Tres días pasaron, y Alejandro no se había sentido tan inquieto y obsesionado por una mujer desde que era adolescente. Aun así, había logrado mantenerla fuera de su mente, durante los periodos de trabajo, mientras supervisaba la corrida de los proyectos más importantes. Actualmente desarrollaba un software administrativo para la empresa de alimentos más grande del país y otro software educativo para el estado. Ambos proyectos tenían una envergadura monumental, porque podían ser muestra y referencia para la región latinoamericana.
Pero las reuniones de minutas, eran otra cosa, divagaba de un pensamiento a otro y volvía a repetir sus breves momentos con Samara, sus palabras, sus gestos. Una y otra vez. La noche anterior había tenido el impulso, de hackear la base de datos de la universidad, para sacar toda la información personal de Samara. Pero se contuvo, eso estaba lejos de su método habitual. Por el contrario, revisó la guía de restaurantes de la zona, quizás un almuerzo fuera lo idóneo para resarcirse del episodio anterior, aunque aún no entendía qué había pasado.
Había tres con categoría cinco estrellas, todos ubicados en hoteles construidos en la ribera del Lago y había un restaurante de tres estrellas, sobre una islita artificial. Cualquiera era bueno. No había que reservar para almuerzos; las cenas eran otra historia.
Fue a la oficina a primeras horas, la empresa tenía varias propiedades en toda la ciudad, y en el país, pero las oficinas de la avenida 5 Julio, eran el centro neurálgico de todo ello, estaban en un edificio de diez pisos con fachada del más elegante vidrio templado antirreflectante, que ayudaba a combatir el calor, los laterales eran en concreto y contaba con estacionamiento interno; al subir a la sala de desarrollo, ya todo el personal del área estaba allí, se dedicó a mirar mapas BD, y ventanas de interacción, hizo unas cuantas correcciones y avisó que se tomaría el resto del día libre, todos lo miraron con extrañeza. Hasta ahora los había hecho trabajar hasta el cansancio y por supuesto él daba ejemplo. No había faltado un día, ni tomado un día de descanso y de hecho hasta los domingos estaban ahí, tenían plazos que cumplir y el salario era proporcional a ese trabajo, algunos habían objetado, pero ese era el método de trabajo que había aprendido y daba resultado. Volvió a pensar en Samara y su respuesta, solo tenía que conducir hasta la universidad para verla, luego de tres largos días.
Al llegar a la universidad, el camino del estacionamiento a la sala B, no le pareció tan largo esta vez, llegó antes de tiempo, y para su deleite, Samara ya estaba allí, de nuevo con auriculares puestos y escribiendo en su libreta. De repente Alejandro pensó que quizás no tendría una Tablet, como parecía tenerlas todos en la universidad, y por eso escribía tanto en esa libreta. Sería un detallazo una de última generación, podía importarla a pedido o comprar una de la tienda de la empresa, que sería más rápido. Pensó todo eso, mientras estaba a un lateral de la puerta; solo había tres estudiantes con Samara, y los otros dos eran una pareja en la esquina, que se estaban demostrando afecto y la chica, una rubia soltaba risitas por ratos. Se acercó y esta vez Samara si lo vio venir.
- Buen día Samara, ¿Cómo estás?
- Buenos días profesor, bien y ¿usted? – respondió ella, con helada cortesía.
- Agradado de verte – y era muy cierto, ese día Samara llevaba un vestido manga larga, ajustado, color salmón, era tela de algodón, pero resaltaba su figura, no llevaba chaqueta y aunque el vestido terminaba en la rodilla, ella usaba una clase de medias completas, de tela alicrada y unos botines, su pelo liso iba en una coleta – estás muy guapa hoy.
- Tenía pre-presentación, siempre piden ropa formal – no le agradeció, solo aclaró.
- ¿Qué tal resultó?
- Bien, un par de correcciones.
- ¿Qué debes corregir?
- Unas sentencias en el código – soltó la información con recelo.
- Puedo ayudarte, ya sabes dirijo una empresa de soluciones informáticas.
- No se preocupe, no quiero distraerle de su empresa – respondió con hostilidad.
De nuevo el rechazo, decidió dejarlo así, comenzaba a llegar los estudiantes.
- Ya casi empieza la clase, pero quiero charlar luego. ¿Te parece? – ella lo miró y no dijo nada.
La clase versó sobre los requerimientos del cliente y dar respuesta acertada a los tales, hubo preguntas y comentarios. Samara no participó, pero sí apuntó todo. Eso le agradaba a Alejandro, era diligente y ya Sonia le había comentado que era la mejor de la Escuela.
Al terminar la clase y dar la despedida habitual, Samara seguía en su lugar, Alejandro esperó, que la sala se vaciara por completo, aunque los últimos en salir, miraron curiosamente hacia los dos que quedaban atrás. No le importaba, aunque siempre había preferido mantener su vida personal, fuera de foco, si ese era el precio a pagar por fijarse en una universitaria, no estaba mal. Caminó hacia ella, pero esta se levantó antes de que llegara a su lado. Estaban a medio metro y a Alejandro le encantaba que, aunque fuera más baja, lo mirara directo a la cara. Habló primero:
- ¿Qué es lo que quería charlar? – dijo la última palabra, con una mala imitación de acento español. Alejandro sabía que tenía un leve acento español, y usaba palabras poco frecuentes en español latino, pero había pasado casi toda su vida en España, era lo mínimo.
- Pues no entendí nada, de lo que pasó el otro día, pensé que estábamos teniendo una charla amena y de repente te vas.
- ¿Era solo eso?
- Sí, no. También quería invitarte a comer a ese restaurante La Islita, que esta en Isla Dorada, dicen que es muy ¡wow!, además ya está más que vestida para la ocasión.
- No, gracias.
- ¿Por qué? No entiendo, acaso ¿tienes novio? ¿Es eso? – como no se le había ocurrido esa posibilidad- dejadlo, mejor partido que yo no podrías encontrar – le dedicó una mirada cargada de intención.
- Tamaña arrogancia, seguro que no tiene igual –le respondió con mordacidad- no, no tengo novio. Pero sí quisiera aclarar que el único trato que espero que tengamos, sea el que implique esta clase y nada más. Por eso me quedé.
- Tú eres muy guapa e inteligente, me atraes desde que hablaste el primer día. ¿Por qué no?, ¿te desagrado físicamente?
- No es su físico lo que está mal – Alejandro sonrió- es su forma de hablar lo que me molesta – su sonrisa murió.
- ¿Te molesta que fui tan directo? Perdona, estoy acostumbrado a otro tipo de mujeres.
- De seguro que sí, pero no pierda su tiempo, pa´ este baile, no va. Y creo, que no tenemos más nada qué hablar.
- De nuevo se iba a ir y dejarlo en su estupor; no podía permitir eso, no estaba acostumbrado al rechazo, negarse nada o no cumplir lo que se proponía y Samara, ya estaba en la lista.
- No, podemos ir a otro lugar, donde quieras, hacer lo que quieras: cine, librerías, café, compras… no debes ocuparte de nada, yo pago.
- Mire, Señor Ortega de seguro, entre más habla, más la embarra, usted está acostumbrado a otro tipo de mujeres y quizás a comprar su afecto con regalos, pero a mí, ¡no! ¡Que pase buen día!