Hojas en el Lago

Capítulo XIV

La habitación de la mamá de Samara, era pequeña, había una cama doble, una mesita de noche, un espejo y en el rincón una máquina de coser con su mesa, varias cestas llenas de ropa y telas, un aire acondicionado de ventana, que mantenía la habitación fresca y sentada en el borde de la cama, estaba la señora, vestía una bata de dormir y estaba algo pálida. Se adivinaba que aún no llegaba a los 50 años, pero se veía desgastada y no solo era la enfermedad; tenía el mismo color de pelo de Samara y la piel clara, ojos color miel, Sofía se parecía más a ella que a Samara, eso llamo la atención de Alejandro.  


- Mami te presento a Alejandro Ortega; Alejandro te presento a la señora Sandra Díaz, mi madre – ambos extendieron la mano para estrecharlas e intercambiaron las cortesías de rigor. 
- Siéntese mijo –dijo la señora Sandra señalando el borde de la cama, Alejandro le dio las gracias y se sentó, Samara hizo lo mismo del otro lado de la cama- así que usted fue el alma de Dios que nos socorrió el fin de semana. 
- Fue un gusto poder ayudarlas y si necesita algo más, por favor no dude en decirme. 
- ¡Ay mijo! Dios le bendiga, pero, por ahora estamos bien.  
- Lo digo con sinceridad. Y me alegra saber que se recupera – era sincero, sentía un alivio de ver que toda la angustia de Samara se disipaba. 
- Es usted muy amable y ¿cuénteme que hace usted en nuestra humilde casa? – lo miró con ojos inquisidores, aunque no tenía los mismos ojos de Samara, pensó que la mirada era la misma.     
- Quise conocer un poco más del entorno de Samara, no sé, si ella le ha comentado – le dijo mirando a Samara, que permanecía en silencio – estoy interesado en su hija, pero hasta ahora se ha empeñado en rechazarme – fue directo al grano, nada iba a ganar dando vueltas.  
- Tal como le enseñé, que no se deje embaucar a las primeras de cambio – la señora sonrió. 
- No lo dude, así ha sido. Ella arguye nuestras diferencias sociales – volvió a mirar a Samara. 
- Ella me comentó que es usted una persona de dinero y como puede ver nosotros no, esa es una gran diferencia y por parte de mi muchachita, que tanto esfuerzo le ha costado estar donde está. La entiendo, aunque usted tenga esa cara tan bella – volvió a sonreír. 
- Estoy dispuesto a tener paciencia, en tanto nos conocemos –le sonrió de regreso, era verdad, lo había decidido.  
- Entonces, bienvenido a nuestra casa, Alejandro, y si está dispuesto, espero tenga paciencia no solo con Samara, también con Sofía, a veces es más pesada que un matrimonio a la fuerza.   
 

Todos rieron. Y hablando de Sofía, esta asomó la cabeza por la puerta para informar que ya estaba lista la comida.  


- Vayan a comer afuera, mientras yo descanso un rato más. Más tarde como. 
- Un placer conocerla, Señora Sandra. 
- El placer ha sido mío, Alejandro. 
 

Salieron todos de la pequeña habitación, ya la comida estaba en la mesa. Sofía había preparado arroz y una sopa de pollo. Comieron todos juntos, al gusto de Alejandro la comida estaba bastante buena y así se lo dijo a Sofía. 
 

- Gracias, y eso que casi no cocino, el desayuno siempre lo hace Samara, el almuerzo mami, antes de que enfermara y en las cena, comemos pan, avena o algo así. 
- Entiendo, ¿y estas estudiando? 
- Sí, estoy comenzando cuarto año, pero hoy no tuve clases, eso fue bueno, porque la vecina que está cuidando a mami, cuando nosotras vamos a clases hoy no podía. Ah, y Samara también vino temprano hoy.  
- ¿Y dónde estudias? 
- En el liceo del Barrio, está a tres cuadras. Es bueno y así no gasto en pasajes – la niña hablaba con Alejandro como si se conocieran de toda la vida; qué diferente era de Samara. 
- ¿Y qué quieres estudiar después? 
- Modas –dijo con algo de orgullo y otro poco de vergüenza. 
- Sí, tienes alma de artista – bromeó- los informáticos también somos artistas de las computadoras.  
- Bueno, sí, ojalá pueda, porque solo la dan en universidades pagas y son caras y la gobernación no da becas para esas carreras - comentó de repente triste. 
- No te preocupes, para ese tiempo, voy a tener un buen trabajo y voy a poder pagarte la universidad – le dijo Samara; le sonrió y todo. 
 

Alejandro sintió algo muy extraño en el pecho, era una conversación que nunca había tenido que escuchar, cuando los jóvenes de su entorno decidían que estudiarían después del Bachillerato. Solo restaba escoger donde lo harían.  El dinero no era obstáculo. Él miró a Samara y ella a él. Le estaba diciendo algo con los ojos. Terminaron de almorzar y Samara ayudó a Sofía a lavar los platos. Después salieron al pequeño patio trasero de la casa, donde había varios árboles frutales de escasa altura, entre ellos un mango pequeño y una planta de Maracuyá que se enredaba en la cerca y subía por una troja, de donde pendían sus frutas, que en Maracaibo solían llamar “parchitas”, que a la vez era una palabra de doble sentido. Como tantas cosas de la cultura local, que a veces no se entendía ni en el estado contiguo. Eso le causo risa a Alejandro. 
 

- ¿De qué se ríe? – preguntó Samara, mientras le indicaba que se sentara en una silla de madera. 
- De las “parchitas”, en el Zulia le dan un nombre diferente a cada cosa. 
- Ajá, sí, ¡nosotros somos la pepa’er queso! – respondió Sofía. Sentada ahorcajada sobre un recipiente de agua de 100 litros. 
- Ja, ja, ja ¿la pepa’er queso? – pregunto él. 
- Los mejores; quiero decir, los más mollejú’os, los más vergatarios, lo más amazing on the world!, pues.  
- Oh fine, ¿Do you speak English? –le molestó Alejandro. 
- I don’t, my english is so bad – le dio un ataque de risa- solo sé algunas frases y palabras. – terminó de decir entre risas. Mientras movía las piernas de un lado a otro. 
- Los bilingües, pues… - dijo Samara. En realidad Alejandro hablaba 4 idiomas, pero no iba a decir aquello, ya sabía cómo le sentaba a Samara su “arrogancia”. 




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