono, mientras todos en la sala le dedican aplausos, gritos y vítores. Parece un concierto de rock, más que una clase – piensa- pero esa es la llamada algarabía maracucha, espera acostumbrarse pronto a ella. Mira el reloj, son las diez y media, levanta la mano, para hacer silencio. Y se dispone a presentarse, no le gusta hablar mucho sobre su vida personal, así que se enfoca en su carrera. A los 12 años se mudó a España a estudiar Bachillerato en un Colegio especializado en Informática, a los 15 lo eximieron y a los 20 ya se había graduado de la Universidad Autonoma de Madrid, ese mismo año se fue a vivir y a seguir estudiando en Estados Unidos, específicamente en Virginia Tech. Dice todo eso, mientras pasa imágenes (a través de un proyector de mano) de sus años como estudiante y luego el breve periodo de trabajo que tuvo en Silicon Valley. A los 26 volvió  a España, a poner en marcha la primera oficina de Suntech para Europa. Dos años después dicha empresa tenía un lugar en el mundo de las soluciones informáticas, no solo a nivel del país, sino continental. Así su padre, reconocido ingeniero en computación en Venezuela, le propone que absorba su empresa de computación y se fusionen,  para cubrir el mercado de América Latina,  en hardware y software. Lo que trajo a Alejandro de nuevo a “La tierra del sol amada”, Maracaibo.  




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