Hojas en el Lago

Capitulo XXVII

Martes, 23 de diciembre, el día que Samara cumplía 21 años; Alejandro sentía más emoción que en su propio cumpleaños. Esperó a que fuera medianoche para llamarla; respondió al tercer timbre. Por la voz clara con la que respondió supo que aún no se había ido a dormir. 


- Señor, estas no son horas de llamar – le reprochó, era un falso reproche por su tono. 
- ¡Feliz cumpleaños, amor mío! Te deseo el más maravilloso nuevo año de vida, y por supuesto, sintiéndome afortunado de poder celebrarlo junto a ti.  
-;Gracias, amor – le respondió ella con emoción – aunque me esté poniendo vieja – se rio. 
- Eso no es problema, tú eres la clase de persona, cuyos atributos se acrecientan con la vejez – él también rio, era en parte broma, pero también tenía mucho de verdad. 
- Me llamáis vieja, ¿ah? 
- Para nada, aun te quedan muchos años de juventud por delante y espero que todos conmigo. 
- Sois codicioso – se rio, pero también la notaba emocionada. 
- Lo sé, pero, me encontré con una mujer maravillosa; no puedo dejarla ir. 
- Sí, pero que sea en el sagrado vínculo del matrimonio, no voy a vivir en pecado – dijo Samara con diversión, pero Alejandro se quedó callado – ¡ey! No te asustéis que es echando broma.  
- No me asusto, pienso en la posibilidad – lo decía muy en serio. 
- Okey… ya me estoy asustando yo, es muy temprano o muy tarde según sea la perspectiva para hablar de temas tan serios – volvió a reír. 
- Señorita “mata al tigre y luego le tiene miedo al cuero” – la increpó con un refrán. 
- Esa soy yo, ajá, ¿y? ¿Qué me vais a llevar a hacer? Conste, nada fuera del estado o del municipio Maracaibo y/o su núcleo urbano, lo dijo mami, y por favor, que el coste no sobrepase al gasto de vida de una familia en un país en vías de desarrollo.  
- Qué terrible, debo llamar al aeropuerto y pedirle que cancelen el vuelo privado a Dubái – dijo con tristeza.    
- ¡No habláis en serio! Chico, ni pasaporte tengo. 
- Ja, ja, ja. Ah… pero ¿te tienta? 
- Ah, claro que no… además mami no dejaría, me desheredaría ja, ja ,ja. Me quitaría el gato y las tres matas favoritas mías – siguió riendo. 
- Samara, ya sé cómo son las cosas contigo. Te invito a cenar a casa de mis padres. No puedes decir que no, ya que no me dejas llevarte a Dubái – esta vez sí lo dijo con seriedad. 
- ¿A conocer a tus padres? – de repente sonaba nerviosa. 
- Sí, Alejandra y Carlos Ortega. 
- ¿Esta noche?  Y… ¿Dónde me voy a quedar? No podéis entrar tan tarde al barrio. 
- En mi departamento – le respondió. 
- Ah ¡sí! ¡vivo! mami no va a dejar… a menos que… 
- Que traigas a Sofía contigo, ¿cierto?  
- Sí, y eso si acepta.  
- Ya, la llamo yo, pero, en la mañana. ¿Está bien? 
- Sí, dale. 
- Muy bien, amor mío, descansa. Más tarde nos vemos.  

*** 


Acordó con la señora Sandra de recoger a Samara y a Sofía, a las cuatro de la tarde en La Curva, la llevarías primero al departamento a que pudieran dejar sus cosas y alistarse para la cena, aunque Sofía, insistió en que ella se quedaría en el apartamento, aseguró no querer ser mal tercio, y además, no quería pasar toda la noche sin hablar. Y si hablaba, quizás metiera las patas, así que mejor se quedaba. Insistieron, pero no cambió de opinión. Samara dijo que los 15 años la estaban llenando de madurez y todos rieron.   


La ciudad convulsionaba con actividad, estaban entrando en la última semana del año y todos parecían emocionarse con las festividades. Muchas personas haciendo compras de ropa, juguetes, como de artículos para preparar las comidas navideñas, que incluían un variado menú hipercalórico, pero por demás, delicioso. Alejandro que había pasado esa época del año en otros países, en Venezuela tenía un ambiente único y especial. Quizás, más de reunión y júbilo familiar, de reencuentro, expectativa por el nuevo año y agradecimiento por el que estaba culminando. Por todas partes sonaba la música regional conocida como la gaita zuliana, símbolo de la zulianidad y que llenaba el corazón de nostalgia, donde quiera que se escuchara y que marcaba el inicio de la época decembrina. 


Sofía jugaba con su Tablet BETELGEUSE, mientras subían por La Limpia e iban pasando los centros comerciales que estaban a los lados de la avenida y que mostraban decoraciones navideñas. Samara le preguntaba a Alejandro cómo celebraban en otros países y él le iba respondiendo. En eso pasaron por el gran Centro Comercial “Galerías Mall” y veían los ríos de personas que entraban y salían de la gran estructura gris. El tráfico se atascaba un poco en esa parte, hasta que al fin pudieron salir de allí y tomar la circunvalación 2. 


Al llegar al estacionamiento de la torre ANGELINI, y pedir el ascensor, Sofía comentó que le daba algo de vértigo, pensar en la altura.      
- Tranquila, no pasa nada. Se te pasará al rato – la tranquilizó Alejandro. 


- 'Ta bien, si vomito, prométeme que no se lo vais a decir a nadie. 
- Vamos, Sofia, I’m promise. 
- Wakata – le sonrió. 

Pero, todo malestar de vértigo se le pasó inmediatamente al entrar al vestíbulo del departamento. Era un espacio de concepto abierto, cuya vista frontal daba al lago; los amplios ventanales dominaban el espacio, la lujosa cocina que poco se usaba, estaba en una esquina, una isla, dividía la cocina del comedor y seguía la elegante sala; todos los acabados eran en mármol, tonos blancos y ocres, el cielo raso era de un color beige y las luces doradas, creaban un ambiente cálido y acogedor. Contaba con la luz natural que entraba por los ventanales. Cuando Alejandro compró el departamento, había una especie de bar que dominaba el espacio central, pero dado que él no tomaba, ni hacia fiestas, lo había mandado a remover. Le gustaba mucho cómo se veía todo, aunque pasara poco tiempo allí.  




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