Hojas en el Lago

Capítulo VIII

Alejandro daba vueltas y vueltas en su oficina, era domingo por la mañana, Samara tenía un apuro económico, su madre se había enfermado, el sábado en las horas de la tarde, había sufrido un infarto, la habían estabilizado en el hospital, pero necesitaba un tratamiento que el centro de salud no iba a costear y ellas no tenían dinero para comprarlo. Para él, era una insignificante suma de dinero, pero Samara se angustiaba; la noche anterior había revisado sus redes y se percató, que ella  le estaba comentado la situación a una amiga por medio de un chat. Él podía ayudarla, quería ayudarla, pero ¿Cómo? Ella había rechazado hasta ahora sus regalos. Pero era un apuro, quizás no se mostrara tan reacia.  


¿Podría ir hasta su casa o llamarla? Nada de eso parecía idóneo, ¿cómo le explicaría que estaba enterado de aquello? 


- Alejandro ¿Qué tenéis? Parecéis un trompo –su gerente de relaciones públicas y conocido desde la niñez le preguntó. 
- No es nada Raúl – respondió. 
- No parece que sea “nada”, llevo media hora hablando y apenas sí me habéis parado bolas y dais vueltas y vueltas de un lado a otro.

 Alejandro lo miró, Raúl era un maracucho de pura cepa, se había criado y estudiado en Maracaibo, hasta que decidió hacer un postgrado en el extranjero, pero luego había regresado, amaba la ciudad y conocía su gente, por eso y por su nivel académico lo había escogido, y estaba dando resultados. Tal vez podría ayudarlo, conocía su gente y también sus mujeres. 


- Raúl, tú has vivido aquí siempre o casi, conoces a las personas, cómo piensan y todo eso – le expresó.     
- Sí, por eso trabajo en el área de relaciones públicas. 
- ¿Y las mujeres de la ciudad?     
- (Rio) soy un hombre casado, pero conocedor de mujeres y de maracuchas más, ¿tenéis un lio de faldas? –lo miró seriamente. 
- Digamos que sí – Alejandro no estaba seguro de cómo expresarse. 
- Pero sentate, que me tenéis marea´o.  


Alejandro se sentó 


- Ajá, hablame que soy el hombre que necesitáis 
- Si tú supieras algo de una chica que te gusta, que está metida en un lio delicado, pero tú no deberías saber, porque ella no te ha dicho y no tienen allegados en común. Pero lo sabes. ¿Cómo harías para ayudarla? 
 

Raúl se quedó en silencio unos minutos, hasta que al final preguntó. 


- ¿La hackeaste? 
- Sí – respondió sin remordimiento.  
-;Que no se entere la chama, las maracuchas son hijas del diablo y como sepa que hiciste esa vaina, te va a sacar los ojos. –dijo con tono serio. 
- Lo sé, pero ¿Cómo puedo ayudarla? – preguntó agobiado de nuevo.    
- Mijo, eso sí es un enredo, con razón no paráis de dar vueltas. ¿Qué problema tiene? 
- Un apuro de dinero. 
- ¿Y cuántos millones necesita? ¿tiene problemas familiares? 
- No… sí – ¿cómo le podía explicar de la humilde condición de Samara? 
- ¿Cómo es eso? 
- Es complicado, quiero ayudarla, pero temo que si voy de frente, me rechace y es un asunto algo urgente. 
- Lo único que se me ocurre es que parezca algo casual, pero ni idea de cómo, aunque vos ya tenéis acceso a sus movimientos, estoy seguro que algo se te ocurrirá, eso sí, que no se entere de lo que hiciste, ¡si no! –hizo un gesto de pasar el dedo por el cuello- estáis frito y perdoname, pensé que era algo menor. Eso sí, cuando tengáis alguna duda epistémica de qué le gustan a las maracuchas avisame.    
- Gracias y ¿Qué era lo que me estabas diciendo de la promoción en medios de la empresa? 


Hizo el esfuerzo por atender lo que en ese momento tenía a mano para resolver.  


… 


Raúl se retiró una hora más tarde, deseándole suerte; Alejandro volvió a revisar las redes de Samara y hacía apenas una hora le había enviado a la misma amiga, varios audios llorando, desesperada por la condición de salud de su madre, Alejandro sintió una impotencia terrible, ¿Cómo podía alguien sufrir tal desesperación por una suma tan inferior? Solo eran 80 dólares, tenía que hacer algo. Y justo entró un mensaje de la amiga de Samara, Darley, donde le decía que le había depositado 20 dólares, que no era el total de lo que necesitaba, pero podría comprar los medicamentos más indispensables. Samara respondió al instante agradeciendo y llorando a la vez, su dolor lo afligía; ella comenzó a rastrear un medicamento por las aplicaciones de varias cadenas de Farmacias, hasta que encontró disponible en una sucursal en la avenida Bella Vista, bastante cerca de donde estaba Alejandro, pero lejos de donde ella estaba. 


Samara comenzó a moverse desde el hospital donde se encontraba, en la avenida Guajira hacia Bella Vista. Podía llegar primero a la farmacia y que así pareciera algo casual y una vez allá, ella no tendría cómo negarse. Recogió sus cosas rápidamente, tenía un almuerzo de trabajo, con los dueños de una cadena de Centros Comerciales, pero no importaba. Al salir de la oficina, le dijo apresuradamente a su asistente que cancelara todo, la mujer no podía creer lo que estaba escuchando, pero se apuró a tomar el teléfono y cancelar. Lo que tardó en llegar el ascensor lo impacientó, cuando llegó al estacionamiento, encendió el auto y salió a la avenida, mientras miraba de cuando en cuando en su móvil, cómo Samara se movía lentamente, llegaría primero, eso era bueno, porque le daría tiempo para calmarse. Esa situación con Samara lo tenía de cabeza abajo, nunca se había sentido tan alterado en su vida, tan confundido y tan cercano al sufrimiento de otra persona, el mundo de la informática siempre había sido su centro, su todo estable, seguro y lógico. Nada parecido a lo que sentía desde que se había topado con ella. 




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