Hojas en el Lago

Capítulo XXIX

Cerca de las once de la noche, Alejandro y Samara se despidieron de sus padres, la reunión terminó de manera plácida y estaba seguro que su madre había cambiado su opinión sobre Samara, al final, hasta se había acercado a darle un beso a esta y le dio un regalo por su cumpleaños, y Samara lo recibió con una sonrisa. 


Cuando se subieron al auto, Samara respiró profundo. Alejandro le puso la mano en la mejilla. Estaba fría. Salieron de la quinta y se dirigieron al departamento.


- Tienes unos nervios de acero, cuando llegamos estabas tan nerviosa y apenas pasamos la puerta, desaparecieron – le comentó complacido.

  
- No desaparecieron; los escondí, esto ha sido, por mucho, lo más estresante que he hecho. ¿Qué tal lo hice? – le preguntó Samara con ansiedad. 


- Muy bien, amor, los tienes en la palma de tu mano – le dijo con una sonrisa – como a mí.  Te dije que a mi padre le agradarías. 


- ¿Y a tu madre? Seguro que está acostumbrada a que traigas a casa a mujeres más finas.   


- No está acostumbrada a nada, porque eres la primera mujer que les presento. 


- (Resopló) No te creo, ¿ninguna? 


- Ni una – respondió Alejandro con seriedad. 


- ¿Por qué? 


- Porque como te he dicho con anterioridad, nunca he mantenido una relación lo suficiente larga o tenido el interés para eso. 


Samara lo miró con curiosidad. 


- Quizás no quiera saber esto, pero, ¿por qué? 


- ¿Por qué? ¿Qué?  


- No te hagáis el bobo… ¿Por qué no has tenido relaciones largas y estables? 


Alejandro le sonrió con malicia, no le daba vergüenza admitir aquello, pero, quizás Samara se ofendieran en nombre de sus congéneres. 


- Ajá – lo apremió Samara. 
- Conste que tú preguntaste… – le advirtió – me aburrían, algunas era cosa de unos pocos días, una o dos semanas, la que más duró, fue un mes, con una muchacha oriunda de aquí, con la que me reencontré en Estados Unidos.   
- ¿Y exactamente qué aburría al Señor? – preguntó Samara con curiosidad. 
- Me aburrían ellas y su manera de ser, primero, eran demasiado accesibles, eso aburre pronto, segundo a los pocos días, creían que yo era alguna especie de propiedad y querían implicarse en cada espacio de mi ser. Se volvían fastidiosas y ahí se terminaba todo. 
- Una vez satisfecho el deseo, fenece – dijo Samara, mirando al frente. 
Alejandro conocía la cita: El deseo por simple deseo al satisfacerse fenece. 
- ¿José Ortega y Gasset? 
- Sí… - dijo Samara sacándose las horquillas del cabello y peinándoselo con las manos. 
- Pero el amor, es un eterno insatisfecho – terminó de decir la frase. La había leído en algún momento de su vida.  

Samara no respondió. Solo se quedó mirando al frente. 

- Nuestro caso, será el segundo, mi hermoso e irritante Cují – le dijo con cariño Alejandro. 
- Llevamos tres meses apenas, eso no es tanto tiempo, para asegurarlo – le dijo seria. 
- Yo lo sé, sabes ¿por qué? – detuvo el auto frente a la torre ANGELINI. 
- Ajá… ¿por qué? – le preguntó Samara.  
Alejandro le tomó el rostro entre las manos y la miró a los ojos. 
- Porque te amo, I love you, Je t'aime, Ti voglio bene, Ik hou van je – lo dijo, porque estaba convencido que era amor, aunque hacía apenas cuatro meses, se burlara de ese concepto.  
- Solo entendí la primera parte – dijo Samara con una sonrisa. 
- Lo demás es lo mismo, es “te amo” en todos los idiomas que sé, porque indistintamente de que idioma se use, el amor es amor.  


A Samara se le llenaron los ojos de lágrimas y con la voz llena de emoción dijo: 


- Yo también… Te amo. 


*** 


Cuando subieron al departamento, Sofía estaba despierta como había prometido, estaba con las piernas recostadas en la espalda del sofá y la cabeza hacia abajo. Mientras comía unos Doritos y miraba la televisión. Eso era desafiar la gravedad.  


- Se te van a salir los parásitos por la nariz – le recriminó Samara, que se fue a sentar a su lado.  
Sofía giró sobre sí misma y los saludó a ambos. 
- ¿Cuántos te has comido? – preguntó Alejandro viendo todos los empaques vacíos y las botellas de refresco. 
- No sé, ya perdí la cuenta, sorry, por el desorden; ya lo acomodo – respondió ella. 
- Lo mínimo, tenéis esto ni un chiquero –le dijo con diversión Samara. 
- Tranquila, mañana, lo haces –dijo Alejandro. 
- ‘Ta bien – se alegró Sofía y se estiró como un gato – bueno, vamos a dormir. Por cierto, cuñis, de mi vida y corazón. ¿me lleváis mañana a la piscina que está al frente? 
- ¿La del hotel? 
- Obvio, microbio… 


Alejandro miró a Samara con gesto interrogante. 


- Mejor para otra ocasión… mañana… hoy, mejor dicho, es 24, mejor lo pasamos con mami – dijo Samara. 
- ¡Vamos! un ratico nada más – dijo suplicante Sofía. 
- No, después no nos da tiempo de preparar nada. 
- Ummm – Sofía hizo un puchero. 
- Lo siento, pequeña, para otra ocasión será. ¿y qué harán mañana? – dijo Alejandro.  
- Cocinar, la versión pobre de la cena de tu casa – le dijo Samara.           
- Me gustaría estar allí – dijo con pesar – pero, ya me comprometí con mi madre de asistir a una fiesta que dará.  
- Eso está bien, es bueno, que pases algo de tiempo, con tu familia. 
- Lo es. 




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