La última semana del año vino y se fue en un suspiro, y como era costumbre, reinaba en la ciudad un ambiente ameno y de fiesta. En todas partes las personas hablaban con emoción del fin de año y sus planes para disfrutarlos. La mayoría, quería pasarlo en familia, los hijos se desplazaban desde cualquier lugar a disfrutar esas fechas con sus madres, los niños chillaban de emoción ante los juguetes que recibieron el 25 de diciembre, los adolescentes y jóvenes se afanaban en la ropa y el estilo que usarían para honrar las fechas y las mujeres adultas, en atender la comida y los preparativos de las cenas que se celebraban en esa semana y la mayoría de los hombres, en tener una provisión abundante de alcohol. Eso era muy común y casi cultural en Maracaibo.
Alejandro, seguía dedicado al trabajo, a su proyecto en Torito Fernández y a Samara. El 30 de diciembre, volvió al barrio a celebrar con los niños un almuerzo navideño, que incluía todos los platos de esa época, juguetes y una canasta de alimentos. Muchos de los padres de los niños, habían comenzado a acercarse a Alejandro y solicitarle ayudas, algunas eran económicas y otras para conseguir empleo o acceder a medicamentos.
Alejandro estaba concretando el asunto de la salud, quería hacer un convenio con una institución de salud, para atender esos casos, pero tomaría tiempo. En ese momento tomó las órdenes de medicamentos. Y se comprometió a hacerlas llegar en la brevedad posible.
Para organizar ese evento tuvo que contratar una empresa especializada en ese tipo de cosas. El personal acondicionó el terreno que los niños usaban para jugar, con sendas carpas. A lo lejos, veía a Sofía y Samara jugar con los niños. Jugaban a la papa caliente, un juego que consistía en pasar un balón de una persona a otra. Al ritmo de una canción que decía: “la papa se quema” y cuando dijeran “se quemó”, el que sostuviera la pelota en ese momento, salía del juego. Después de eso, pasaron a un juego de imitación “Enano-Gigante”. Cada niño estaba recibiendo un obsequio, pero, el ganador de llevaba adicionalmente, dulces. Estaba viendo cómo los hermanos Andrés y Ángel, acababan de perder, pero eso no los desanimó se acercaron corriendo a donde estaba Alejandro y con la cara roja de tanto jugar le dijeron al unísono:
- Alejandro ¡muchas gracias!
- De nada pequeños. ¿Qué tal todo?
- Muy bien, ¡es el mejor día de mi vida! – respondió Andrés.
- Lo mismo pienso yo – dijo Ángel – los juguetes y las comidas están buenísimas. ¿Cuándo vamos a volver a jugar futbol?
- En otra ocasión, hoy no. Mucha comida y futbol. No es buena combinación – les dijo alegre.
Los niños rieron y se despidieron. A lo lejos, divisó a Marcos con su mamá, era una joven de apenas 19 años. Afortunadamente, ya había accedido a ser visitada por una psicóloga y orientadora familiar. Quienes informaban a Alejandro que estaban haciendo avances en su condición y que esperaban no tener que recurrir al Estado, para quitarle la custodia del niño, que, a fin de cuentas, no era mucho lo que mejoraría la condición del pequeño, si llegaran a eso. Los organismos del estado venezolano, en materia de derechos del niño en teoría eran muy oportunos, pero en la práctica era otra historia. Saludó a Marcos con un gesto de la mano.
Al final del día, se despidió de Samara y acordaron volver a verse dentro de dos días.
***
El cuerpo vive del agua, yo vivo en el agua con la arena, el cuerpo es de agua y arena, de ella y de nosotros también. Por eso dicen que el cuerpo es Warushar… Warushar está enferma, si Warushar muere, nosotros moriremos con ella. LUENGO, Ángel. (2005)
Volvieron de nuevo a las clases en la Universidad, y a las tardes en la banca. Alejandro sentía que los días pasaban volando, y por eso, quería aprovechar al máximo cada momento junto a Samara. Al volver a la universidad, Samara decidió que ya no le importaba lo que dijeran los demás y andaban por los pasillos tomados de la mano. Se daban besos a la orilla del Lago, por supuesto, ninguno como el que se habían dado en la habitación de Alejandro el día del cumpleaños de ella. Pero, sí unos suaves y cálidos besos que hacían juego con el entorno del Lago y su arrullante brisa. Ese día Samara había sacado su libreta y escribía en ella. Hasta ahora Alejandro no había pedido ver lo que escribía, pero sí tuvo curiosidad por saber qué tanto anotaba allí. Así que se lo preguntó.
- Esta es mi Death Note – respondió Samara con diversión.
- ¿Tu libreta de la muerte? – preguntó perplejo.
- Sí, aquí anoto a toda la gente que me cae mal, para que sufra la más terrible muerte – dijo ella seriamente.
- No hablas en serio –dijo Alejandro sorprendido.
- Ja, ja, ja ¡por supuesto que no! ¿Cómo es que no conocéis la Death Note? ¿Qué clase de adolescente fuiste? – le reprochó ella.
- Uno que estudiaba mucho – respondió él, recostándose en la banca.
- ¿Y nunca hacías nada para distraerte?
- A veces, salía a pasear al sur de Francia, a Inglaterra o algún país de Europa. Casi siempre era cuando mis padres iban a visitarme.
- Qué restrictivo… - volvió a decir con sarcasmos.
- No tanto, me trajo hasta aquí – le sonrió omitiendo la pulla – y ¿a quién tienes en tu Death Note?
- ¿A quién? no… tengo muchas cosas, frases que me gustan, ideas, pensamientos, poemas, cosas así. A veces anoto la tarea o dibujo garabatos. ¿Cómo es Inglaterra, es como en las películas?
- Muchos lugares sí, otros son más bien grises y brumosos. Cuando tenía 15 años, mi papá hizo que emprendiéramos un viaje por tierra desde España hasta Inglaterra, cruzamos el canal de La Mancha en barco, todo eso rastreando los orígenes de nuestro apellido y haciendo el viaje en inverso, que nos llevó desde la antigua Britania a Andalucía.
- ¿Cómo va a ser? Si los Ortega son de Santa Rosa de Aguas – le dijo ella muy seria.
- ¿De dónde?
- ¿Qué te enseñaron a vos en la Escuela? – le preguntó con sarcasmo.
- ¿Aquí? – Samara lo miró como: sí, aquí, imbécil – Lenguas extranjeras, cuando me fui a España, ya hablaba inglés, cultura occidental, Globalización y Cultura.
- Anatemas posmodernistas alienados –le increpó Samara.
- Estás violenta hoy…
- Sí, por eso es que hemos vivido lo que hemos vividos. Santa Rosa de Agua, es el único pueblo de la gente del Agua, que aún conserva (en lo que cabe) su forma de vida ancestral, en Maracaibo. Por lo menos en las adyacencias del Lago. Y eso que está rodeado por la ciudad, sus pobladores son los descendientes de los indígenas Añú.
- ¿Los Añú? – le sonaba de algo, pero no recordaba de qué.
- Una de las cinco etnias indígenas que pueblan el estado Zulia. Es la segunda más numerosa, después de los Wayuu.
- Siento que me estás dando una clase.
- Pues eso es. Así que anota.
- No tengo dónde anotar – respondió Alejandro.