Hojas en el Lago

Capítulo XI

Alejandro esperó a que Samara comenzara a hablar, pero ella se limitó a mirar el lago y luego el árbol, a ver cómo las pequeñas hojas del Cují se desprendía con la brisa e iban a caer en sus pies o en el lago.  


- ¿Conoce este árbol? – le preguntó.  
- Sí, es un Cují, muy común aquí. 
- Sabe ¿por qué lo sembraron aquí en este parque tan…? como dicen los españoles ¿tan pijo? 
- No, no lo sé – respondió con sinceridad.  
- Porque solo el cují  (dos o tres especies más)  pueden soportar el clima de esta tierra, la aridez, la falta de agua; pueden sobrevivir sin ayuda. Dentro del parque hay zonas de grama y pequeñas fuentes que en los tiempos de crisis quedaron al abandono y la grama murió, pero este árbol no, se ha quedado aquí como un centinela vigilante, viendo los tiempo acontecer y seguir; viendo las torres del lago levantarse y ser derrumbadas, los buques, los navíos y las pequeñas lanchas de pescadores pasar sin fin. ¿Sabe en qué nos parecemos los pobres a este cují? 
- No, ¿en qué? – tuvo que preguntar a regañadientes. 
- En que nos limitamos a sobrevivir – dijo con sencillez. A él le parecía una metáfora muy bonita, pero que no tenía sentido para él - ¿sabe usted qué es eso? Sobrevivir. 
 

Alejandro entendía el concepto de la supervivencia, pero no lo había experimentado de primera mano y entendía que eso era lo que ella preguntaba. 
- No, no lo sé, pero me juzgas y alejas por eso, eso a mí me parece más diferencia de clases de tu parte que de la mía  
- Como dijo usted: Maybe (quizás); pero el primer día, simplemente se presenta como el arrogante niño rico que es y cree que solo por su nombre y cara bonita debo lanzarme a sus brazos ¿sin más?  Entiende lo molesto que resultó eso para mí. 
- Ahora que lo dices así – respondió avergonzado, era verdad; eso había sido su primera intención- pero me llamas niño rico, como si fuera un desocupado que vive de la fortuna de papá y mamá – eso le ofendía un poco. 
- Usted no vive de papá y mamá, pero mucho de lo que es, se lo debe al hecho de haber nacido en el seno de una familia rica, como decimos nosotros los pobres: en cuna de oro. 
- Menosprecias mi esfuerzo, mis años de estudio, disciplina y trabajo duro – dijo ahora sí bastante ofendido. Él no se había dedicado a ir de fiesta, mujerear y derrochar el dinero de sus padres, como mucho de sus conocidos; la mayor parte de su juventud la dedicó a estudiar y trabajar mucho, hasta el punto de no permitirse siquiera una vida personal – simplemente por tus prejuicios. 
- Ya, yo también he estudiado y trabajado duro toda mi vida y ¿me ve en cinco años con mi propia empresa? – preguntó con sarcasmo. 
- Si se te presenta la oportunidad, creo que serías capaz de dirigir tu propia empresa – era una respuesta evasiva. 
- Eso es alentador, pero Alejandro usted mejor que nadie sabe que para tener una empresa se necesita, mucho, MUCHO dinero. ¿y de donde va a salir? 
- Puedes pedir préstamos en los bancos. 

Ella se rio. 

- Y sin contactos, o como decimos nosotros: sin palanca ¿Quién cree que va a prestar a una muchacha pobre de Torito Fernández? Déjeme decirle quién: nadie. Usted habla de oportunidades, y saber aprovecharlas, pero las ha tenido servida en bandeja de plata toda su vida, mientras que yo he tenido que ganármelas a pulso, con sudor y lágrimas. Cuando viene con ese discurso demagogo de: “eres pobre, porque no sabes aprovechar las oportunidades”, siento que se me va a reventar la bilis. Usted no sabe nada de ser pobre, de la vida que llevamos, de cómo luchamos día a día con las mil adversidades que se nos presenta y seguimos de pie como este cují, sobreviviendo, aferrándonos a la idea de que un día algo mejor vendrá y muchos no lo consiguen; somos conscientes de ello, pero solo seguimos adelante, aferrándonos a ese pequeña esperanza.  


Alejandro no supo qué responder, él nunca se había detenido a pensar en esas cosas; en la vida que llevaban millones de personas de escasos recursos.  


- Así que, usted viene a mí, proponiéndome ¿Qué? Una aventura, un romance de “verano” al estilo gringo. Perdóneme, pero no, hasta ahora he podido mantener a buen recaudo, mi corazón y mi dignidad, mi lugar y aunque sea pobre y sin oportunidades, voy a seguir luchando por construir mi propio camino. 
- No es así – respondió él en voz muy baja- te puedo ayudar a salir de todo eso. 
- ¿Me está escuchando? No creo, ni quiero que me saque de la pobreza, no soy una ingenua, las diferencias entre nosotros son abismales. Ni con toda la atracción del mundo, vamos a lograr superar semejante trecho. Esto no es 50 Sombras de Grey, ni Crepúsculo, ni María la del Barrio. – él no entendía ninguna de las referencias, pero tenía que insistir; no podía dejarla ir. 
- No, pero podemos construir nuestra propia historia, un mundo solo para nosotros dos – Alejandro notó que aun con todo su rechazo, esas palabras llegaron a Samara, sus ojos se tornaron brillantes y él las decía con toda la sinceridad. 
- Dice locuras usted – dijo ella, desviando la mirada al lago.  
- La locura más sincera que he dicho en mi vida –respondió, notó cómo se habían acercado al curso de la conversación.  
- No estamos yendo a ningún lado ¿no? 
- Yo opino que sí, ves como un gran inconveniente que sea rico, pero no es como si fuera extraterrestre o algo así – dijo muy bajo. 
- Para mí es casi lo mismo ¿alguna vez se ha subido en un bus? ¿transporte público? ¿Aquí o en toda la bolita del mundo? Por cierto… eche p’allá. Es usted muy mano suelta, ¿ah? – le dijo, pero ella no se movió. 
 

Alejandro se sorprendió de esa pregunta, y se retiró ante la acusación -la verdad no, nunca, cuando era niño tenía chofer, luego estaba internado y cuando tuvo edad de manejar prefería ir de un lugar a otro sin necesidad que lo llevaran-. Tal vez, si fuera un extraterrestre en el mundo de Samara.    
- No, nunca he tenido esa experiencia – le comentó. 
- Créame, no es una grata experiencia, pero eso demuestra que usted no tiene ni idea de mi forma de vivir. ¿Sabe dónde vivo? 
- Al oeste de la ciudad – sabía exactamente donde vivía la había rastreado. 
- ¿Ha estado alguna vez en esa zona? 
- Nunca… como ya dije me fui muy joven de la ciudad, del país; apenas sí la recordaba, todo esto ahora, aquí, es como si en realidad nunca lo hubiera conocido. 
- Y le aseguro que si se hubiera quedado a vivir aquí, tampoco, claro, al menos que fuera a jugar al golf en Country Club y el camino principal le ahorraría todas las vistas marginales que hay desde La Curva hasta allá. 
- Yo… - no sabía qué decir, todo era verdad. Él, Alejandro Ortega, nunca se había topado de frente con la pobreza, era como un concepto abstracto para él.   
 




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