Hojas en el Lago

Capítulo VI


La lluvia había comenzado a menguar y  las luces  a encenderse por toda la ciudad, Samara permaneció en silencio desde que cruzaron a la circunvalación, iban casi a la altura de Plaza de Toros, Alejandro se distrajo un momento mirando la universidad Rafael Belloso Chacín, construida en ladrillo rojo y tonos blancos, que además tenía un estacionamiento cubierto de varios pisos; le agradaba. Sí, tenía una especie de obsesión con los estacionamientos. El semáforo para cruzar la Avenida Guajira se puso en rojo, así que pudo detallarlo mejor, pero con su obsesión en curso, le habló: 


- Como dije, si me deja aquí estaría muy bien – del otro lado de la avenida, estaba Plaza de Toros. 
- ¿Estás segura? Ya me comentaste las dificultades del transporte y no me cuesta nada y ya casi anochece. 
- Solo su tiempo, gracias de verdad, pero déjeme aquí. 


Alejandro suspiró y decidió que si era lo que ella quería, accedería. Buscó un lugar dónde detenerse, había una parada cerca, se detuvo un poco más adelante. Samara se desabrochó el cinturón y esperó que quitara el seguro de la puerta para bajarse. Alejandro no lo hizo, ella lo miró y dijo: 


- Gracias de nuevo, ya me bajo. 
- Espera, quiero darte algo – tomó la Tablet y se la extendió. 


Ella miró la Tablet y luego a él, pero no la tomó.  
- Es un presente, las veces que he te he visto siempre apuntas en una libreta, así que pensé que necesitabas una Tablet. 
- ¿Un presente? ¿de 3.500 dólares? – su asombro era palpable- y ya tengo una Tablet… pero prefiero escribir en el cuaderno – su tono pasó a molestia. 
 

Aquí vamos de nuevo – pensó con pesimismo Alejandro. 


- Pero, seguro no como esta, sabes el costo, así que conoces el equipo 
- Lo conozco, ¿Quién no?, pero no puedo aceptarlo. 
- ¿Por qué? 
- No es adecuado – dijo Samara con terquedad. 
- Hala… por supuesto que sí, es un presente, yo te lo ofrezco y tú lo recibes. Completamente adecuado.                  
- ¿Por qué quiere darme un equipo así? 
- Sabes  por qué… - la miró directo a los ojos- porque me gustas, mucho y quiero ganarme tu afecto – extendió la mano que tenía libre para acariciarle el pómulo.   


Y de repente fue como saltar una chispa, Samara estaba enfurecida, su rostro se enrojeció, su pecho se agito y retiró bruscamente la mano de Alejandro.


- ¡No me toque! Y mi afecto no se lo va a ganar con 3.500$, ¡abra la puerta que me bajo! 
- Samara, no es mi intención comprar tu afecto – dijo con rapidez. 
- ¡Sí!, sí lo es y ahora ¡abra de una vez!


Ante la violencia de su voz, retiró el seguro, la vio bajar y tirar la puerta con brusquedad. 
Una oleada de rechazo lo arrasó y luego rabia; mucho de ella. 


Arrancó el auto y aceleró, a cien metros vio un punto de retorno, dio la vuelta, iba directo a su apartamento. Tenía la mente en convulsión, ¿qué era lo que quería Samara?, ¿lo odiaba? ¿Por qué se comportaba así? Entre más lo pensaba, menos entendía, se negaba a mostrarse abierta y tenía esos ataques repentinos de ira o ¿es que estaba loca? Eso explicaría muchas cosas, pero más loco debía estar él, que no desechaba su interés por ella y seguía exponiéndose al ridículo, al rechazo. Que en el fondo era lo que quizás le dolía: su rechazo. Nunca lo habían rechazado, ni una sola vez. Tampoco es que se hubiera involucrado demasiado con alguna mujer, habían sido casi todas, relaciones fugaces, que no habían costado demasiado esfuerzo y aún menos terminarla, al final se aburría por su personalidad. Y en el fondo de su ser creía que estaba hecho para el mundo empresarial y no para el “amor”.     


Al pasar de regreso por la parada, se percató, que ella no estaba. Eso significaba, que pudo irse a donde quiera que viviera. Eso era otro asunto, todos sus comentarios sobre realidades. ¿Qué era todo eso? ¿Era odio de clases sociales? Él no odiaba a los pobres, sabía que existían y eran parte del mundo, la mayor parte del mundo; pero qué podía hacer ante eso. Así era la vida, así funcionaba el mundo. Pero, también era cierto, qué él no sabía nada del mundo de Samara, mientras que ella, sabía un poco más del suyo; en el mundo de la informática, los problemas y  ausencia de soluciones, se daban por falta de  información y de un planteamiento adecuado de la situación. Tal vez debería abordar esa situación así, eso era, necesitaba información y si la fuente no iba a colaborar, él hackearía la fuente.  

… 


Cuando llego a su apartamento, en el piso 29 de la torre ANGELINI, decidió, que primero se bañaría, se sentía pegajoso, con la ropa húmeda, quizás un baño le sirviera para relajarse un poco, después de esa tarde. Vivía solo, como había sido su costumbre desde la UAM, tenía personal de limpieza, pero a esa hora, ya no estaba allí, casi siempre comía en su lugar de trabajo, incluida la cena. Tenía hambre, recordó que no había almorzado, apenas se había tomado un refresco con Sonia. 


Después del baño, pidió comida por medio de una app, llegó el pedido bastante rápido, debía ser un restaurante cercano. Comió y luego entró al estudio, que tenía un ventanal con una vista espectacular de la Avenida El Milagro y  el Lago, que en ese momento de la noche solo era una oscuridad uniforme en la distancia, a excepción de las diminutas luces de las boyas sobre el agua, que pulsaban perezosamente y uno que otro navío. Encendió sus ordenadores y se dedicó a verificar todos los mensajes que tenía desde la empresa; dedicó una hora a ello y cuando terminó, se dispuso al hackeo, era ilegal, allí y en cualquier lugar del mundo, pero como el método lento no estaba dando frutos, ahora iba a ir por el rápido. Primero entró a los servidores de la URU, daba vergüenza su nivel de seguridad, además estaba detectando errores en las sentencias, nada más de pasada, se metió en la base datos y allí estaba toda la información personal de Samara, nombre completo, fecha de nacimiento, dirección, teléfonos, correo, notas, tenía un record de notas envidiable, documentos adjuntos de Bachillerato y su estatus como becada.  




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