Hojas en el Lago

Capítulo XII

Samara se fue después de esa última declaración, Alejandro se quedó mirando el lago largo rato; eran las tres de la tarde cuando se percató. Decidió volver a la empresa, aun podía trabajar unas horas, tenía hambre, decidió parar en un restaurante cercano y comer algo. Quizá con comida en el estómago se sentiría mejor. Su impacto ante las palabras de Samara había sido enorme, como si le hubiera explotado una bomba cerca y se encontrara aún aturdido. Mientras pedía, pensó que hasta ahora nunca había visto a Samara comer nada en la universidad, ¿acaso pasaba todo el día sin comer? Después de su discurso, sabía que la respuesta era sí y lo llenaba de vergüenza, pensar que tales cosas le pasaran a ella y a muchos. Pensó en rechazar la comida, pero nada iba a lograr con eso. Entonces… ¿Qué podía hacer para cambiar esa situación? 


… 


En su oficina, lo acechaba la idea de que algo podía hacer, pero ¿Qué?, al final eran las ocho de la noche y estaban todos cenando en la sala de conferencias; degustaban un suculento banquete de comida china; no era su favorita, pero era el día de comida china. Así que, para no acentuar más la diferencia entre él y su equipo, comía con ellos. Terminaron los deberes a eso de diez de la noche, se despidieron y Alejandro les ofreció el día siguiente libre, casi que forman el mismo escándalo de la clase en la mañana. Algunos comenzaron a decir que se irían de fiesta esa noche; uno de los más entusiastas invitó a Alejandro, este se negó con cortesía, alegando que no le gustaban las discotecas ni el alcohol.  
Cuando llegó a su apartamento, se sentía muy cansado, pero aún tenía algo que hacer, entró en el horario de clases de Samara, los miércoles solo tenía una clase y salía a las diez y media de la mañana; perfecto para él. Se dio un baño y se fue a dormir pensando de nuevo en unos ojos rasgados.   


… 


A la mañana siguiente Alejandro puso atención a su ropa, suponía que algo muy formal iba a destacar para lo que iba a hacer, así que al final escogió un simple jean negro y una franela de algodón azul oscuro, de esas que venían con capucha, unos zapatos deportivos y un bolso tipo cartero. Así hasta parecía que había regresado a su época de universitario. 


Dejó el auto en su apartamento y se fue a la universidad en uno de una compañía de taxis; que eran particulares y discretos. Al bajar pagó el costo de la carrera y le dio 20$ de propina al chofer, se fue directo a un café que quedaba a la entrada de la universidad, desde allí podía esperar que saliera Samara. Desayunó unos ricos “pastelitos”; desayuno típico de la región, y se tomó un frappé, eran las nueve y media. Se entretuvo leyendo unas revistas en línea sobre tecnología. Encontró dos artículos que hablaban sobre SUNTECH y por momentos miraba la posición de Samara, permanecía dentro de la universidad. Al fin se hicieron las diez y media, Samara tardó diez minutos más en salir y se dirigía directo a la parada de bus. Como había pensado Alejandro; ella solo iba a la banca cuando tenía clases después. 


Se le acerco por detrás, tratando de ser discreto y con suavidad le dijo: 


- Hola Samara, buen día. 


Aun así, ella se sorprendió. 
    

- ¿Qué hace aquí? – preguntó incrédula mirando alrededor. 
- Vine a verte. 
- Se está pasando, pensé que ayer habíamos aclarado nuestras diferencias. 
- Digamos que sí, pero ¿qué te parece si vamos caminando hasta…? 
- Hoy no puedo quedarme, voy a aprovechar pasar el día con mami – le interrumpió. 
- Está bien, te acompaño – y caminó, ella se quedó parada en la calle y luego pareció reaccionar. 
- ¿Me acompaña a dónde? – preguntó con recelo. 
- A tu casa – le dijo Alejandro como si fuera lo más natural del mundo. 
- ¡Perdón! No recuerdo haberle invitado. 
- No, yo me estoy invitando, ayer me acusaste de no comprender por no haber vivido ciertas experiencias, bueno, estoy dispuesto a resarcirme – le guiñó un ojo con complicidad. 
- ¿Me está mamando gallo? – su asombro no tenía comparación. 
- No, yo no “mamo gallo”. 


Ella soltó una sonora carcajada; hasta ahora no la había visto reírse, solo sonreír y sus ojos se cerraban cuando reía, qué ganas tenía Alejandro de acercarse más y besarla en aquel momento, pero ¿ahí delante de tantas personas y a riesgo de un golpe?, mejor se contenía. Cuando al fin dejó de reír, estaba toda roja, o mejor dicho, terracota, con ese tono de piel; cuando afloraba la sangre a la superficie de la piel, era el tono que mostraba.  


- O sea ¿Qué me está diciendo? ¿Que se va a subir a un bus e ir al barrio más pobre de Maracaibo? 
- Sí – dijo Alejandro como quien se comprometía a los negocios. 
- Solo porque creo que esto va a ser educativo para usted… y divertido para mí, lo permito. Ya va, déjeme enviarle un mensaje a mi hermana para que le guarde almuerzo al gran Alejandro Ortega – decía todo eso a tono de guasa, mientras sacaba el móvil y texteaba; no le importó. Con aquello esperaba comenzar a adentrarse en el mundo de Samara e iba a conocer a su familia. Como previsión había comprado unos detallitos para la mamá y hermana, nada ostentoso, unos simples dulces.  
- ¡Vamos! – le tomó del codo y por primera vez, ella no se resistió a su contacto. 
- Con razón anda tan casual, igual déjeme decirle sigue pareciendo que en su ropa, lleva unos 2000$ encima. Y qué bueno, que tuvo la precaución de dejar su camioneta. No sea que se la roben. 
- No la dejé por eso –respondió- pensé que si iba a hacer esto, lo iba a hacer bien – se encogió de hombros. 
- Okey, ahora nada más falta que nos caiga un chaparrón – escrutó el cielo como buscando nubarrones- no se ve en el horizonte, pero quizás nos sorprende – volvió a reírse; parece que aquello la tenía en el culmen de la dicha. 




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