Hojas en el Lago

Capítulo XXXVI

Ese día, unos pocos minutos después que terminara la clase, la noticia de su rompimiento inundó los medios. La distancia entre los dos, lo confirmó, que él saliera después de ella, lo dijo todo. Al maracucho no le hacía falta perspicacia, ni viveza, alguno sacaría beneficio de esa noticia. Como decía un refrán zuliano: maracucho bobo, muere chiquito. Y aquella era una noticia que, para la prensa rosa y amarillista, valía mucho. Que les aprovechara, pensó con rabia Alejandro. 


Las semanas siguieron pasando con el mismo sentimiento desalentador, su madre lo fue a visitar una vez, pero apenas sí le habló; no quería descargar su malestar en ella, ni reprocharle su inacción ante los ataques contra Samara. Su padre, comenzó a visitarlo en la sede de 5 Julio y trató de animarlo, pero tampoco funcionó. La tercera semana, después de su rompimiento con Samara, Alessa apareció en la empresa. Apenas supo que estaba allí, le dijo a su asistente que la despidiera. No quería siquiera verla o iba a ser muy desagradable con ella. Aparte de deprimido, se sentía frustrado y molesto con todo el mundo. Si en algún momento, se había abierto a la gente de su alrededor, volvió a estar aislado. Era casi insoportable, algunos días. 


La cuarta semana, pensó, que quizás si iba a necesitar el apoyo psicológico. Ya eso, se le estaba yendo de las manos. No podía creer que estar enamorado fuera tan agradable y de repente tan insoportable. Decidió saturarse de trabajo, para ahogar sus pensamientos y casi lo conseguía una noche en su departamento, pero mientras buscaba un informe físico, encontró la carta de Samara, esa que le había dado el día de su cumpleaños y aún estaba sin abrir. Qué más daba, nada podía deprimirlo más. Se volvió a sentar.  En el sobre había tres hojas blancas, estaban escritas a mano, de ambos lados, lo que comprendía un escrito de seis páginas. Comenzó a leer: 


Maracaibo, 30 de mayo.


Querido Álamo: 


En este día tan especial, en el que cumples un año más de vida, quiero dar gracias a Dios, por el regalo maravilloso de tu existencia. Hacéis que mis días sean más bonitos, me llenas de hermosos gestos y palabras; eso es más de lo que cualquier mujer pudiera desear. Y que tengas esa cara tan bella no le hace mal a nadie.  (Alejandro sonrió ante esa frase, no pudo evitarlo, continúo leyendo) y no es solo de tu hermosa persona que quiero hablar, también quiero hablarte de mí y lo que tu amor ha hecho en mi vida. Por muchos años pensé, que quizás, había algo mal en mí, anormal. ¿Por qué no podía enamorarme de alguien? Todos lo hacían y parecían más o menos felices. Lo leía en los libros y en el fondo de mí ser, quería experimentar lo mismo, pero, no ocurría, hasta que te vi y con tanto empeño insististe en ganarte mi corazón, cosa que te agradezco al 10.000.000  por ciento, por no rendirte nunca.  


En ti encontré mi lugar.     


Y aunque las barreras de clases sigan existiendo y la opinión pública sea tan detestable: Te amo. No sé hasta dónde nos llevará este camino, pero sé, que quiero recorrerlo a tu lado. Porque si el sol y la luna pudieron amarse ¿Por qué nosotros no? 


Probablemente no conozcáis esa historia, porque sois un anatema posmodernista alineado eurocéntrico, pero, aquí te la dejo. ¡Te amo!   

PÜTÜMAATA, KEICHI, PÜTÜMAATA 
¡LUNA, LUNA, NO TE DUERMAS! 


Hubo un tiempo en que el Sol y la Luna eran como los añú. Vivían en la laguna pero nunca se habían encontrado. Kai, el Sol alumbraba cada rincón. Keichi, la Luna, jugaba con sus cabellos en las aguas, mientras que el viento entonaba hermosas melodías, acompañado del crujir de los manglares.       

               
Una mañana el Sol pescaba en la laguna cuando la Luna se cruzó por primera vez en su camino. Su belleza, logró opacar por momentos la luz del Sol, que apenas alcanzó a preguntarle: 


- ¿Quién eres?, ¿acaso la que ilumina los caminos de la oscuridad? 
 

La Luna no respondió. Huyó deprisa y se escondió tras el vuelo de las bandadas de aves que se levantaban sobre las aguas de la laguna asustadas ante su presencia matutina. 


Desde ese instante, el Sol pescador se dijo a sí mismo: no importa, te buscare hasta que decidas ser mi compañera. Brillaba con mayor intensidad y se arreglaba con más esmero, jugaba con las aguas de la laguna y bailaba esperando llamar la atención de la Luna. 


A veces, entristecido por la ausencia de la Luna, el Sol se ocultaba tras las nubes y apagado, como sin fuerzas, apenas mostraba su luz preguntándose: ¿Cuándo poder volver a verla?, ¿Cuándo poder abrazarla? 


La Luna seguía dejándose ver de cuando en cuando durante el día, y como distraída y ausente escuchaba las amorosas súplicas del Sol, pero apenas él intentaba acercarse, ella desaparecía. 


Pero un día, la Luna ya no pudo seguir ajena a los reclamos amorosos del Sol y, también deseosa de su encuentro, se embelleció como nunca. Al anochecer, su plateada luz parecía ser más brillante, llenando de magia y encanto la laguna. Cuando estaba en la plenitud de su paso, disminuyó la marcha, permitiendo que el Sol al fin la alcanzara. 




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