Hojas en el Lago

Capítulo XVII

El jueves trabajaron intensamente en la sala de desarrollo, parecía que el día libre les había sentado de maravilla a todos. Debería considerar dar uno cada 15 días o por qué no, a la semana. Al mediodía, antes del almuerzo, llamó a Samara. Estaba sentado en su oficina. Al tercer repique contestó. 


- Aló – dijo Samara. 
- Hola, guapa, ¿Cómo estás? 
- Bien y ¿usted? – respondió.  
- Pensando en ti. 
- Ummm… no se ponga pesado – respondió con tedio  
- Que fría… y eso que me dijeron que las maracuchas eran cálidas como los besos del sol – le dijo a modo de broma, aunque se enojara, no le importaba. 
- No sé de dónde, porque aquí el sol no da besos, más bien pareciera que abre la boca y le lanza a uno, una llamarada. 
- Ja, ja, ja. Es cierto y las mujeres igual. 
- Ma´jomeno… ¿y que hace el director de SUNTECH? 
- Se prepara para comer… pensé en llamarte, por si acaso habías cambiado de parecer, respecto el almuerzo. 
- Ummmm – había duda en su voz. 
- Di que sí, podemos comer donde desees. 
- ¿En un puesto de pastelitos en Las Pulgas? – preguntó con diversión. 
- Ah… ¿eso es el centro de la ciudad? – preguntó con duda, no conocía muy bien, esa parte de la ciudad. 
- Samara rio del otro lado de la línea. 
- Sí, pero ni yo lo obligaría a comer allí. Venden los pastelitos más feos de la ciudad, me dicen que los almuerzos son otra voz. Pero no; tengo la clase de una y media y me voy para la casa. 
- Ah y respecto ¿al regalo de Sofía?  
- Ya hablé con mami. Sofía habló de un Sun A… - su tono no mostraba conformidad. 
- Sí, si ustedes permiten.  
- Imagine… los 15 años de una adolescente es algo muy importante y nosotros no tenemos cómo celebrarle algo, como ella desea o imagina. Y usted le ofrece el teléfono que tanto quiere, aunque yo no quiera, debo permitirlo. Mami dijo que sí. Claro, ya le advertimos que nada de andar presumiendo ese teléfono. 
- Entiendo ¿la traerás a la empresa? para que luego vayamos por el equipo. 
- ¿Tiene algún lugar donde encerrarla mientras acaba la visita? – dijo con seriedad, pero luego soltó la risa. 
- Si es en serio, en mi oficina. Si no te sientes cómoda con eso, puedes dejarla en recepción – ella suspiró. 
- Ya veremos.                     
- ¿Y dónde estás? ¿En la banca? – preguntó Alejandro. 
- Sí, aquí. 
- Me gustaría estar allí… contigo.  
- Ajá, vaya a comer, que se le va la hora.    
- Cortante como siempre – dijo con fingido dolor. 
- Dé gracias que le hablo, es para que ya le hubiera puesto una denuncia por acoso ¿se imagina? Alejandro Ortega, importante informático y empresario internacional detenido por escándalo de acoso. Mala publicidad para el negocio. 
- Sí, sería malo. Está bien, pero ¿te puedo llamar en la noche? 
- Es más intenso que la luz de 220. ¡No!, voy a estar ocupada. Chao. 
 

Y colgó. 


Paciencia, pensó, pero, era un avance; aun le hablaba y todavía no lo había denunciado, y, vaya que tenía como para armar un escándalo. Pero eso no iba a pasar. Sonrió y justo entraba su secretaria con el almuerzo. Lo miró algo extrañada, pero no comentó nada. 


*** 


Viernes, otra vez. Ese día y los martes se estaban convirtiendo en los días favoritos de Alejandro, vería a Samara. Eso le ponía una sonrisa en la cara; ni un idiota, un idiota enamorado - pensó. ¿Quién hubiera pensado que su vuelta a Maracaibo le traería el amor a su vida? Se miró en el espejo y notó que su piel mostraba un poco más de color, aún era terriblemente blanco, pero un blanco, como diría su madre, más saludable. Esta, estaría feliz cuando lo viera. Al llegar a la universidad, después de unas cuentas horas de trabajo, estaba emocionado por ver a Samara, ya no le parecía tan larga la caminata desde el estacionamiento a la Sala B. Cuando entró allí, vio que Samara estaba con gesto hostil, escribiendo o haciendo garabatos en su libreta; por la forma de mover su mano, era más probable lo segundo. Levantó la vista y volvió a bajarla; el murmullo general se silenció rápidamente. Hizo nota mental de la “Hostilidad” y comenzó la clase. 


Antes de finalizar la clase, una rubia, pidió la palabra. Era bastante bonita, preguntó respecto a la vestimenta para ir a la empresa, Alejandro le explico que ellos podían ir como quisieran, pero lo empleados tenían como código de vestimenta, el  ejecutivo, aunque se les permitía de cuando en cuando usar ropa casual. Como él, ese día llevaba un jean azul oscuro y una camisa blanca, con las mangas recogidas. Había optado por ese estilo, debido al calor constante de Maracaibo. Al final, les dijo, que si ellos querían ir como los empleados y sentir la “experiencia” más real, bien podían hacerlo.             
Se despidió; los que siempre se acercaban a saludar llegaron, pero se zafó rápido de ellos y se fue directo a Samara, cuando vio que esta recogía sus cosas.  


- Hola, ¿Cómo estás? – le saludó alegre. 
Ella lo miró, a su estilo “atravesado” y Alejandro se preguntó qué error había cometido.  
- Como decimos nosotros: obstinada – respondió con su tono hostil. 
- ¿Qué hice ahora? – preguntó con cuidado. 
- Usted, hoy, nada. Son los BROLLEROS –dijo levantando la voz en la última palabra- que me obstinan.  
- ¿De qué hablas? 
- Uno pensaría que la GENTE de cobres, tendría más CLASE y ESTILO y no andarían  BROLLANDO como VULGARES BARRIOBAJERAS ORILLU’AS Y TIERRU’AS– Alejandro estaba estupefacto y el resto de los que aún quedaban en la sala también. 
- Sí, es con TODOS ustedes… ¡METI’OS! – levantando el bolso y la voz a partes iguales.  
- ¿Si mejor me explicas? Pero, aquí no, todos nos miran – le pidió Alejandro. 
- Sí, sí, ya me voy a callar, pero antes, ustedes BROLLEROS: ¡MÉTANSE LA LENGUA POR EL…! 

La risa de Alejandro la detuvo. Se le acercó y le habló al oído. 
   
- No sé, cómo eres tan educada y luego así… tan coloquial.  
 




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