Hojas en el Lago

Capítulo XXXVIII


Sofía fue la primera en correr a abrazarlos y pegaba gritos de alegría, aplaudía. Se veía feliz, casi tanto como Alejandro. Después siguió Sandra, estaba muy elegante ese día, con un vestido negro y el cabello en un moño, lo abrazó y le dijo con una gran sonrisa. 


- Buena jugada, mijo. Ni Samara podría resistirse a esto – señaló a los músicos que seguían tocando, cantando gaitas y décimas.  


Mucha gente seguía allí, tomando fotografías y comentando, seguramente las redes ya estarían a reventar con imágenes de esa tarde. Pero eso le importaba poco. 


- Samara merece esto y más. Gracias por haberme aceptado desde un principio.  

- Me pareció un buen muchacho, desde ese momento, quizás un poco torpe con Samara en un principio, pero ya eso pasó - Alejandro se sonrojó ante eso.  
 

Samara estaba hablando con unas compañeras y les mostraba el anillo.        

   
- ¿Qué le parece si se quedan esta noche en mi departamento? Ya es algo tarde. Y así podemos tener una cena de celebración y organizar algunas cosas. ¡Muero por casarme con Samara! ¿Cuánto tiempo cree que debamos esperar? – preguntó con emoción. 
 

Sandra se carcajeó y le colocó la mano en el hombro. 


- Lo que ustedes decidan estará bien para mí. No hay ninguna objeción de mi parte, ya Samara se graduó, que era, quizás, el mayor obstáculo. Pero, ¿Qué dirán sus padres? 
- Mi padre está de acuerdo y respecto a mi madre, no es que no me importe, pero no pienso dejar que sus prejuicios me alejen de la mujer que amo. 
- Está bien. Entonces, sí, podemos pasar la noche en su departamento, que con lo que Sofía me ha dicho, siento que ya lo conozco.  
- Muchas gracias, por cierto, vamos a tomarnos fotos, contraté un fotógrafo, estaba aquí disimuladamente – sonrió- o captaba uno de los mejores momentos de nuestras vidas o el peor.      
- Es un hombre arriesgado ¿no? 
- Ja, ja, ja. Sí. 
 

Fue por Samara y le contó lo del fotógrafo, era el mejor fotógrafo de Maracaibo, sus tomas resaltando la belleza y el romanticismo de Maracaibo y el Zulia, no tenían comparación; todos lo conocían como Pablofotog. Samara se mostró encantada, de que hubiera un fotógrafo, y más aún por ser Pablo González. Después de presentarla con el fotógrafo, se tomaron muchas fotografías, con Sandra y Sofía, solos, con algunos de los graduados que aún pululaban por ahí, pero suponía, con los que Samara se llevaba bien.


Después de eso, se encaminaron a un restaurante sencillo, pero elegante en El Milagro. Ahí los reconocieron. Pero, no fue molesto. Samara; en un momento -le dijo bajito. 


- Necesitamos hablar en privado, quiero disculparme por algunas cosas que te dije. 
- Está bien, amor. Ya no importa. Importa que me dijeras sí – le acarició un pómulo. 
- No, ¡hacele un Zuko! – dijo Sofía con estupor. En el asiento de al lado. 
- ¡Sofía! – dijeron Samara y Sandra al unísono. 
 

Sofía soltó la risa, lo que hizo que todos los demás rieran.    


- Bueno, como mañana no me llevéis pa’ la piscina, te voy a declarar mi enemigo número uno – amenazó Sofía a Alejandro.  
- Dios no lo permita, y por supuesto que sí; te lo has ganado. Arigato gozaimasu – Alejandro había estado aprendiendo algo de japonés en los últimos meses 
- Nandemonai – le sonrió Sofía de regreso. 


Y todos callaron, porque la cena acaba de llegar. Pasaron los minutos, unas pocas horas; el ambiente de celebración era evidente. Todos disfrutaban el momento. No era una celebración como cualquiera, a pesar de la categoría de la zona y la opulencia del lugar, era lo que menos importaba; casi pasaba desapercibido. El tiempo y la alegría fluían como uno solo en una danza, dando vueltas en el lugar, desprendiendo sus colores y emociones. Todo era celebración, pero no se celebraba como festejando el momento y lo que se tiene; se celebraba la razón de la vida: la alegría de el ser y el estar. 


*** 


Después de un día muy largo, pero emocionante, la Señora Sandra y Sofía, se despidieron discretamente y se fueron a dormir. Alejandro y Samara, se quedaron sentados en la sala. Se miraron detenidamente, como si hiciera siglos que no se vieran. Ya Samara se había quitado la toga y los tacones. Alejandro fue el primero en moverse para besarla. Ella le devolvió el beso con entusiasmo; se besaron con avidez. Y por primera vez, fue Alejandro el primero en apartarse, tenía que decir cosas importantes. Pero, no se separó mucho, apenas unos pocos centímetros para poder hablar. 


- Te extrañé con mi alma y corazón, cada día lejos de ti, fue un tormento. Por favor, casémonos pronto – le dijo. 
- Es usted muy apresurado ¿no? – le dijo Samara con una sonrisa – pero… yo también te extrañé demasiado, perdón, por todas aquellas cosas hirientes que dije. Después sentía tanta pena, que aún… - Alejandro le puso los dedos en los labios. 
- No, ya no importa, dime ¿Cuándo nos casamos? Ya quiero que vivamos juntos. Casi desde el primer mes, he soñado, fantaseado, querido, que estés conmigo, dormir contigo y despertarme a tu lado. 
 

Samara se separó un poco, para que se pudieran mirar, pero no rompió el contacto de las manos. 
- ¿Cuán pronto queréis?   
- Mañana mismo, ¿A qué hora abren el Registro Civil? 
- Ja, ja, ja. No, eso es demasiado pronto, ¿Qué tal tres meses?  
- Uno, no puedo con más – dijo Alejandro con seriedad. 
- Está bien. Pero, una boda sencilla, no más de 50 personas – le advirtió. 
- Te tengo el lugar ideal… 
- ¿Sí? – preguntó ella, complacida. 
- Casémonos en Santa Rosa de Agua, en una playa pedregosa; te puedes vestir con una manta y honrar a tus ancestros. 
- ¡Eso es…! – ella no terminó de hablar; se lanzó a besarlo y abrazarlo. 
 




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