Hojas en el Lago

Capítulo XVIII

Al llegar al parque y sentarse en la banca, Alejandro estiró las piernas y Samara  recogió las suyas en posición de loto. Ambos se dejaron acariciar por la brisa, iban pasando varias embarcaciones de pequeño tamaño. Ella llevaba el cabello suelto y la brisa lo movía y lo abría como un abanico a su espalda.  Podía mirarla toda la tarde a ella y al Lago. Sacó su teléfono y le tomó una foto; ella giró cuando sonó el click. 


- No pidió permiso – le dijo con un mohín.  
- ¿Por? Solo capturo la hermosa creación. 
- Sí, le creo – dijo en el mismo tono, volvió a mirar el Lago, ese día el agua se agitaba y se encrespaba, por la brisa y se veía de un tono verdoso. 
- La del primer y segundo plano – le comentó. 
- Ajá… bueno ¿quiere que le cuente o no? – se acomodó el bolso entre las piernas y afincó el codo en él.  
- Sí, ¿qué fue eso después de clases? 
- No solo eso quería contarle, pero vamos a empezar por ahí. Carla Cavagini, se me acercó antes de clases y me dijo que: tan tranquila y mojigata que me veía y me estaba “comiendo” el mejor manjar, calla’ita. 
- ¿Y por manjar se refiere a mí? – ella le puso los ojos en blanco, Alejandro se rio, pero volvió a callar- entonces… 
- Entonces, le dije que eso no era problema suyo, pero que igual, no, y ella se rio de mí y dijo: a otro con ese cuento; que toda la universidad sabía, que nos la pasábamos juntos de arriba, p’abajo, que ojalá pudiera sacarle suficiente dinero (ya que a mí me hacía tanta falta) porque nuestra “guachafita” no era mucho lo que iba a durar. Entonces le dije que si tanto le ardía, que bien, podía “dárselo” ella. Ya que nada le costaba, al fin al cabo ya lo hacía con media universidad.  


Alejandro se quedó callado ante tanto atrevimiento; entendía por qué Samara había explotado así. 


- Entiendo, tu reacción, pero, ¿por qué hacerle caso a habladurías? Nada de eso está pasando. 
- Sí, pero me molesta, que hablen así de mí. 
- Te tienen envidia, eso es todo. Mira, he tenido que lidiar con eso desde siempre, por supuesto no tan directamente como aquí, en otras partes son más reservados y los ataques más estratégicos. Pero, al fin al cabo es envidia. 
- ¿Y de que tienen envidia? – preguntó ella. 
- Eres la mejor estudiante, siempre destacas por tu inteligencia, eres una dama (aunque hoy no tanto), eres pulcra y muy guapa. Y de paso tienes mi corazón en tus manos – se rio en esa última parte. 
- Seguro que lo de su corazón es lo que más le arde – dijo ella con sarcasmo-. Alborotada esa… Se vacila a media universidad y después viene a decirme eso a mí. No solo es ella; los demás también hablan. 
- No importa lo que digan – le instó Alejandro.  
- A mí sí me importa; y lo que diga mi mamá me importa – respondió ella. 
- Tu mamá, ya me conoce y sabe cuáles son mis intenciones. 
- ¿De verdad? Lo dice tan seguro, pero no puedo creerle, lo siento – en su mirada había confusión.  
- Lo es, por favor, créeme – respondió con vehemencia. 
 

Ella suspiró. 


- No vamos a eso. Dejando a los brolleros de lado, lo otro que quería decirle, es que hablé con una líder comunitaria y está dispuesta a ayudarnos en lo que necesitemos; le aseguro que ella le hará falta, si es que quiere ayudar a esos niños. 
- Quiero. 
- Ella es conocida en la zona, así que la gente no se opondrá cuando usted se acerque y también garantizará que no le pase nada grave cuando esté por esos lados.    
- Pero, ¿tú iras conmigo? 
- Sí, en lo que pueda, ayudaré.  
- Gracias. 
- A usted, por interesarse. Le puede cambiar la vida a esos niños. 
 

No, pensó Alejandro, ella le estaba cambiando la vida a él. 

*** 


Al día siguiente, se levantó muy temprano, aún no salía el sol. Volvería a ver a Samara y al día siguiente otra vez, quería verla cada día. Su corazón se estremecía al pensar en esa posibilidad. Cuando terminó de vestirse, estaba en modo ejecutivo, ya que toda la clase había acordado ir así; sería divertido. Había al menos cinco estudiantes más, aparte de Samara, que tenían potencial para ser absorbidos por la empresa; tendría que conversar eso con su padre. Al pasar al estudio por unos documentos, pudo ver a través del ventanal, como el sol se levantaba a través del lago, era una vista espectacular. Entre más tiempo pasaba conociendo Maracaibo, más le gustaba, aunque fuera tan espantosamente caliente. 


Cuando llegó a la empresa y subió a su oficina, su asistente ya estaba allí. Esa mujer sí que era responsable. Esta le dio los buenos días y le preguntó qué iba a pedir para el desayuno. 


- Buen día Claudia, unas crepas estaría bien. Pero, ¿sabes qué?, mejor, pide Arepas y que sea para dos – ella se apresuró a anotar el pedido. 
- Señor – dijo la asistente, siempre le trataba así, aunque fuera mayor, quizás unos 5 u 8 años; no estaba seguro.       
- Sí. 
- Disculpe el atrevimiento, pero últimamente se ve muy “contento” y solo quería decirle que me agrada, espero que siga así – le sonrió y bajó la vista. 
- Gracias – Alejandro no supo que más responder. 


Claudia, salió de la oficina. Y él no pudo contenerse y volvió a activar el rastreo en el móvil de Samara, aun venía a mitad de camino. Debía madrugar más que él, eso era seguro. 


Terminó de revisar unos documentos, que presentaría a unos clientes; los del centro comercial que había dejado plantados el domingo anterior. Su asistente le informó que volvían a invitarlo a reunirse el día siguiente. Tendría que hallar la manera de cumplir el compromiso con Samara y Sofía sin faltar al otro. No le gustaba darle largas a los clientes de esa manera.     




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