Hojas en el Lago

Capítulo XXIV

El muñeco le dijo a su artífice: 


- ¿Por qué me golpeas? Acaso no soy yo tu creación. 
 

El artífice le dijo al muñeco:

 
- Calla que soy yo tu creador. 


Respondió este: 


- ¿Por qué impera la violencia, acaso no hay para mí amor? 

- No, ¡NO! 

- No me hubieras traído a la vida, yo no pedí venir al mundo a sufrir este dolor. 

- ¡Calla! Tú fuiste un error, un error de difícil corrección. 

- No, no, yo no fui el error; el error fue tu falta de discreción tuya; la decisión de la concepción. Tuya la carga, tuya la amargura y tuyo el dolor, que me condena a este mundo de aflicción. No, yo no fui un error. 

Y una vez más, el golpe del artífice a su creación. 


Alejandro ese día lloró, largamente. Muchos de los niños se acercaron a preguntarle, por qué lloraba y él les decía que sentía un profundo dolor. Algunos le dijeron que tomara medicina para el dolor. Él les respondió que su dolor no se podía aliviar tan rápido, pero que iría donde alguien que lo ayudara y los iba a ayudar a ellos también. Le prometió al pequeño Marcos volver, una vez se hubo calmado. Los niños se fueron retirando poco a poco. Al final se quedaron solo los tres que empezaron. Samara lo abrazó y él pensó que aquel día, realmente, por primera vez, había experimentado una gota del dolor de los niños del mundo. Y que su corazón se convirtió; se convirtió en uno que siente, que se compadece, que es empático y se conduele. No recordaba cuándo había llorado por última vez, pero recordaría el resto de su vida, lo que había llorado ese día y el porqué. 


Le dieron las gracias a María por su compañía y prometieron volver a estar en contacto. Tomados de la mano Alejandro y Samara, caminaron hacia la casa de esta; ya era bastante tarde, pero Alejandro quería saludar a la mamá de Samara antes de irse. 


Al llegar a la casa, Sofía y la señora Sandra estaban en el pequeño porche ladeado. Sofía se levantó de un salto y corrió a encontrarse con ellos. 


- Pensé que no iban a venir nunca – dijo resentida. 
- Nos demoramos más de lo que pensamos – dijo Samara. 
- ¿Qué te paso cuñis? – preguntó Sofía a Alejandro. Al mirarle la cara, era obvio que había estado llorando – bueno, mejor no me digáis. Me puedo imaginar. 
- ¿Cómo estás? – le dijo Alejandro. 
- Uffff… contentísima, la Tablet es una maravilla y eso que el internet aquí es malo, pero eso es… 
- Sofía, dejá que llegue – intervino la señora Sandra.  
- Cómo me cortan la inspiración – dijo volteando los ojos- pero, dale, seguí. 


Alejandro saludó a Sandra con educación y preguntó por su salud, se estaba recuperando muy bien, le dijo que de hecho solo fue un mal susto, pero que ya había pasado. Este le dijo lo contento que estaba de verla recuperada y que esperaba pronto volver. Pero, ya debía irse. 


- Ajá, ¿y no te vais a comer lo que preparé? – le increpó Sofía. 
- No, ya es tarde – respondió Samara. 
- Pero, se lo puede llevar ¿no? – dijo Sofía con terquedad. 
- Sí, me lo puedo llevar – intervino Alejandro. 
 

Sofía sonrió y junto a Samara, entró a la casa.

 Él se quedó, afuera sentado en una silla junto a la señora Sandra. 


Entonces, mijo, sus esfuerzos dieron fruto antes de lo esperado – comentó ella como si nada.  


- Lo hicieron – le respondió Alejandro con alegría-. Le aseguro que haré mi mejor esfuerzo por hacer su hija feliz. 
- La felicidad es una aspiración muy alta, ámela, de verdad y eso será más que suficiente.  


Estaba por responder, cuando volvieron Sofía y Samara, le entregaron un recipiente plástico de color fucsia. Olía a pollo; lo guardó en su morral. 


Se despidió. Sofía dijo que tenía que volver de nuevo y pasar todo el día allí. 


Samara volvió a acompañarlo a esperar el autobús. Estaban en silencio, mirándose el uno al otro. Hasta que Samara rompió el silencio.  


- Ahora ¿Qué harás? – preguntó. 
- Debemos ver el marco legal, lo que está permitido y/o es lo adecuado. Debo reunirme con los abogados y otros especialistas. Esto, no será como una campaña política, que la ayuda llega un tiempo y ya. Esto será permanente.  
- No sabéis la emoción que sentí de verte con esos niños, al fin alguien con la capacidad de hacer una diferencia se interesa.  
- Gracias a ti, por ser como eres, gracias por mostrarme la vida desde otra óptica - le acarició el cabello.  
Ella le sonrió y le dijo:   
- Siga así, Señor Alejandro, está haciendo que me enamore de usted.  
- Qué dicha saberlo, porque yo, hace bastante rato, que estoy enamorado de ti – le dio un beso; uno suave y lleno de ternura.       

Escucharon el ensordecedor sonido del autobús acercarse y se separaron. Alejandro subió y a esas horas estaba vacío, escogió un puesto que daba a la ventana y pensó.     


El amor... Parece que te ensanchan; hace que tu corazón crezca (metafóricamente hablando). No solo el enamoramiento; el verdadero amor, ese que cruza barreras interpuestas por nuestras mentes humanas, nuestras concepciones y limitaciones. Amor verdadero que hace que ames virtudes, pero que también ames defectos. Alejandro nunca pensó que  los pasos que lo llevaron a la banca, al lado de la desafiante Samara, lo movería de tal manera; que le enseñaría a ver la vida de otra manera. Desde la vista del que sufre por no tener nada.   

                                              
 
 




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