Hojas en el Lago

Capítulo XXV

Es la tierra la que germina la semilla, 
Combinada con el agua y la luz del sol,  
Pero ella en sí lleva vida; 
Es así la acción, 
Producida por una motivación, 
Genera una reacción.  
Reacción que cambia, trastoca o genera una cadena finita o infinita. 
¿Cuál será nuestra acción? 
¿Una de odio o una de amor?    

Los días siguieron pasando en un suspiro, Alejandro adelantaba en sus propósitos de ayudar a los niños de la comunidad de Samara y dependiendo de cómo resultara esa “empresa”, vería qué hacer con las comunidades cercanas. Tomó el fin de semana, para reunirse con una serie de especialistas en el tema de derechos del niño y adolescentes; les planteó su deseo y discutieron sobre la factibilidad de ello; el factor económico no era problema, Alejandro, a sus 30 años, tenía una cantidad absurda de dinero y por fin había entendido que ser un privilegiado en la vida, podía significar, ser también un ayudador; un dador. 


Con Samara, disfrutaba cada día (la viera o no), ella seguía prefiriendo las cosas sencillas, así que los días que tenían clases, comían algo campechano, comprado en las inmediaciones de la universidad, sentados en la banca bajo el frondoso cují; hubo algunos días de lluvia, no tan violenta como la primera que contempló Alejandro luego de volver. Pero refrescaban el ambiente, esos días se tomaba el tiempo para recoger a Samara después de clases, la dejaba en La Curva por petición de ella.  


Samara, era más encantadora conforme pasaban los días, la admiraba cada día un poco más. Le contó cómo hacía para costear los gastos diarios de la universidad, ya que su mamá trabajaba como costurera y ese era su sustento para la alimentación. Ella reparaba computadoras en su casa y hacía otros extras, a veces dormía menos de 6 horas diarias y aun así sus notas eran las mejores. Le contó cómo consiguió esa beca y no fue nada sencillo. Le habló de su amor por los libros y cómo en sus peores momentos, le habían ayudado tanto.  Le contó cómo en 2019, durante el apagón nacional de ese año, con apenas quince años, logró conseguir comida luego de los violentos saqueos y con los pocos locales que no fueron saqueados o cerrados. Ella era una guerrera y cuando debía ser fuerte lo era, así llorara, pero se mantenía de pie. Como ella lo dijo, como un Cují. Había comenzado a decirle así por momentos, cuando la saludaba en las mañanas, por teléfono. Le decía: 


- ¿Cómo amaneció mi hermoso Cují? 


Y ella le decía: 


- Bien, aunque no tan bien, como un bello Álamo que conozco.  


Intentó ayudarla económicamente, pero ella volvió a mostrar su hostilidad y se negó, arguyendo que no era su “querida” ni su mujer, para que le estuviera manteniendo. Alejandro pensó, que tal vez, conforme pasaran los meses, se mostrara menos reacia a la ayuda. Pero, pasaron dos meses más. Y ella seguía en la misma postura, le disgustaba su actitud, pero decidió que con eso también tendría paciencia. En la universidad, la gente aparentemente se había aburrido del cotilleo, porque ya no murmuraba tanto al verlos juntos. Aunque Samara seguía sin permitir el contacto físico entre ellos, en el entorno universitario. 


Había regresado al barrio una vez cada quince días, pero, cada vez, con unos camiones llenos de alimentos para niños, útiles escolares y deportivos. Garantizar la alimentación, era el primer paso en su proyecto. Todo había sido organizado, pero, debía ganarse poco a poco la confianza de las personas del barrio. María fue de gran ayuda a la hora de organizar a las personas y realizar los censos.       


Los niños del barrio amaban a Alejandro y él a ellos; que fácil se hacía dar amor a quien te lo ofrecía tan generosamente, aun había circunstancia que acongojaban a Alejandro, pero se decía que ya estaba en el camino de hacer un cambio significativo.     


El día que llevó los implementos deportivos, organizaron un torneo que resultó de lo más grato; también participó Sofía; qué energía tenía esa pequeña. Y también ocurrió una de esas escenas peculiares. Un joven del barrio se le acercó y le preguntó acerca de su relación con Samara. 


- Es mi novia – respondió Alejandro con alegría, se henchía de felicidad cada vez que podía decirlo.      
- Verga, ‘mano. Y nosotros pensando que la Samara tiraba pa’l otro la’o – comentó medio divertido y medio enserio. 
- ¿Por qué lo dices? – aunque sabía perfectamente por qué. 
- Chico, casi todos los del barrio le caímos y siempre dijo que no, así que pensamos que era… bueno, pero qué suerte tiene la caraja – miró a Alejandro de pies a cabeza, eso fue algo extraño – mirá, consegui’se un novio con cobres a las primeras. 
- Ajá – respondió Alejandro. Se le había pegado la muletilla. 
- De todas maneras, que les aproveche – el joven se despidió con un gesto de mano. 


Samara se le acercó y le preguntó qué hablaban, y él respondió con diversión:  


- De tu orientación sexual  
- Bueno, son brolleros los de la universidad, ¿qué queda pa’ los del barrio? – se encogió de hombros. 
- Sí, pero, dime ¿Qué haremos ahora que sales de vacaciones de la universidad? No puedo pasar tantos días sin verte. Tampoco quiero verte solo una vez a la semana – dijo entristecido-. Ya casi es tu cumpleaños, no sé, creo, que voy a entrar en una crisis existencial si no te veo. 


Ella rio y él también; sabía que se estaba pasando con el drama, pero era su primer amor, tendría que perdonárselo. 




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