Hojas en el Lago

Capítulo VII

Era viernes de nuevo, tenía las revisiones de las guías, se sentía nervioso y emocionado, fuera de su estadio habitual. Samara parecía odiarlo, pero ahora que había accedido a una cantidad valiosa de información sobre ella, se sentía mejor preparado para su encuentro. Era el típico día soleado en Maracaibo, después de dos días de lluvia, ante tanta luz todo parecía más brillante y por supuesto más caluroso. Ese día decidió usar gafas de sol, al entrar a los edificios, los colocó en la parte delantera de la camisa. 


Todos estaban en la sala, parecía que los estudiantes se habían acostumbrado a su puntualidad, eso le agradaba. Samara, su martirio, estaba en las primeras filas. Alejandro saludó a todos desde la plataforma, les informó que los líderes de cada equipo podían comenzar a acercarse, tendría 20 minutos con cada uno.    


Samara fue la tercera en pasar, se acercó con incomodidad al escritorio que había dispuesto para la revisión, él le indico que se sentara. 


- ¿Cómo estás Samara? – preguntó con suavidad. 
- Bien… esto y esto – señalo con el dedo unos planos de interacción y secuenciales, pero no levantó la mirada – no estamos seguro si están correctos. En mi opinión tenemos fallas en el tercer y cuarto momento. 
- Así es, tienes buen ojo y buena lógica, el problema aquí radica en que… 
 

Le explicó con detalle las fallas, pero dejó que ella propusiera soluciones, pasaron los minutos y se mostró más cómoda. Definitivamente sería un recurso valioso en cualquier empresa. Pero mejor si era en la suya, la idea lo hizo sonreír y Samara lo miro con curiosidad y notó cómo ella detallaba su cara. No tenía perdida la guerra. 


Se terminó el tiempo y pasó el siguiente líder. Siendo sincero, todos eran bastante capaces y estaban haciendo un buen trabajo, ya vería cómo les iba en la presentación. Los felicitó y se despidió de la clase. Todos comenzaron a salir, incluida Samara, a donde iba ya no era un misterio. Alejandro le estaba rastreando el teléfono móvil y podía ver dónde estaba, desde el suyo.  


Esperó unos minutos en la Sala y vio cómo se movía entre los edificios de la URU, hacia la salida principal, ¿se iba? No, estaba bajando hacia el parque. Él se encaminó hacia el estacionamiento, en los minutos que le tomó, ya ella estaba en la orilla del Lago, suponía, sentada bajo el árbol. 


Estacionó en el mismo lugar de la última vez, y  Samara tampoco se percató de su llegada, debería estar más prevenida, pensó; se colocó las gafas de sol y se encaminó hacia ella, pero, cuando estuvo cerca Samara giró, lo vio, varios sentimientos pasaron rápidamente por sus ojos, volvió a darle la espalda. Él se sentó, estiró las piernas y pasó el brazo por el espaldar de la banca, en una actitud casual. Los minutos pasaron y nadie habló. 


Alejandro siguió con la mirada toda la línea de la costa oriental del Lago, hasta donde se interrumpía la vista por el “Coloso” del lago, el puente General Rafael Urdaneta, una inmensa estructura de concreto, sostenida por pilares sumergidos en el agua y que tomaba altura, hasta arquearse levemente en el centro. Era icono y orgullo de la ciudad, pero Alejandro nunca había cruzado por él, cuando volvió de España, tomó un vuelo privado desde Caracas hasta Maracaibo, lo mismo cuando se fue. De niño había navegado el lago, pero en dirección a mar abierto. Así que a sus 30 años no había visto el puente de cerca. Pero, desde donde lo veía ofrecía una postal encantadora, parecía inalterable en el tiempo; Samara lo sacó de sus pensamientos con brusquedad: 


- ¿Qué hace aquí? – preguntó. 


El siguió con la vista al lago. 


- Mirar, el lago, el puente. Nacen en mí, sentimientos de orgullo y zulianidad – respondió con sinceridad. 
- ¿Podría encontrar lugares más cómodos y adecuados dónde mirarlo? 
- Aquí está perfecto. 
- Este es mi lugar – comentó con infantilismo. 
 

Se giró a verla, estaba irritada, le causaba gracia. 


- ¿Acaso esta es la vereda de Samara? – preguntó con malicia- Hasta donde sé, son terrenos y propiedad de la alcaldía. 
 

Samara abrió la boca para hablar, pero al final se quedó callada, miró hoscamente al lago y respondió.


- No es mi propiedad, pero sí el lugar donde vengo a reposar. 
- Podemos compartirlo, esta banca es muy grande – señaló el largo que tenía.  
- Prefiero estar sola – comentó abatida. 
- Puedo permanecer en silencio, soy bueno en eso, de hecho me desagrada mucho el ruido. 
- No pareciera, ahora no deja de hablar. 
 

Alejandro rio, tenía un punto. 


- ¿De qué se ríe? – preguntó ella – ¿Le parezco muy graciosa…? 
- Entre otras cosas, pero hoy vine en plan de paz, solo quiero mirar el paisaje y ya.                 
 

Ella lo miró con los ojos entrecerrados y la nariz arrugada; quería besar esa naricita, pero no se iba a arriesgar. Se quedaron en silencio un rato más. Era agradable eso, debajo del Cují estaba fresco y la brisa sobre la superficie del lago, producía un murmullo que lo arrullaba. Se sentía tranquilo y somnoliento, no era muy común para él dormir a mediodía, pero con esa brisa sí le entraban ganas.         

          
- Si se queda solo y dormido aquí le pueden robar hasta el alma – dijo Samara. 
- ¿Te importa mucho mi seguridad? – respondió y se enderezó en la silla. 
- El hecho de que me caiga mal, no significa que le desee mal. 
- ¿Por qué te desagrado? – preguntó con cuidado. 
- Porque usted, tiene esa actitud de porquería y cree que el mundo es suyo – lo acusó.   
- Podrías decir con exactitud ¿Qué actitud? Hasta el momento quien se ha mostrado hostil e iracunda has sido tú. 
- Con exactitud, le puedo decir que se valla a la… -se detuvo. 

- ¿A dónde? – preguntó Alejandro con diversión, sabia como terminaba ese insulto, era común en España. 
- ¡Dios! – exclamó Samara, agarró su bolso y se levantó. 
- No tienes que irte… -le dijo. 
- Sí, sí tengo, no es por su irritante presencia; tengo clases a las dos –masculló. 
- Ah, y ¿ya comiste? 
- Eso no es asunto suyo –respondió. 
- Ah sí, pero tengo unas galletas, que piden ser compartidas –sacó del bolsillo un paquete de galletas de chocolate. 
 




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