Hojas en el Lago

Capítulo XXXII

Alejandro, arribó a sus 31 años, con la emoción que siente los niños, pero estaba seguro que tenía que ver más con Samara y estar enamorado. Que por su cumpleaños, estaba deseoso de ver el regalo que ella le iba a dar. No porque fuera algo material, sino por el valor sentimental que iba a ser incluido. Estaba de tan buen humor, que hasta se sentía complacido de asistir a su propia fiesta de cumpleaños, de nuevo había acordado con la Señora Sandra de que Samara pasaría la noche en su departamento, pero incluida Sofía, que nuevamente decidió quedarse del evento, pero que pidió que el día siguiente fuera llevada a la piscina del lujoso hotel que quedaba frente a la torre ANGELINI y que podía ver con claridad desde el piso 29. 


Samara se había mostrado muy efusiva en su felicitación, cuando llegó en compañía de Sofía al departamento y le había dado una carta, que había pedido, leyera cuando ella no estuviera presente. Alejandro la guardó con emoción en su estudio y además cuando volvió a la sala lo estaban esperando con un pequeño pastel y junto a Sofía, le cantó la versión venezolana del cumpleaños. Además del tradicional Happy Birthday, en español.  


El pastel o torta como le decían los venezolanos era de chocolate y estaba riquísima, lo había preparado Samara y lo había decorado Sofía, que parecía, tenía talento para todo aquello que implicara arreglar y decorar.  


La fiesta era de etiqueta, así que Alejandro había escogido un esmoquin azul oscuro que le sentaba muy bien y dado que ahora mostraba un tono de piel, menos pálida, más bien color crema, se veía mejor.


Cuando Samara terminó de arreglarse y Alejandro la vio caminar hacia él, la respiración y el corazón se le detuvieron (literal y figurativamente). Estaba usando el vestido dorado que le había regalado por su cumpleaños, se ajustaba a su silueta desde los hombros hasta los mulos, de ahí se soltaba y la tela fluía como el agua hasta caerle a los tobillos. Donde unos tacones negros hacían juego. El tono y la luminosidad de la tela, hacía que Samara irradiara una especie de resplandor. El cabello lo llevaba recogido en unas intricadas trenzas que dejaban al descubierto su esbelto cuello y la piel de la espalda que el corte del vestido no cubría. Llevaba un sencillo maquillaje, que solo resaltaba sus labios. Daba gracias porque Sofía estaba allí, sino no hubiera podido refrenarse.  


- ¿Entonces? – preguntó Sofía. 
 

Alejandro no encontraba las palabras políticamente adecuadas para describir aquello. Pero como el silencio estaba siendo embarazoso habló: 


-  Cada vez soy más creyente del Señor. Una obra de arte tan perfecta requiere la pericia  del artista más experto y una eternidad de inspiración para que su pincel dibuje en un instante, las ondulaciones del deseo con la tinta de lo inefable.
-  Okey, creo que voy a comenzar a aumentar mis tarifas; hago obras de arte – rio Sofía.


Samara no respondió nada, solo lo miró con esos ojos rasgados y profundos. ¿Sabía lo que le estaba causando? Por su sonrisa supo que sí y peor, lo hacía a propósito. Dado que las cosas eran así, esa noche jugarían ese juego y esperaba que los dos salieran ganando. Al momento rectificó la idea, no quería poner presión sobre Samara, pero vaya que ella lo estaba presionando a él, pero al final fue él quien le regaló ese vestido. Era una batalla feroz en su mente. Se acercó a ella y le extendió el brazo.  


- Vamos, una fiesta nos espera. 


Ella le sonrió. 


- Chao, Sofi – se despidió Samara de Sofía. A Alejandro ni le salían las palabras.  
- De nuevo, los voy a esperar despierta, ¡me traen torta! – gritó, ya cuando las puertas del ascensor se cerraban.  
 

Alejandro sabía que si le daba si quiera un beso, iba a tener serias dificultades para detenerse y todavía lo esperaban en la celebración.  


- Te ves muy bello, amor – dijo Samara. 
- Gracias, pero tú estás… - resopló- por favor, ni siquiera puedo armar una frase coherente, así que, por favor, si no quieres que… y si no estás segura de querer… mejor evitamos el contacto hoy, porque me va a tomar mucho, mucho esfuerzo, no…  
- Okey, casi no entendí nada, pero okey, nada de contacto – dijo Samara con diversión. 
- Y te burlas del sufrimiento de un hombre, calla, que no tienes corazón – dijo con gesto de consternación. 
 

Ese comentario solo hizo que Samara, riera más.         

                   
En el corto camino de su apartamento a la Quinta de sus padres, Alejandro evitó mirar a Samara y procuró ordenar su mente. Él era bueno para eso, siempre había sabido ser disciplinado y ya no era un adolescente para estar así. Cuando llegó a la fiesta, sentía su mente y cuerpo bajo control. 


Su madre, de nuevo se estaba pasando con todo aquello, la calle estaba repleta de lujosos autos, aunque estaba seguro que en el estacionamiento interno, había lugar para él. Desde la entrada y todo el jardín estaba decorado con luces en tonos plateados y azules. Y una especie de globos blancos y otros transparentes, eran enormes y estaban llenos de diminutas luces blancas. Mesas largas y ricamente decoradas se extendía en el jardín. En una esquina había una galería de músicos. Y por otro lado una plataforma donde había un enorme pastel, con el decorado número 31 y demás detalles que se le escapan al ir en un carro. Prescindió del valet de estacionar para hacerlo él mismo y tratar de hallar a su madre dentro de la casa.  




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