Hojas en el Lago

Capítulo XXXIV

Alejandro tardó cerca de una hora en decidirse a tocar la puerta de la habitación donde estaban Samara y Sofía. No podía dejar que las cosas se quedaran así, además, se debía cerciorar que Samara no estuviera haciendo alguna locura, producto del ataque de ira que estaba experimentado. Tocó cuatro veces, hasta que Sofía salió. 


- ¿Qué paso? – preguntó Sofía, con gesto preocupado – nunca había visto a Sami así. 
- ¿Cómo esta ella? – no iba a hablar de aquellas cosas con Sofía. 
- Lloró como por treinta minutos y después se metió en el baño, todavía no ha salido. Hace unos minutos entré a mirar y se estaba bañando. 
- Siento mucho esto Sofía, tu hermana me acaba de mandar a la mierda, ¿crees que pueda cambiar de opinión? – preguntó recostándose a la pared. 
- No lo sé, nunca la había visto así. ¿Qué hizo que se pusiera así? ¿fue culpa tuya? – le preguntó con los ojos grandes y llenos de confusión.  
- Indirectamente, así que digamos que sí, fue mi culpa. Pero, en realidad, fueron algunos comentarios hirientes y maliciosos que le dijeron en la fiesta, bueno fue una ex… 
- Mala cosa… ella es muy delicada con esas cosas. Pero, esperemos a ver cuándo se calme. Supongo que mañana no habrá piscina – le sonrió con tristeza. 
- Creo que no, pequeña, lo siento. 
- Tranquilo; es lo de menos. En todo caso, abogaré por vos y no solo por el hecho que tengas cobres, que no es malo – le volvió a sonreír e hizo que él también sonriera- es porque eres el par de Samara. Y creo que eres el hombre de su vida.  
- Gracias Sofía, eres la mejor cuñada y aliada que un hombre pudiera desear.  
- Lo sé – dijo con una de sus enormes sonrisas- voy a volver a entrar. 


*** 


Alejandro prácticamente no durmió nada esa noche, se fue a la cama y luego volvió a la sala, temía que Samara se fuera sin decir nada. Vio cómo el sol se levantaba sobre el gran Lago. La vida tenía tantas cosas maravillosas y Samara era una de ellas, no quería perderla. No podía permitirlo. 


Cerca de las siete y media de la mañana Samara salió de la habitación con una Sofía que parecía estar medio dormida. Le pareció cruel aquello, aunque Samara tampoco parecía que hubiera dormido nada. Lo miró y después aparto la mirada.  


- Samara, por favor, ¿podemos hablar de nuevo?  
- No tenemos nada de qué hablar Alejandro, lo que tenía que decir lo dije anoche. 
- Samara… - volvió a decir con súplica. 
- Vos y yo, ya terminamos. No quiero que me busquéis, ni me llaméis, ni nada; después veremos cómo hacer con las clases y lo del barrio. 


Si Sofía no hubiera estado allí, Alejandro estaba seguro que se habría dedicado a rogarle a Samara hasta que cambiara de opinión. Suplicarle de rodillas que no lo dejara. Pero en cambio se quedó estático.


- Deja que te lleve o que pida un taxi para las dos. 
- No, gracias. Ya sé cómo andar en bus. 


Y así salió de su departamento, con Sofía detrás, despidiéndose con la mano y en silencio.           

*** 


“El amor es un bastardo sin corazón. 
Estoy volviéndome loco” Warner, Destroy me. Taheref Mafi.    


Ese domingo, fue el peor domingo de su existencia; no sabía qué hacer o qué pensar. Trató de dormir y lo único que podía hacer era pensar en Samara. A mediodía, hastiado de su departamento salió a La Vereda, fue peor. ¿Qué iba a hacer ahora? Realmente estaba enamorado de ella y sabía que lo que sentía era amor, verdadero amor. ¿Cómo la vería en la universidad sin acercarse? ¿Cómo? La gente todo el tiempo superaba rompimientos y crisis similares, pero él, sentía que algún animal furioso estaba escarbando en sus órganos vitales. ¡Qué horrible sensación! Quería llorar, pero aquello era impropio de él, no tenía un amigo lo suficiente cercano para desahogarse. Le quedaba su padre, pero si le decía, se lo iba a comentar a su madre y no quería aquello.  


Volvió al departamento. Trató de hacer algo del trabajo y tampoco encontraba concentración, lo dejó, hasta que vio la carta de Samara, con todo, se había olvidado de eso. No estaba seguro, si aquello mejoraría su estado de ánimo. Decidió que no, volvió a guardarla y caminó de un lado a otro. ¿Qué podía hacer para que cambiara de parecer? Pensó toda la tarde en eso. No podía darse por vencido tan fácil, pero tampoco encontraba una respuesta. Decidió escribirle a Sofía, preguntándole por Samara. Su respuesta no le ayudó, el mensaje decía: 


Está mal, ha estado llorando todo el día y ni mami ha conseguido calmarla. Traté de decirle que, si sufría así, podía volver contigo. Y con otra crisis de llanto, dijo que no, que eso no iba a volver a pasar.  


Ni siquiera respondió el mensaje. 


Volvió a acostarse. ¿Eso era todo el camino que iba a recorrer con Samara? ¿Ocho meses? ¿Ahí terminaba todo? Mientras más trataba de internalizar la idea, más profundo sentía el dolor. El dolor emocional, era reciente en su vida, pero qué brutal le estaba resultando ¿Cómo tantas veces había terminado con una mujer sin importarle siquiera sus sentimientos? ¿Era eso lo que ellas sintieron? ¿Estaba pagando por sus actos pasados? No, aquello era mucho peor, cada momento con Samara tenía un valor incalculable y aunque no llegaron al encuentro sexual, se sentía más sincronizado y cercano afectivamente, emocionalmente, psicológicamente a ella que cualquier mujer, con la que sí.  


Ojalá, le cayera el relámpago del Catatumbo en ese mismo momento y lo desintegrara. 




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