Hojas en el Lago

Capítulo XXXIII

La celebración discurrió entre charlas, platos gourmet, vinos y licores costosos, aunque el cumpleañero no tomara alcohol. En algún momento de la fiesta alguien que ya había tomado demasiado, se cayó en la piscina. Para diversión de muchos. Exactamente, por esa clase de cosas, Alejandro no tomaba, ni frecuentaba fiestas. Como dijo Samara: uno pensaría que en la clase alta no se veían esas cosas, pero vaya que pasaban; Samara se integró bien con los demás invitados, era cortés y educada; lucía tan exquisita que había notado como más de un invitado se la comía con los ojos. Alessa había pululado toda la noche alrededor, lanzando con delicadeza una que otra pulla y Samara se las respondía con la misma gracia. No entendía, por qué una mujer se rebajaba a aquello. Pero, de repente recordó, lo que había hecho él por conseguir la atención de Samara y sintió compasión por Alessa. 


En un momento de la madrugada, un grupo de hombres reclamó la atención de Alejandro y ya bastante tomados, discurrieron en temas políticos densos y asuntos corporativos. Pedían a gritos la opinión de Alejandro, así que tuvo que acceder, al fin y al cabo, él era el anfitrión. Dejó a Samara en una mesa rodeada de varias mujeres, incluida Alessa. Cuando volvió a la mesa Samara se le acercó al oído y le susurró con un tono muy suave: 


- Tu ex, es una sucia. Pero le echa bolas. 


Alejandro sonrió, como si le hubiera dicho algo divertido, porque todos lo miraban.  


Samara se retiró, lo miró a los ojos y también le sonrió, pero había algo que no le gustaba en ellos. La fiesta siguió y siguió, hasta que al final le pidió a su madre, que pasaran a la parte donde cantaban el cumpleaños y partían la torta. Además, Samara estaba muy extraña, quizás no de mala manera, se apoyaba sugestivamente a él. Y lo acariciaba de una manera poco común para ella, sobre todo cuando había gente mirando. En algún momento, lo llegó a besar en la boca, mientras Alessa se acercaba a decir algo. No podía decir que no disfrutara aquello y llegó a albergar la esperanza de que Samara se hubiera decidido. Así que una vez cantado el cumpleaños, se despidieron de la gente necesaria. Cuando salieron de las inmediaciones de la quinta, Alejandro detuvo el auto y con emoción se inclinó a besarla. Pero, no encontró respuestas en sus besos. Era como si hubiera levantado una sólida muralla entre ellos. Se retiró y la miró, Samara demudó su semblante. Y todo el encanto de la fiesta desapareció.  


- ¿Qué ocurre? – preguntó inseguro. 
- ¿Qué tiene que haber pasado? – le respondió con violencia. 
- No sé, tú dime, estabas extra cariñosa en la fiesta y ahora estas así –se sentía atacado, sin saber por qué. 
- ¿Y crees que le iba a dar el gusto a la zorra esa, de ver que me habían afectado sus palabras? 
 

Alessa. Era el problema. 


- Samara, no sé, qué te dijo, pero ella no significa nada para mí. Hace años que pasó algo entre nosotros y lo que tuvimos se acabó. 
- Te aseguro que ella, aún alberga la esperanza que ¡vuelvas a su realeza!   
- Por favor, no te pongas así, te he dicho de una y mil maneras que te amo. ¿Qué te hace pensar que quiero volver con ella?  
- Ah no sé… quizás te aburráis de mí, como es tu ¡costumbre! y dado que ella, es tan accesible…  
- ¿De qué estamos hablando? – Alejandro no podía creer que Samara se estuviera comparando con Alessa. 
- ¿Sabéis qué?, mejor arranca, Sofía, nos está esperando – comenzó a soltarse las trenzas del cabello y a dejar caer las pinzas que se lo sostenían en el regazo. 
 

Así se estaban cayendo las esperanzas de Alejandro. 
 

El corto trayecto a su departamento, fue en silencio. Samara rezumaba violencia; qué forma tan desagradable de terminar la noche. Cuando entraron al estacionamiento y detuvo el auto, se bajó en silencio y fue a abrir la puerta para Samara, pero esta ya se estaba bajando, descalza, con los tacones en una mano y el ruedo del vestido recogido en un puño sobre sus muslos. 
 

- Debiste esperar, un vestido tan delicado, no se trata así – le reprochó. 
- Sí, ya sé que el malayo vestido te costó 10 mil dólares y no se trata así…   
 

Hacía meses que no veía a Samara tan violenta y de hecho ni siquiera en ese tiempo, había usado ese tono.        


- De verdad que la gente en esta ciudad es insoportablemente brollera – dijo aquello a ver si el uso de la jerga zuliana, la aplacaba un poco; no surtió efecto – no es lo que cuesta el vestido, es que yo lo mandé a hacer para ti, pensando en ti. Por favor, no seas tan odiosa – trató de acercarse, ella lo esquivó y caminó al ascensor. 
- Sí… ¿como el que mandaste a hacer a Alessa!   
Aquello sí lo sacó de base, es verdad que Alejandro tenía una preferencia por los vestidos y solía regalárselos a las mujeres con las que había tenido algo. Pero, no recordaba que el que le dio a Alessa fuera igual.  


- Yo… no lo recuerdo. 
- Ah, créeme ella lo recuerda. Dijo: “el mío era rojo pasión, también tenía ese escote en la espalda” ¿sigo?  
- No entiendo, porque estas así. Okey, ya todo eso pasó, no te conocía y ahora ella para mí, es un cero a la izquierda. Ni siquiera eso, no significa nada. 
- Por supuesto, ¿quién podría quedarse suficiente tiempo en el corazón de Alejandro Ortega para eso?   
- Samara, ¿de qué hablas? Yo te amo –sentía cómo su tono de voz, iba subiendo con él de ella.    
 

El ascensor por fin llegó. Entraron y Alejandro pulsó su número de piso.  




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